Atraco. Robo a mano armada. Escándalo. Pueden buscar los sinónimos que quieran para ilustrar qué pasó este martes en Milán. No sé cómo estarán el resto de culés, pero servidor está que trina. La sensación de impotencia, rabia, frustración, indignación y cabreo crece a medida que van pasando las horas. Lo que perpetraron el árbitro y el VAR en el partido de Champions entre el Inter de Milán y el Barça tiene difícil justificación. O son unos ineptos inválidos para arbitrar ni un partido de solteros contra casados o, lo que sería más grave, hay toda la mala intención del mundo, toda la voluntad de pitar cosas (o no pitarlas) sabiendo que están cometiendo un error y están tomando partido deliberadamente. "Estoy cabreado, indignado, ha sido una injusticia", decía Xavi. Y tiene toda la razón.
Vayamos por partes. Primero, el VAR se comió una flagrante entrada de Calhanoglu al tobillo de Busquets que se tendría que haber revisado y ser roja. Ya sabemos, sin embargo, que en cosas de apreciación, es más complicado. Pero lo que no tiene interpretación posible es, por una parte, que en el gol anulado en Pedri, pitaran manos de Ansu. La normativa de este año, como bien recordó el exsegundo entrenador del Barça y actual primer entrenador del Andorra, Eder Sarabia, dice que unas manos involuntarias de un atacante, si después marca un compañero, no tendrían que ser motivo por anular el gol. O un empujón a Lewandowski que tampoco fue revisado ni nada. Por si las moscas.
Evidentemente, sin embargo, la traca final, el penalti no pitado a favor del Barça en el tiempo de descuento, por unas manos clamorosas de Dumfries que el árbitro no tuvo las santas narices de ir a revisar al VAR. Ni desde el videoarbitraje lo avisaron de que fuera a verlo ni él fue voluntariamente. Unas manos que no permiten interpretaciones ni dudas. Unas manos absolutamente descaradas.
Después nos dirán que no pensemos en conjuras extrañas, pero todo hace un tufo de podrido que echa para atrás. Slavko Vincic, el árbitro de ayer, es esloveno, como el presidente de la UEFA, Alexksander Ceferin, que ya sabemos que con todo aquello de la Superliga, la UEFA y el Barça no es que sean los mejores amigos precisamente. O que el árbitro del VAR, Pol Van Boekel, que tuvo la poca vergüenza de no decirle a Vincic que eran manos, también fue el árbitro que había en el VAR en el Bayern-Barça y que se comió un penalti clamoroso a Dembelé. Faltaba, sin embargo, la guinda. Entendemos que El Chiringuito sea un programa que basa su existencia en la crispación, en hurgar en las derrotas rivales, especialmente, por parte de la bancada madridista, que no indisimula el odio al Barça y que con cada descalabro azulgrana mojan pan. Entendemos que el modus vivendi del programa de Pedrerol sea la polémica y la mofa de los tertulianos como Juanma Rodríguez, Alfredo Duro, Edu Aguirre y compañía hacia el Barça, mucho más agrios y lamentables que la que reciben los madridistas cuando los tertulianos culés hablan. Pero una cosa es buscar hurgar en la herida y la otra, directamente, mentir de manera abyecta, patética, voluntaria y vomitiva como lo ha hecho Tomás Roncero.
Alguien le tendría que decir a Pedrerol que no todo vale. Que cuando uno de los colaboradores de su programa dice estupideces, lo tendría que hacer callar o directamente, después de oír la sandez, no seguir por este camino. No todo es debatible. Sólo oír cómo este hooligan madridista dijo que no es penal porque la toca antes el defensa con la frente, Pedrerol tendría que haber dicho que una cosa son los colores, y la otra, faltar a la verdad para seguir irritando al personal. Valoramos cuándo dice "¿Estamos de broma o qué"?, atónito de que el tertuliano dijera una imbecilidad. Pero algún día sería bueno que se plantara y dijera alguna cosa como "Debatiremos lo que sea, pero no consentiré que se mienta en mi programa". ¿Lo mejor? Jota Jordi, cuando dice una verdad como un templo: "Es que no se puede debatir esto. Es que perdemos credibilidad". La red, echando fuego por las muelas:
Pedrerol, no todo vale.