El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hace días que está en Lanzarote disfrutando de sus vacaciones. Sí, como cualquier 'españolito'. Bueno, con algunas diferencias: en su caso el viaje y la estancia son gratis, o mejor dicho: pagados a 'escote' por los ciudadanos. El del PSOE disfruta del encanto de la isla canaria que inspiró al genial artista César Manrique, y lo hace en la residencia de La Mareta, un enclave lleno de comodidades. Hasta aquí, todo bien. El problema es que el cargo de presidente puede estropearte el descanso y el relax en un abrir y cerrar de ojos.
La situación en Afganistán y los talibanes, un verdadero drama humanitario por la dejadez de Occidente, le ha obligado a dejar de lado el traje de baño, la toalla y la piscina, y ponerse al frente del ejecutivo para repatriar a los españoles y colaboradores afganos antes de que sea demasiado tarde. Se ve que la operación de rescate le ha cogido de mala gana. O a contrapié. Sánchez ha ido a toda prisa al armario, se ha puesto el traje de estadista... y ha olvidado un detalle que nos hace pensar en Jaime Marichalar. Sí, el exmarido de Elena de Borbón, el único hombre del planeta que sube a lanchas con mocasines, americana y corbata. Después pasa lo que pasa.
Pedro no llevaba mocasines, no. Su problema era que se había olvidado de quitarse las alpargatas. O quizás no lo había olvidado, y pensaba que quedarían escondidas ante sus interlocutores. No iba errado, aunque se olvidó de que vivíamos en la era de las redes sociales: la fotografía que le hicieron para documentar la reunión de trabajo dejaba al descubierto este calzado y que, seguramente, venía de la piscina o de la playa. Un imán para sus haters, claro: la derecha cavernícola se le ha tirado encima. Y Moncloa intentó tapar la pifia, incómoda con la situación.
Uno de los que han destacado con sus cachondeos, el alcalde de Madrid y portavoz nacional del PP, José Luis Martínez Almeida. No queremos ser malos, pero no parece que el hombre esté capacitado para hablar de estilismos y vestuarios, la verdad. Tampoco de ortografía y sintaxis: su tuit es un disparate absoluto, como buen colega de Toni Cantó y su ridícula 'Oficina del Español'. El día que enseñaban la utilización de los signos de puntuación, Almeida hizo novillos. Se ha lucido.
Entre unos y otros, la competición de ver quién la hace más absurda y ridícula no tiene fin. Son un chiste. Y de los malos.