Tamara Falcó no gana para disgustos con Íñigo Onieva. Su relación es una montaña rusa desde el primer día. Nadie hubiera apostado ni un plato de lentejas por su viabilidad. Una es casta, pura y pija hasta la extenuación; el otro es también muy pijo pero canallita, un perla. Ambos sabían qué ponía en el DNI del otro cuando se liaron, pero la hija de la Preysler se tapó los ojos y Onieva pensó que "esta tía no me pilla ni de coña". Lo que acabó pasando es bien conocido: horas después de anunciar que se casaban, aparece un vídeo del joven en pleno faena otra mujer en un festival techno en EE.UU. Tamara cancela todo, lo borra de su vida, corteja a un colega de su ex... y acaba reconciliándose. Volvemos a la casilla de salida: se casarán el próximo mes de julio en un bodorrio donde la jet-set tendrá que hacer pipí en tigres portátiles. El guion, digno de los telefilmes de sobremesa más cutres.
Onieva ha pasado por el purgatorio para recuperar a Tamara. Aparte de abrazar la fe católica, tan importante para Falcó, ha abandonado la fiesta y el desenfreno, o cuando menos ha puesto distancia. Ya no cierra las sesiones de la discoteca de la que es socio, el exclusivo Lula Club madrileño, el garito de la gente guapa de la capital de España. Hacía de relaciones públicas y parece que se lo tomaba demasiado en serio. Pidió un cambio de funciones y le concedieron la gracia: pasaba de estar sobre el terreno a la dirección del departamento, ocupando un despachito. Ahora mira los toros desde la barrera, vaya. Pero a pesar de este cordón sanitario autoimpuesto para salvar su romance, los riesgos, la mala prensa y los escándalos propios de estos ambientes lo persiguen. A él y a Tamara, que se habrá quedado de piedra estos días a raíz de un episodio muy fuerte.
Redada gigantesca de la policía nacional en la exclusiva discoteca de Íñigo Onieva
'El Programa de Ana Rosa' ha ofrecido la bomba: durante la madrugada del pasado viernes la sala de Onieva recibió una visita tan numerosa como preocupante. 40 agentes de la policía nacional accedían al local y no era por una despedida de soltero ni para hacer un afterwork. No, aquello era una redada de grandes dimensiones en la que participaban unidades como el Grupo Operativo de Respuesta o la Unidad de Prevención y Reacción. No eran los uniformados que hacen los carnets de identidad. ¿Qué buscaban? Drogas, armas e indicios de criminalidad. En el Lula Club, donde se supone que solo hay VIPS guapísimos y santitos que pagan entre 40 y 400 euros, como mínimo, para pasar de la puerta. Parece que las fuerzas del orden tenían una información diferente, porque el despliegue era potentísimo. Imaginen el susto de Falcó viendo a Ana Rosa, "Ay, que Íñigo es como Froilán. No, por favor".
Los agentes registraron la sala y a los clientes buscando drogas, armas e indicios de criminalidad
Los efectivos policiales, incluyendo a agentes de paisano, entraron a la una de la madrugada y pasaron horas registrando la discoteca: reservados VIPS, lavabos, guardarropa, cada centímetro del recinto. ¿Lo más llamativo? Que no hubo detenidos, aunque sí denuncias por consumo y tenencia de estupefacientes, aparte del decomiso de diferentes sustancias. El alboroto en el exterior fue notable: los porteros cerraron el paso a nuevos clientes, mientras que los uniformados no dejaban que nadie se marchara del garito hasta que miraron de cabo a rabo a todos los que disfrutaban de la juerga. Un final más o menos feliz, pero la reputación de Onieva y, por extensión, la de Tamara, queda salpicada por el escándalo. Este es el peaje que tiene que pagar la marquesa por su tozudez.
Los pijos madrileños están desatados. A ver quién es el siguiente.