El más que probable crecimiento de la extrema derecha en el Parlamento Europeo centra la atención de las elecciones de este domingo. Pero en las raíces del desencanto social que la alimenta, existen multitud de carencias y desafíos económicos: la pérdida de competitividad y productividad ante China y Estados Unidos sin una gran tecnológica que haga sombra a sus gigantes y desarrolle nubes de datos o Inteligencia Artificial, el desencanto del campo ante una agenda climática que dificulta su trabajo, la falta de una integración económica real y una transición energética con luces y sombras.
Los expertos coinciden en las soluciones, que no pasan por una agenda nacionalista como la que proponen Vox y sus compañeros de viaje europeos, sino por lo contrario: más europeísmo con sumas de fuerzas y empresas transnacionales, un verdadero mercado único que se refleje también en una Bolsa europea y unión financiera y, sobre todo, más inversiones. Reformar una casa vieja, rehabilitarla, es imposible sin dinero.
Hacia ese camino apunta el reciente informe del ex primer ministro italiano Enrico Letta, publicado el pasado mes de abril y convertido de inmediato en faro del europeísmo económico, y el discurso del Mario Draghi, también ex primer ministro italiano y ex presidente del Banco Central Europeo, previo a otro informe que se publicará después de las elecciones. Ambos apuntan hacia la misma dirección: más mercado único y mayor integración para que las empresas europeas puedan crecer y combatir con las estadounidenses.
La inversión, eje de todos los retos
Coincide con Letta y Draghi Raymond Torres, director de coyuntura económica de Funcas que también publicó recientemente un informe sobre los retos económicos de la Unión Europea. “El primer reto europeo es el de la inversión, necesaria para alcanzar los objetivos de descarbonización, digitalización y desarrollo de la Inteligencia Artificial. Si ves la evolución de Europa y la de Estados Unidos, existe una brecha muy importante”, explica a ON ECONOMIA. La bajada de los tipos puede favorecer la inversión, pero el déficit con relación a Estados Unidos o China difícilmente se paliará solo con esto.
Aunque el futuro de las empresas no lo determinará quien salga del Parlamento Europeo, las propuestas nacionalistas, antiinmigración y en contra de la agenda 2030 de la extrema derecha, así como la crispación que promueven, no son el mejor de los escenarios para una Europa unida y concentrada en mejorar su competitividad y su productividad económicas para que el empleo de calidad llegue a todos los rincones.
How should our 🇪🇺 #SingleMarket look in the future? The @EUCouncil has welcomed the momentum created by @EnricoLetta's proposal to revamp it.
— EUScience&Innovation🇪🇺 (@EUScienceInnov) May 27, 2024
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“Son partidos que no quieren incrementar el presupuesto público europeo y eso puede frenar las inversiones públicas y no estimular las privadas”, considera Torres. “Que la extrema derecha gane fuerza en el Parlamento puede ralentizar la política energética u orientar sobre cuál será el presidente de la Comisión. Que Von der Leyen diga ahora que Meloni no es tan extrema derecha es porque es consciente de que se pueden romper las mayorías y consensos históricos, que en Europa se ponen de acuerdo”, aporta Xavi Ferrer, presidente de la comisión económica internacional del Col·legi de Economistas de Catalunya.
Según las cifras de la OCDE utilizadas por Torres para uno de sus últimos artículos sobre Europa, la inversión extranjera directa en Estados Unidos ha sido en el periodo más reciente prácticamente idéntica a la etapa anterior a la crisis, con una media de 353.000 millones de dólares anuales, mientras que en China ha decrecido de una manera suave, pasando de 201 a 116.000 millones de dólares anuales. El batacazo llega en la Unión Europea, donde se ha pasado de una inversión extranjera de 478.000 millones de euros a una inversión negativa, de -98.0000 euros por las desinversiones y repatriaciones de capital.
En ese mismo periodo, en cambio, la salida de inversión estadounidense pasó de ser de 172.000 millones a -73.000 millones. O sea, entró el mismo capital en Estados Unidos pero salió mucho menos, mientras que en Europa sucedió lo contrario: salió más capital y entró menos.
“El déficit de inversión coexiste con un ahorro importante, pero entre el 10 y el 15% de lo que se ahorra en Europa se exporta para invertir en Estados Unidos”, aclara Torres, que defiende “promover la unión financiera en Europa para que se facilite el flujo de ahorros en la Unión Europea” y eliminar ciertas trabas de supervisión “que generan muy poca fusión transfronteriza”. Letta, en su informe, aboga por una Bolsa única en la UE.
Europa, sin gigantes tech
Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Nvidia, Meta y Tesla, conocidas como las 7 magníficas, son las mayores empresas tecnológicas del mundo y están entre un top 10 de empresas con mayor capitalización del mundo que completan la petrolera Saudí Aramco, en el número 3, y las norteamericanas de finanzas y farmacéutica Berkshire Hathaway y Eli Lilly, respectivamente. ¿Por qué no existe un Google europeo, por qué no hay una sola tecnológica europea entre las más potentes y ni una europea en el top 10 mundial?
La falta de inversión, de nuevo, es la respuesta más sencilla a esta pregunta y la que defiende Torres, de Funcas. Xavier Ferrer, apunta también a un “exceso de regulación” que está haciendo perder la batalla a Europa en la carrera por la Inteligencia Artificial, en manos por ahora de las grandes tecnológicas asiáticas y estadounidenses.
“La dificultad de hacer fusiones entre diferentes países complica el crecimiento de las grandes empresas que podrían desarrollar la Inteligencia Artificial. Mientras otros países la desarrollan, en Europa se regulan incluso antes de su existencia. Esta regulación tiene sus beneficios para evitar ciertos riesgos, pero el beneficio económico se lo llevan otros países”, desarrolla Ferrer. Mientras las empresas europeas tienen gran dificultad para fusionarse, la idea de mercado único pierde cierto sentido y los países compiten entre sí en vez de unir sus fuerzas.
En efecto, la pionera regulación europea protege a los ciudadanos ante riesgos de suplantación ilegal, manipulación cognitiva o copia de contenidos no autorizados, pero mientras la tecnología no sea desarrollada por empresas europeas los estándares son mucho más difíciles de controlar.
Del mismo modo, el hecho de que las grandes nubes digitales de información, como la de Google o Apple, sean de origen estaodunidense, facilita a los Estados Unidos su acceso y dificulta su regulación europea, pese a los esfuerzos. Ante este panorama, “la migración del talento europeo en busca de oportunidades fuera de la Unión Europea está minando la capacidad de la UE de innovar”, reconocía Letta en su informe.
Sin escala no hay productividad
La falta de competitividad de las empresas se ha traducido también en una menor productividad en comparación a los Estados Unidos, que recoge también el informe Letta en esta frase contundente: “Mientras el PIB per cápita ha crecido en Estados Unidos casi un 60% entre 1993 y 2022, en Europa el crecimiento ha sido menor al 30%”.
Caixabank Research publicó hace cinco días un informe que detallaba que el crecimiento medio de la productividad entre los años 2000 y 2022 fue tan solo del 1,2%. Quedaba, en el gráfico, rezagado frente a los Estados Unidos. El motivo, para Oriol Aspachs, autor del informe, es que “Europa no tiene ninguna de les empresas punteras del mundo” y no ha habido una integración real de mercados a la hora de favorecer el crecimiento de las multinacionales europeas.
Además, el mapa europeo de la productividad muestra cómo “va por regiones” y “la alta productividad está totalmente concentrada en la región del Norte de Europa”, con algunas excepciones como el País Vasco, que opera como Galia de Asterix productiva en España, y con una caída preocupante de zonas como el norte de Italia. “Pero aun el crecimiento de las regiones más competitivas sigue siendo mucho menor que el de Estados Unidos”, completa Aspachs.
El papel público en la Inteligencia Artificial
Y si la inversión privada dentro de Europa tiene amplio margen de crecimiento, la pública, pese a la gran cantidad de fondos movilizados tras la covid y la guerra de Ucrania hacia el rescate de algunos sectores, la digitalización y la transición económica, insuficientes en comparación con otros estímulos.
Si algo será necesario para desarrollar la Inteligencia Artificial y ahondar en la digitalización serán microchips, uno de los sectores clave de la nueva industria. Y mientras la Unión Europea prevé, o sea que aún no los ha movilizado, invertir 43.000 millones en ellos para competir con China y Estados Unidos, la administración Biden respalda con una inversión de 280.000 millones de dólares a su ley de microchips anunciada el pasado año.
Y, además, ha anunciado aranceles a la entrada de microchips chinos, proceso enmarcado en lo que Torres, de Funcas, llama “desglobalización”, en que los estados vuelven a competir y a ser proteccionistas en lugar de cooperar y apostar por el libre comercio. Ante este nuevo proteccionismo en el que ganan los grandes, una Unión Europea de pequeños actores no interconectados tendría las de perder.
En una de las pocas cuestiones en las que la Unión Europea, en parte motivada por la guerra de Ucrania y la necesidad de cortar la dependencia del gas ruso, se ha puesto las pilas con respecto a Estados Unidos es en la instalación de renovables. En los últimos 5 años, ha instalado 187,9 GW de energía eólica y fotovoltaica, que ya representan un 26,6% del total de luz que consumen, elevando las renovables al 41% de la electricidad.
Una transición energética con incógnitas
Pero ese mérito, aunque sirve de inicio para atraer inversiones industriales (estar cerca de renovables implica energía a muy buen precio, y eso interesa por ejemplo a los recientes centros de datos aprobados en España), puede no servir de mucho si China y Estados Unidos dan el acelerón. Porque, aunque vayan más tarde, la potencia de sus inversiones y su rapidez de ejecución puede adelantar rápidamente a Europa. Para muestra, un botón: esta misma semana China ponía en marcha el mayor proyecto fotovoltaico del mundo, con 5 GW y tan grande como Nueva York.
Además, “no se va tan rápido como prevén la agenda 2030 y 2050”, apunta Torres, del Col·legi de Economistas, que recuerda que, con la crisis de precios del gas, “hubo que activar el carbón” en algunos casos. “Habrá que ver si el tejido empresarial puede ir al ritmo exigido de transición energética y, por otra parte, qué pasa con las nucleares, donde en Europa hay opiniones dispares, con Alemania dispuesta a cerrarlas y Francia declarándolas energía limpia”, añade.
En efecto, al tiempo que avanza el camino hacia una cobertura eléctrica 100% renovable (según los estudios llegaremos en 2030 al 72%) que requerirá mejoras en las deterioradas redes, existen otras muchas incógnitas en cuanto a la transición energética, como quién descarbonizará los sectores industriales que necesitan mayores temperaturas que la electricidad (todo apunta a que serán los biogases), qué papel tendrá el hidrógeno verde y si éste está siendo sobredimensionado y qué pasará con la energía nuclear.
Habrá que ver también si los coches eléctricos, cuyos fabricantes están más seducidos por los estímulos estadounidenses (porque son mayores) que por los europeos, se despliegan como gran industria en Europa y si su implementación clave para descarbonizar la automoción se acelera, pues sigue aún estancada por los altos precios, la demora de pago de subvenciones, la falta de puntos de recarga y tal vez cierta romantización del tubo de escape y el olor a gasolina, entre otras trabas.
También cabrá ver si, en caso de que la Inteligencia Artificial y los centros de datos aterricen con mayor fuerza en Europa, bastará con la electricidad producida, pues su consumo es ingente, y también cómo resuelve la Unión Europea la nueva dependencia creada tras romper la del gas ruso: la mayoría de materias primas con las que se fabrican las placas fotovoltaicas vienen de China.
Ante la ira del campo
Todo ello, de nuevo dependiente de mayores inversiones, son las principales preocupaciones de la Unión Europea de cara a la Agenda 2030 y existe a su alrededor cierto consenso empresarial. Pero no sucede lo mismo con otra cara de la Agenda 2030: la del campo. Las mayores protestas de la historia reciente, y seguramente la más transfronterizas en Europa, tuvieron que ver con ello.
Los agricultores, que venden su producto a un precio muy inferior al que llega a los supermercados (unas 4 veces menos en España, 7 en los peores casos), se quejaban de cómo las nuevas normativas europeas ambientales les exigen una burocracia y unas formas de cultivo que minan su productividad y sus márgenes, que ya no eran enormes antes de esta nueva agenda.
Pero, aunque suene ya a reiterativo, también la crisis del campo tiene que ver con las inversiones. Mientras que los grandes productores del campo no tienen problemas para adaptarse a esas normativas o incluso para llevarse parte de la producción a países como Marruecos con menores exigencias, los pequeños agricultores se sienten asfixiados. Los pequeños, sin capacidad para invertir y por tanto para crecer, acaban devorados o arrinconados por los grandes como sucede en tantos otros sectores.
Surge, además, una tensión por ese producto importado que no tiene que cumplir todas las exigencias europeas y que, por tanto, puede venderse a un precio más bajo. Y ahí empiezan a sonar también peticiones como un impuesto de carbono a la importación de productos que ya existen en Europa para dificultar la competencia desleal. Los aranceles, esa palabra que suena a viejo mundo, vuelven a la agenda de un mundo más proteccionista y tenso, y Estados Unidos los ha impuesto a los microchips chinos.
Tensión entre fronteras
La mayor muestra de tensión en Europa, con todo, es la invasión rusa de Ucrania, con al apoyo de un miembro de la UE como el presidente de Rusia, Viktor Orbán, y con el reciente apoyo alemán a que Ucrania ataque en Rusia. Son varias las voces que, ante este panorama, apuestan por una mayor inversión armamentística europea, entre ellas la propia Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Y ahí, de nuevo, existe una falta de inversiones europeas, cuyos países no pueden competir en armamento con los Estados Unidos, mucho más habituados a hacer negocio con los conflictos internacionales en los últimos años.
Mientras tanto, Ucrania, Moldavia, Serbia y otros seis países siguen siendo candidatos a la ampliación de la Unión Europea con una ampliación que la guerra podría acelerar. “Esto requeriría más fondos de cohesión”, recuerda Ferrer.
Pero la bandera que ha enarbolado más vehementemente la extrema derecha en estas elecciones ha sido la de la antiinmigración, no en contra de los ucranianos, pero sí en contra de cualquier respeto por los derechos humanos de los migrantes africanos o la igualdad de oportunidades y, además, de todos los estudios económicos que apuntan a que el envejecimiento europeo requiere de trabajadores jóvenes.
“En algunos sectores, la inmigración puede jugar un papel clave para cubrir vacantes que la gente de aquí no puede cubrir. Hay que recordar, además, que algunos huyen de efectos del cambio climático que se han producido desde Europa. Pero la gestión es difícil, provoca polarización y resurgimiento del nacionalismo, aunque desde el punto de vista económico es necesaria la inmigración”, reflexiona Torres, mientras que Ferrer apunta a una “política única migratoria europea” que permita armonizar la línea a seguir.