Decía la ínclita Isabel Díaz Ayuso que "Madrid es tan grande que puedes vivir sin encontrarte con tu ex". Una frase de carpeta que se ha hecho famosa, pero que como la mayoría de las cosas que dice la presidenta madrileña no es más que una mentira petulante y araña votos. Madrid es tan grande o tan pequeña como cualquier otra ciudad, capital, aldea o municipio de este o de otro planeta. Ni más ni menos. Y mira, tiene gracia, resulta que quien ha desmontado la trampa de la pepera es su admirador número 1: Mario Vargas Llosa. El escritor peruano, que acaba de superar la covid después de 6 días ingresado en un hospital madrileño, se ha encontrado de bruces con su pasado más íntimo: con Tamara Falcó. No eran novios, pero como si lo fueran. La expareja de Isabel Preysler y la marquesa se hicieron íntimos, ella le llamaba Tito Mario. Con la ruptura sangrante con la filipina, sin embargo, la amistad, el afecto y el respeto se han convertido en odio, repulsión y el vacío más escandaloso.
Ni la Preysler ni su hija han movido uno solo dedo para enviar un mensaje de ánimo y su deseo de recuperación al literato de 87 años durante su convalecencia. Tan finas y educadas y mira, al final tan mezquinas como el plebeyo más tirado. Pero claro, tenían excusa. Se casaba la niña, con lo que ha costado. La boda del año requería toda su atención, el circo era más importante que la humanidad. No seremos nosotros, evidentemente, quienes le lavemos la cara a Mario, que también es un peligro. Él tampoco ha enviado ninguna felicitación a Tamara, con la que compartió 8 años de su vida. De hecho se dedicó a destripar a madre e hija, con el relato corto 'Los vientos' como máximo exponente: frívolas, ignorantes, envidiosas y obsesionadas con la estética, el lujo y el dinero. No acabaron bien, pero quizás por aquello que son high society quizás alguien esperaba un poco más de elegancia. Y no. Ni mucho menos.
Cara a cara en el aeropuerto entre Mario Vargas Llosa y Tamara Falcó, cobardía extrema
Volvamos al inicio, a eso de Madrid y los encuentros en la tercera fase. La terminal prémium del aeropuerto ha sido escenario de una escena realmente vergonzosa. De vergüenza ajena, mejor dicho. Las cámaras hacían guardia esperando que la Falcó y su flamante maridín llegaran para empezar la luna de miel de mes y medio que los llevará a Oceanía y a otros continentes del globo terráqueo. El operador "trinca" el objetivo y vemos una furgoneta cruzada junto a uno de los accesos. Un vehículo poco glamuroso: la matrícula indica que tiene 22 años de vida y el estado exterior de la carrocería denota que ha vivido días mejores. Pasan los segundos sin que pase absolutamente nada, más allá de 3 guardias de seguridad que intentan disuadir a unos curiosos que esperan para hacer fotos. Por su actitud también son conscientes de que hay paparazzis escondidos, saben dónde están. Lo que pasa a continuación es poesía, está a punto de producirse el gran cara a cara. Sí, Tamara y Mario se reencuentran. Pero no. No pasará.
La marquesa, escondida en un coche cutre para no tener que mirar a la cara a Tito Mario
Al final de la imagen vemos un coche de lujo estacionado. Es el de Mario Vargas Llosa, el mismo que el otro día lo transportó de la clínica a su casa en Madrid. De repente aparece el escritor, el chófer le abre la puerta, él mira hacia el infinito, sube y se ponen en marcha. Pasan por delante de la furgoneta y los seguratas, y en aquel momento el otro vehículo cutre arranca. Su trayecto es en sentido inverso a su predecesor. Cuando se para, bingo: salen Tamara e Íñigo. No hay que decir que sabían perfectamente que Tito Mario acababa de pasar por allí, y que le habían hecho un ghosting de manual. Estaban escondidos. Cobardía máxima. Un cuadro.
Un día eres el rey del mambo, y al día siguiente no te miran ni a la cara. Boris, Mario... Íñigo, calienta, que sales.