Shakira cambió Miami por Barcelona como si pasara de un Ferrari a un Twingo. Tenía sus motivos, principalmente dos: Gerard Piqué, su expareja y padre de sus hijos, y su nueva novia, Clara Chía. La ciudad del estado de Florida lo tenía todo para convertirse en la mejor opción para dejar atrás el pasado: EE.UU., comunidad latina, superestrellas, una mansión despampanante, lujo y muchos fans. Viento a favor, consolándole y curándole las heridas del desamor. También pretendía alejarse la presión mediática que sufrió en Barcelona, con especial énfasis durante el culebrón de ruptura con el exfutbolista catalán. Llegó a vivir con pánico la presencia de algunos tarados que merodeaban su domicilio en Esplugues de Llobregat. En Miami no le pasaría eso, pensó. Con un comunicado a los paparazzis tendría bastante. Y se largó sin mirar atrás, y con cierto resentimiento.
Bueno, sí que ha mirado algo. Y ha vuelto. A veces para tocar las narices a Piqué, otras por obligación, como el juicio por fraude a Hacienda pública del pasado noviembre. Shakira aceptó la culpa, pagó una multa millonaria en vez de ir a la cárcel y se marchó nuevamente a su refugio con los chiquillos. Pero la vuelta no era tan alegre ni satisfactoria como podrían imaginar. Miami era una pesadilla. Y Barcelona ya no parecía tan mala, ni tan áspera, ni tan peligrosa. Quizás más cara en los juzgados, pero nada más. Ahora sabemos qué la angustiaba en los EE.UU. O mejor dicho, quien.
La policía ha detenido a un personaje que se ha dedicado a acosarla durante semanas a través de mensajes y publicaciones perturbadoras por redes sociales. Un tipo de 56 años de Texas, obsesionado con la superestrella del pop, y que llegó al punto de presentarse por los alrededores de la residencia familiar de la cantante. Poca broma. Teniendo en cuenta la permisividad norteamericana con las armas de fuego, los desenlaces de episodios protagonizados por exaltados son impredecibles y potencialmente espantosos. Sintió miedo y lo puso en manos de las autoridades, quiénes finalmente han puesto fin al calvario. De momento, claro.
El artista sentía pánico por su integridad, pero especial y lógicamente por la de sus hijos. El hombre había llegado a hacer entregas en la casa de la cantante, mientras escribía publicaciones de frenopático en diferentes plataformas virtuales. Afirmaba que estaba casado con ella y que tenían una familia secreta. El equipo jurídico de Shakira le envió mensajes para detener el delirio, pero el hombre contraatacó con regalos físicos. Botellas de vino, bombones, juguetes infantiles. De película de terror. La acción policial tuvo lugar cuando el hombre bajaba de un taxi justo delante de la mansión de Shakira, con intenciones muy poco tranquilizadoras. Miami es muy cool, pero también un peligro. Felices, evidentemente, de que se haya puesto fin a este infierno.