Tamara Falcó lo ha vuelto a hacer. Su especialidad es el postureo, que no la diplomacia. Durante el tortuoso proceso hacia el altar con Íñigo Onieva, provocó un escándalo mayúsculo con la firma vasca de moda a la que había encargado su vestido nupcial. Toreó tanto a las creadoras de Sophie et Voilà y menospreció tanto su trabajo que la mandaron a paseo. Será muy famosa, muy VIP, muy poderosa, sí, pero la dignidad no tiene precio. Y después de una serie de movimientos desagradables y humillantes, las diseñadoras dijeron basta. Y dieron un paso atrás. Que se buscara a otro que le hiciera el trabajo, y agur. Pero claro, la verdad salió a la luz muy pronto: la Falcó se quería librar de ellas porque, en realidad, lo que deseaba era que la vistiera la gran amiga de su mamá, Carolina Herrera. Y lo consiguió. Pisando el cuello de unas profesionales, por otra parte.
La Tami se siente por encima del resto de la humanidad, se ve legitimada para hacer y decir lo que le dé la gana. Acaba de volver a hacerlo, pero el resultado no era el que esperaba. El destinatario de sus pullas no se ha quedado callado, y le ha cantado las cuarenta de manera contundente. Es cierto que esta persona es un especialista en la materia, en la batalla dialéctica es un tipo a quien hay que temer. Quizás la hija de la Preysler pensaba que con ella no osaría pasar a la ofensiva, pero ay, criatura. No ha nacido nadie que le tosa a Joaquín Torres. Al arquitecto de los famosos. Que le pregunten, si no, a Cristina Tárrega o a Bigote Arrocet. Tamara forma parte de su colección de trofeos de caza.
Ya saben que los planes matrimoniales de Tamara incluyeron la compra de un ático de millonaria, un piso espectacular de 1,5M diseñado por Torres, marido del director de programas de televisión Raúl Prieto. La firma fue febrero de 2021, pero todavía no ha estrenado la vivienda. ¿Por qué? Porque no le gusta. Entrará, presumiblemente, en el mes de noviembre de la mano de Íñigo Onieva, pero de mala gana. Durante todo este tiempo ha realizado reformas y modificaciones sobre el proyecto original, dejándolo a su gusto y necesidades particulares. Está muy bien, el que paga, manda. El problema es hacer público desde tu púlpito que los autores del piso no hicieron bien su trabajo. Que es mejorable, que de alguna manera se arrepiente de la adquisición. “Es muy bonita sobre plano, pero no es la mejor de todas”, dijo la marquesa. Y ea, que se ha armado un buen lío.
Torres, herido en su orgullo, ha destrozado a Falcó. “Se descalifica ella misma, porque no ha sabido interpretar cómo era el plano. A mí no me ofende nada. Yo asumo que mi arquitectura no le gusta a mucha gente y que, para gustarte este tipo de arquitectura, hay que tener unos criterios estéticos, artísticos y arquitectónicos que esta niña no tiene. No le gusta la arquitectura moderna, no le gusta el arte moderno”. Todo viene a raíz de la colocación por parte de la compradora de plantas enormes para obtener privacidad en la terraza. “Es una auténtica estupidez. Si está muy acristalada, será para que tú puedas ver de dentro afuera, no de fuera para dentro. Durante el día, se ve un paño negro. No se ve nada. Si quieres vivir de una manera aislada, no te vas a un bloque de viviendas y compras el ático que está adosado a dos áticos más”. Más claro, imposible. O sí: el post que colgó en Instagram: “Cero polémica con Tamara Falcó. No me ofende nada de lo que ha comentado. No le gusta su ático, pues que lo venda. Polémica zanjada”