Risto Mejide siente envidia de Josep Pedrerol. Dos catalanes unionistas luchando por liderar la intoxicación contra el independentismo, contra el derecho a la manifestación, y lo que es más grave: contra la objetividad más elemental. Pedrerol ha perdido los estribos, incendiando los días previos al clásico y redoblando esfuerzos horas antes del match. Mejide ha visto un resquicio por subir su share de segunda división B, y se ha lanzado a la yugular. ¿Cómo? Haciéndose el gallito con una señora que se manifestaba en los alrededores del estadio. Un sobrado, un creído y un maleducado de categoría. Lo más indignante, el tono burlesco de superioridad con el que se dirigía a Fàtima, una mujer que ha visto cómo Mejide le agradecía su tiempo y sus argumentos con desprecio, manipulación y el acompañamiento coral de sus acólitos en la mesa, tan valientes o más que el publicista. Se han escuchado cosas como "aquí decimos la verdad", "son políticos presos, señora, por mucho que diga presos políticos no se va a convertir en verdad", "usted se manifiesta y después, a casa a ver el partido, ¿no?" o el remate final: "Es difícil hablar con gente que vive en una realidad paralela". Para realidad paralela, la del niño mimado de Vasile. Sí, el que lamina a periodistas o invitados porque no le gusta lo que opinan, el que miente y graba programas diciendo que es riguroso directo.
Fátima, una mujer que ha decidido voluntariamente apoyar el llamamiento de Tsunami, veía cómo la entrevista que le hacía el programa se convertía en un pimpampum de abusón de patio de colegio. Acostumbra a hacerlo con los invitados que no le gustan. No es, ni mucho menos, la primera vez. Tampoco la última, es marca de la casa. La prepotencia forma parte de su disfraz mediático, mucho más que sus gafas oscuras. Ahora bien, que se lo haga mirar: todos los que le aplauden van cojos, ya sea por ser ultras con pedigree (en redes), ya sea porque están a sueldo del publicista (en plató). Afortunadamente todavía quedan personas que no le compran los numeritos, cada vez más indignos y torpes.
Después se preguntará porque cada vez son más los que no lo soportan. Le pasa como a Pedrerol, que confunde su tribuna con un tribunal. La condena, sin embargo, la tiene él: no consigue subir la audiencia ni pagando... ni pegando. O mejor dicho, aplaudiendo y animando a otros a que peguen. Ajo y agua, Risto.