Si echan de menos a Toni Cruanyes en TV3, no se alarmen. El presentador del Telenotícies Vespre hace días que dijo adiós a Sant Joan Despí y disfruta de las vacaciones junto a su familia, su marido Eugeni Villalbí y las dos criaturas que llenan su hogar de alegría. Bueno, un matiz: Eugeni da la impresión que todavía está ajetreado, después de haber sido nombrado como un flamante diputado en el Parlament de Catalunya. Eso quiere decir que Barcelona y el Parque de la Ciutadella lo reclaman. Quizás por eso volvieron de Canet de Mar, localidad de origen del presentador, desde donde compartía la belleza y la naturaleza del Maresme con sus 133.000 seguidores. Una vuelta en la que no perdía el tiempo, yendo a una obra de teatro en el Poliorama, "De qué hablamos cuando no hablamos de toda esta mierda".
Sea como sea, Cruanyes es mucho de admirar el paisaje: también los urbanos. Y ha estrenado la semana con un paseo nocturno por un entorno que mezcla dos ingredientes: ser el pulmón verde de la ciudad y evocar recuerdos y un sentimiento de orgullo que comparten muchos ciudadanos barceloneses y catalanes: la Montaña Mágica de Montjuïc.
Ahora que buena parte de la actualidad diaria es en torno a los Juegos Olímpicos de Tokio, Cruanyes comparte este espíritu recorriendo el Anillo Olímpico de Barcelona 92. Han pasado 29 años y dos días desde que aquella famosa flecha en llamas de Antonio Rebollo encendiera el pebetero del Estadio Olímpico, un momento imborrable para diferentes generaciones. Una de ellas, la del periodista: en aquella época tenía 17 años, muchos sueños y una ilusión gigantesca por vivir aquella cita mundial e histórica, que transformaba la capital del país. Nada volvería a ser como antes: ni a nivel arquitetónico, ni social, ni tampoco para la imagen internacional de Catalunya, su cultura e incluso su lengua.
Quizás por eso quiso enseñar a sus chiquillos estos rincones tan importantes de nuestra historia reciente, o puede que movido únicamente por un ramalazo de nostalgia, pero el caso es que Toni inmortalizó el aspecto que presentaban los alrededores del Palau Sant Jordi, junto de la Avinguda de l'Estadi, mientras el sol se iba poniendo y dejando una estampa preciosa. Y expresaba lo que sentía: un corazón por aquella Barcelona de 1992, la de su juventud, la de "nuestros" Juegos.
El verano avanza y a Cruanyes todavía le faltan muchas cosas para hacer, disfrutar y compartir. Estaremos atentos.