Tamara Falcó de santa tiene muy poco. Es muy devota, pero el hábito no hace al monje. El alboroto de la separación de Íñigo Onieva, el latin lover con el que estuvo a dos minutos de casarse hasta que vio como se las gastaba de festival con otras compañías femeninas, hizo que buena parte de la opinión pública la pusiese en un altar y la nombrara como mártir de nuestros días. La empatía está muy bien, no es agradable que te pongan los cuernos y más de manera pública, sobre todo tratándose de un personaje como la hija de Isabel Preysler. Pero vaya, que Onieva tampoco ha matado a nadie: más bien, lo que hace perder la cabeza al chico es el amor, le cuesta mucho contenerlo. Y Tamara lo sabía, aunque no quisiera admitirlo. En todo caso, una guarrada lo que le hicieron, sí. Ahora bien, ella solita se encargó de malgastar la estima popular con su viaje a México a convenciones ultraconservadoras donde colocan la etiqueta de depravado en aquellos que no comulgan con su concepción del mundo, el amor y la sexualidad, o con la aberrante afirmación de "veo a madres de 12 o 13 años que están sacando a esos niños adelante con una sonrisa". Esta es Tamara Falcó. La real.
Esto por no hablar de su clasismo impúdico. Uno que Pablo Motos y la gente de 'El Hormiguero' encuentran tan divertido que la tienen de colaboradora fija cada jueves. Repasar las sandeces de pija recalcitrante con aquella vocecilla de personaje de dibujos animados resultaría demasiado pesado. Pero por poner un ejemplo recordaremos aquello que decía de coger el metro (sí, ciencia ficción en su caso) a primera hora de la mañana para ir a trabajar: decía que no lo hace por los olores corporales del común de los mortales. Pues bien, ha vuelto a enseñar la patita. La gente le asquea. Y no tiene problemas de decirlo a la audiencia de Antena 3.
Ya saben que Tamara desapareció del mapa la semana pasada porque está sobrepasada con todo lo que está viviendo últimamente. Y se fue al santuario de Lourdes para hacer de voluntaria. Fantástico, nada que objetar. Su descripción de la experiencia, marca de la casa. "Ha sido la pera. Estuve haciendo montaditos", como buena chef que es o que dicen que es. La tarea en la cocina le impidió tener contacto con los enfermos, estaba muy liada. De acuerdo. También ha hablado de la parte más polémica del viaje, sus fotos en Instagram llevando el uniforme de Hermana Hospitalaria. Algunos han visto un afán exhibicionista, pero la red de las vanidades es esto. Y ella, de vanidad, va bien servida. Lo que no sabíamos es la intrahistoria del vestuario. Parece ser que "normalmente te lo prestan", pero ella se lo ha comprado. ¿Por qué? Pues porque"soy un poco tiquismiquis", que en el argot pijo quiere decir que le da asco ponerse las ropas de otros. La lavadora no es suficiente para ella. El gesto lo dice todo. Osea.
La Falcó quiere ganarse el cielo, pero la realidad es que somos todos nosotros los que nos lo merecemos, sólo por escucharla.