Si cogiéramos una máquina del tiempo para viajar un lustro, o más, atrás, hoy la mayoría de independentistas se habrían levantado bien contentos para ponerse la camiseta de cada Diada y se irían a Barcelona para poner la flor y nata del cuerpo dentro de una performance que habría acabado en una nueva foto histórica. Muy lejos de este entusiasmo, hoy el independentismo celebra su Christmas particular sin perspectivas de resurrección, en minoría en el Parlament, con todos los partidos notoriamente ajenos a la unidad de acción (algunos de ellos, empantanados en batallitas de auténtico parvulario) y unos liderazgos caducados que solo defienden a los religiosos del personalismo. Resulta la mar de normal, en definitiva, que los independentistas vivamos la Diada intentando disimular la vergüenza ajena, con cara de tontos, y que la peña aproveche los últimos coletazos del verano para ir a hacer un poco el burro en la playa.
Las organizaciones cívicas del movimiento no ayudan mucho a la movilización. Òmnium Cultural ha decidido que es mejor tomárselo todo con un poco de filosofía y montar una fiesta en el paseo Lluís Companys, donde los discursos políticos no pasen de una horita, y así la militancia pueda desbravarse disfrutando de conciertos con integrantes de Euforia y grupos de contrastada solvencia como Al·lèrgiques al pol·len o Flashy Ice Cream. Ho tenim a tocar. Con respecto a la ANC, la cosa es más complicada, pues su capataz se desgañita de lo lindo para reivindicarse como piedra angular del independentismo y su unidad, mientras paralelamente se dedica a despotricar de Esquerra todo el día y a hacer ver que ser un furibundo puigdemontista no tiene nada que ver con pasarse a la casi militancia de Junts. Todo resulta muy confuso, y no me extraña que la gente de Òmnium haya querido salvar el chiringuito con música.
Si en esta situación paupérrima y con unos liderazgos de pacotilla, el independentismo aún supera el 40% de aceptación, la cosa significa que el movimiento está hecho a prueba de misiles
Visto el panorama (en el que habría que sumar que la CUP se encuentra en la perpetua recherche de su identidad sexual), es comprensible que el elector independentista tenga más bien pocas ganas de manifestarse o de celebrar nada que no sea el calor matizado de septiembre. Pero servidora, que tiende al pesimismo de natural, cree que hay que hacer todo lo contrario. Primero, por un hecho muy contrastable; si en esta situación paupérrima y con unos liderazgos de pacotilla, el independentismo todavía mantiene cifras superiores al 40% de aceptación entre los catalanes, la cosa significa que la robustez del movimiento está hecha a prueba de misiles. La rendición de Puigdemont y Junqueras con los indultos y el intento de pacificación catalana de Sánchez con la amnistía han sido un truco de magia para residualizar el movimiento secesionista: pues bien, la buena noticia es que el tiro se ha desviado y la criatura aún respira.
Paralelamente, y como ha demostrado el abstencionismo activo de los últimos comicios, la masa indepe ha entendido que los liderazgos que nos llevaron al 1-O (y las actitudes parsimoniosas de Òmnium y la ANC ante la estafa del procés) están absolutamente hipotecados al Estado español. La transición hacia un independentismo más despierto no ha sido fácil, y cada uno ha pasado el luto y la rabia como ha podido; pero el cambio de mentalidad ya es imparable y esto hay que celebrarlo, especialmente en la Diada de hoy. Los tránsitos de época no pasan en las calles ni en las revoluciones fogosas, como creen los indocumentados, sino en el espíritu de los individuos. Así pues, importa un bledo si celebras el éxito del nuevo independentismo en la calle con sombrero de paja o si prefieres reivindicarlo en la biblioteca o (¡mi especialidad!) en el sofá. Mientras no te dejes robar la transformación interior, importa un comino si las calles están vacías y ya no son nuestras.
Hoy celebramos que las cosas han cambiado interiormente, aunque esto no se note en el mundo exterior, ya que cuanto más individuales y fuertes son los cambios, más acostumbran a revertir en los colectivos y, finalmente, en el mundo de la política. Hay que celebrar muchas cosas, aunque sea con el rostro triste. Ahora nos tocará vivir una época bien jodida y bajo el barbecho del tedio socialista. Pero el conflicto nacional resurgirá y tener la lección bien aprendida es una ventaja que nunca podremos celebrar lo suficiente. Bona Diada, conciudadanos. Tened paciencia, que entre todos no han podido con nosotros.