16 armas de fuego, incluidos rifles de alta precisión, un fusil de asalto militar Cetme, un subfusil ametrallador Skorpion vz. 61, cuatro rifles de precisión, dos pistolas en el coche. Eso es lo que tenía preparado Manuel Murillo Sánchez, un vigilante de seguridad privada de 63 años y socio del Club de Tiro de Terrassa que planeaba atentar contra Pedro Sánchez con todo este arsenal. Los Mossos lo detuvieron a mediados de septiembre según ha informado el diario Publico.
Público también recoje que incluso buscó cómplices para acabar con este "rojo de mierda" en un grupo de WhatsApp, dónde escribió cosas como "Estoy dispuesto a sacrificarme por España". Cuando todo el mundo se ha puesto las manos en la cabeza al saber de la existencia y las intenciones del tirador, cuando todo el mundo ha aplaudido la intervención de los Mossos, ha habido, en cambio, quien ha hecho comentarios vergonzosos sobre este hecho. Alguien que debe vivir en una especie de aldea gala de Astérix a contracorriente de todo el mundo y que resiste "ahora y siempre" al 'invasor' de las izquierdas.
Rosa Díez, que bien podría tener el papel de Fascistix en uno de los cómics de Goscinny y Uderzo. La fundadora de UPyD ha sulfurado desde buena mañana a la red con su análisis de los hechos. Un tuit que después ha desaparecido como por arte de magia, pero que muchos usuarios han recuperado:
Díez, que constantemente tiene enfilado a Pedro Sánchez, especialmente vía Twitter, dónde le reprocha día sí, día también lo que ella considera mano blanda con el independentismo, ahora ha minimizado las intenciones del detenido con el presidente del gobierno, cosa que ha generado una avalancha de rechazo en la red, a pesar de ser conscientes del pie que calza la política, que recordamos, fue militante del PSOE antes de ir a parar a la derecha con los brazos abiertos.
Uno de los últimos tuits de Díez contra Sánchez decía que "Sánchez no podrá decir que el poder no le ha cambiado porque la nariz no deja de crecerle por mentiroso y el dedo índice por abusar del dedazo-ley". Lo que no deja de crecer, hasta límites peligrosos, es la bilis y el odio desatado de una política que ya ha abandonado cualquier intento de sutileza y concordia.