Los barceloneses vuelven la espalda a determinadas estructuras de la ciudad, que son consideradas simples atracciones para turistas. Una de estas instalaciones poco apreciadas es el teleférico del Port. Todos los barceloneses han visto en alguna ocasión las vagonetas rojas que cuelgan sobre el puerto, pero no son muchos los que se han introducido para ver su ciudad desde los aires. Y, a pesar de todo, es una experiencia que realmente vale la pena. Son 1.300 metros de trayecto que unen tres puntos de Barcelona en tan sólo diez minutos. Con otros medios de transporte estos puntos parecen bien lejanos y, sin duda, se tarda mucho más.
La Barcelona aérea
El viaje con el teleférico del Port permite unas vistas magníficas de la ciudad. Nos acerca a vuelo de pájaro a las zonas históricas de la urbe, como el barrio de la Barceloneta, pero también permite una mirada diferente sobre las infraestructuras nuevas: las torres Mapfre, el hotel Vela y sobre todo el World Trade Center. En las vagonetas se puede disfrutar de una mirada insólita sobre las zonas turísticas de Drassanes y las Rambles, pero también sobre los tejados y las terrazas del Raval y del Poble Sec. Con este medio se puede disfrutar de zonas del puerto que, a diferencia del Moll de la Fusta u otras zonas del Port Vell, normalmente no son accesibles a los visitantes: desde los astilleros de yates deportivos hasta zonas de embarque de coches o de mercancías, pasando por el puerto de pescadores. El teleférico pasa, también, por encima de la parte más abandonada de la montaña de Montjuïc, una zona sin presencia de turismo. Si dirigimos la mirada hacia abajo, permanentemente podremos ver algunas embarcaciones deportivas, y en el horizonte nunca faltan los aviones que se dirigen a aterrizar al aeropuerto del Prat.
De Miramar a la Barceloneta
Las vagonetas rojas del Teleférico conectan dos zonas turísticas: el parque de Montjuïc (con su salida de Miramar) y la Barceloneta (con la torre de Sant Sebastià), con parada justo en medio del puerto, cerca del World Trade Center, en la Torre Jaume I. Es, pues, un medio ideal si queremos ir a ver los jardines de Montjuïc, o un sistema original y divertido para ir al castillo (con un paseo podemos llegar hasta el teleférico que nos sube hasta el castillo, en la parte superior de la montaña). Pero también podemos tomar el teleférico antes de ir a comer un arroz con bogavante a la Barceloneta o de darse un paseo por la arena de la playa.
Una infraestructura maldita
El teleférico era un proyecto de Carles Buigas, el creador del recinto de la Exposición Internacional de 1929 y de la Font Màgica de Montjuïc. Formaba parte de los complementos previstos para la gran exposición, pero no llegó a construirse a tiempo por falta de presupuesto. De hecho, se inauguró en 1931. Pero al estallar la guerra se cerró y quedó abandonado. En 1957 un helicóptero de la flota norteamericana, que visitaba Barcelona, chocó con los cables y murieron los nueve ocupantes del aparato. Después de este accidente se decidió restaurar la instalación, que volvió a ponerse en funcionamiento en 1963. Pero no consiguió captar a muchos visitantes. En 1995 volvería a cerrarse y pasaría un tiempo cerrado. En 2000 volvería a ponerse en marcha con las instalaciones renovadas.
Comida a las alturas
En la torre situada en la Barceloneta, en uno de los extremos de los teleférico, se sitúa el restaurante Torre d'Alta mar, que se define como un establecimiento de cocina mediterránea, con predominio de los platos de pescado. Pretende combinar unas magníficas vistas con la alta gastronomía. No es preciso coger el teleférico para visitarlo.
Breve e intenso
El trayecto con el teleférico es breve, pero intenso. No suele dejar a nadie indiferente. El viaje en la vagoneta puede ser un magnífico colofón a una excursión por la Barceloneta o por Montjuïc. El teleférico, en verano, está abierto de 10.30h a 20h. El precio del viaje de ida es de 11 €, y la ida y vuelta sale por 16,50 €.