Wimbledon es el tercer Grand Slam del circuito tenístico internacional. Y puede que el tercer trofeo del año ganado de forma consecutiva por Rafael Nadal, que quiere alcanzar la gesta a pesar de su grave lesión en el pie. Llegaría al 24.º gran título de su increíble carrera deportiva con 36 años y la noticia del embarazo de su mujer Mery Perelló todavía coleando. No será fácil, pero lo dará todo hasta que el cuerpo aguante. Asegura espectáculo sobre la pista, como pasa con Djokovic o Alcaraz en la categoría masculina. Ganar en Wimbledon tiene un gusto especial para cualquier tenista, él lo ha hecho en dos ocasiones y quiere la tercera. Porque el torneo inglés es diferente. En todo. Como los propios británicos, vaya.
A ver, estamos de acuerdo en que el tenis es un deporte muy seguido por millones de fans. De todos ellos son muy pocos los que pueden asistir a los partidos, comparándolo con el fútbol, por ejemplo. La mayoría lo vemos por televisión, porque además las retransmisiones, técnicamente, son una pasada. Los más freakis pueden llegar a ver todos los partidos del campeonato, y aseguramos que son muchos. Masculino, femenino, dobles... No todo son partidazos. Hay enfrentamientos con jugadores no demasiado conocidos, pero sin embargo hay gente en las gradas, y otros siguiéndolos desde el sofá de casa. Lo que pasa es que, visto lo que hemos visto por televisión y en la red, hay otra gran diferencia entre los aficionados: cuándo el partido es insufrible, o te duermes o apagas la tele. Si estás allí, en una pista, o te vas o buscas alternativas para animar la cosa.
Resulta que en una de estas pistas anexas a la imponente central donde juegan las figuras había dos asistentes, como mínimo, que estaban muy a gustito sentados en sus localidades. Con su copita de plástico pero con un diseño muy adecuado para la ocasión, tomando alguna bebida refrescante y, tratándose del Reino Unido, probablemente alcohólica. Para coger el puntillo, ya saben. Ellos pensaban que absolutamente nadie los estaba observando durante su tarde tenística, mientras reían y compartían un rato fantástico de colegas, y tal. Pero no fue así. Un realizador y un cámara se quedaron obnubilados con la parejita, que daban muy bien por pantalla, pero que escondían un secreto. O vaya, es lo que piensa toda la humanidad de su gesto explícito, inmortalizado para siempre.
A ver, la descripción es esta. El sujeto de la derecha mueve las manos y las coloca en una zona donde quedan tapadas por el mostrador que hace de barra de bar. Unas extremidades que extraen y manipulan algo sacado de un bolso. Presumiblemente, desmenuzándola. Pero no es más que eso: una presunción. Este es el único argumento a favor de este individuo para no poder afirmar que lo que pasa nada más después, cuando las manos vuelven a aparecer y empolva la bebida del amigo con una sustancia, es que estarían utilizando estupefacientes en su juerga tenística. Uno que se ingiere de esta manera, muy conocido en festivales masivos, afters, raves y demás. Precisamente lo primero que ha pensado Òscar Broc, colaborador histórico de Alfonso Arús y que se ha quedado con pocas palabras. "La rave de Wimbledon". Un desfase más.
El show no es sólo el de la raqueta. En Wimbledon puede pasar de todo.