Algún día alguien estudiará a fondo la influencia del aznarismo en la crispación que sufre España. Aznar, un guerracivilista integrista, alimentó el nacionalismo español partidista, y tan excluyente que incluso lo era (y lo es) con los propios españoles. O eres como yo digo o pasas a ser de los “otros”. Rajoy incluido.
Total, que aquella España felipista del pacto vascoandaluz dio paso a una nueva derecha extrema sin complejos que renegaba de la moderación de la transición y que estaba liderada por un iluminado que deliraba con gobernar el mundo mano a mano con el eje anglosajón. Y así el españolismo de la periferia dio paso a la España del trigo que ya había superado los remordimientos del franquismo y que recuperó el concepto Paco: “Pacojones los mios”.
Y así nos encontramos que ahora, como consecuencia de todo aquello, cada vez que rascas en la biografía de alguno de los iluminados (o iluminadas) situados en lugares discretos pero llenos de poder de la política, la sociedad, el deporte, el periodismo o la judicatura política española, quién no tiene un ajo tiene una cebolla.
Y el ajo puede ser una delegada del Gobierno hija de falangista por vía sanguínea e hija de sindicato vertical por vía laboral. La cebolla puede ser que el presidente de la Liga de Fútbol Profesional sea un ex líder de Fuerza Nueva. Y el cebollino puede ser un montón de periodistas con mucha voz y mucha opinión que serían expulsados del acto del día de la Hispanidad en Montjuïc por radicales.
Y eso, es tener muy mala suerte.
Que un montón de neofranquistas ocupen lugares clave en la sala de máquinas de la España del 2016 es, hoy por hoy, el gran problema del Estado. La crisis tiene solución. El déficit tiene solución. La falta de proyecto tiene solución. Incluso el conflicto catalán tiene solución. Pero esta aluminosis casposa que les impregna las estructuras amenaza con impedirles conseguir una España sana, democráticamente hablando. Una España donde las cosas dejen de hacerse por el método Paco contra los catalanes, sí, pero también contra los millones de españoles que no sólo no tienen ningún pasado neofranquista sino que no desean tener una cosa como ésta en su futuro.