El trifachito es el contrincante político favorito de Gabriel Rufián. Eso es una verdad como una catedral. Da igual la época, si a.C. o d.C. nos referimos al coronavirus, claro está. Lo que pasa es que la pandemia ha multiplicado de forma exponencial el nivel de enfrentamiento entre las diferentes formaciones del estado, por diferentes razones y en diferentes niveles de intensidad. Un escenario donde destacan VOX y PP, que han quedado cojos de la tercera pata, los desaparecidos combate Cs. Los de la derecha extrema y la extrema derecha compiten en indignidad y ridículo, y el portavoz de Esquerra Republicana practica con ellos la técnica de la bofetada oral.
Bofetadas o galletas, si lo prefieren así. De hecho, el término alimenticio viene mucho más al caso para definir lo que ha hecho Rufián respondiendo, en un 2x1, a los ultras y a los conservadores. Ambos, con la ayuda de los naranjitos, gobiernan en Madrid, y se vanaglorian de iniciativas que son espectaculares, pero sólo en su cerebro. Como por ejemplo, los menús infantiles gratuitos para menores desfavorecidos de la Presidenta Isabel Díaz Ayuso, y que desaconsejan 11 de cada 10 médicos, nutricionistas y seres humanos inteligentes. Pizzas, patatas fritas, nuggets, refrescos. Una oda al colesterol, vaya. Ayuso dice que a los niños y niñas les encanta. Sí, claro. Y también el balconing a los turistas borrachos. Pero todos sabemos que es peligroso y que no se tiene que hacer. La madrileña no explica porque ofrece estos productos, porque la montaña de porquería que le vendría encima dejaría los robos de cremas y másters fraudulentos de Cifuentes en un cuento de hadas. El caso es que Rufián les ha leído la cartilla, con un final memorable y que recuerda aquello tan escatológico del "café y cigarro, muñeco de barro".
Salvarse del coronavirus es toda una proeza. Sobrevivir sin secuelas a la dieta de Ayuso, "eso ya tal".