De cada diez nuevos cotizantes autónomos en 2023, nueve fueron mujeres, según un informe de ATA, y las dos terceras partes de los empleos creados desde la pandemia, según la Seguridad Social. Una evolución que ha permitido que en febrero el 36,8% de los afiliados al Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA) tengan nombre de mujer, una cifra histórica que supone casi 1,3 millones de autónomas. Se trata de un avance muy notable si se tiene en cuenta que los autónomos son un colectivo muy masculinizado, como resalta el secretario de Estado de la Seguridad Social, Borja Suárez.
Un crecimiento obtenido a pesar de las dificultades que supone el emprendimiento, como destaca Marta Bona, presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres Emprendedoras y Autónomas, Anmeya, a su vez autónoma y técnica de proyectos destinados a público objetivo de mujeres con pocos recursos y poca formación en gestión. “Les está costando mucho arrancar, por la necesidad de un colchón financiero que no siempre tienen. Lo que impide que se empiece a funcionar desde el primer día. Muchas abandonan y se hacen asalariadas”, señala. Porque, además de posibles inversiones, en el momento que levantan la persiana, tienen costes fijos como una gestoría, la cuota de autónomos, una campaña de marketing para darse a conocer, con presencia en redes y posiblemente una web.
Eso hace que muchas empiecen a trabajar en la economía sumergida, sin afiliarse al RETA, señala Bona. Una dificultad que no solo se da en los comienzos, pues la presidenta de Anmeya, con veinte años de experiencia, dice que va a dejarlo, porque no recibe ayudas públicas para asesorar a las mujeres que quieren emprender su propio negocio. “No hay ayudas para ayudar a las autónomas”, señala. Entre los hándicaps, además de la falta de financiación, reseña la burocracia que se exige para poner un negocio en marcha. Bona ha asesorado a Irene López, una gaditana que ha optado por tener su propio negocio, pero hay otros muchos casos recogidos por ATA.
Irene López: intervención y coaching estratégicos. Esta trabajadora social, empleada desde 2007 como asalariada, decidió dar un vuelco a su vida. Primero, porque no le gustaba su trabajo, pues considera que la ayuda en el ámbito social se limita al “asistencialismo”, dice. Y segundo, por sus condiciones personales, que tras un divorcio tiene que educar a una hija de seis años. La solución a ambos problemas fue ser su propia jefa, por lo que abandonó su empleo fijo, vendió su casa y empezó a estudiar intervención estratégica, una herramienta de coaching inventada hace 30 años por Tony Robbins.
Su objetivo sería unir a otras socias, que busquen, como ella, independencia y seguridad. Y respecto al miedo de dejar la nómina, López señala: “Más miedo da trabajar en un sitio que no te gusta y, encima, tener que pagar a alguien para que cuide de mi hija”. Explica que fue un paso muy meditado, incluyendo las necesidades financieras, pues la formación ha supuesto no solo tiempo, sino también dinero. En estos momentos, con su formación de intervención y coaching estratégico acabada, ha empezado la formación de marketing para aprender a dar visibilidad a su negocio. De momento, está usando el canal de Instagram.
Trabajar como autónoma le permite gestionar su tiempo y dedicarle tiempo a su hija, pues su servicio se realiza online, lo que, además, abre las puertas a un mercado muy amplio de habla hispánica. Y todo ello, dedicándose a lo que le gusta: ayudar a la gente. Su misión es enseñar a valorarse más, a localizar las emociones bloqueantes que limitan el desarrollo personal y profesional. Además, a diferencia de las largas sesiones de sicología, su nueva profesión ayuda a desbloquear en pocas sesiones a personas con depresión o ansiedad.
Inma Cardona, pescadera y frutera. Esta zaragozana ya es veterana en ser autónoma, pues regenta su negocio desde 2018. Es propietaria de un comercio que vende pescado y fruta en el pueblo zaragozano de Fuentes de Ebro, a 30 kilómetros de Zaragoza, que heredó de su padre y en el que trabajaba desde siempre, aunque como asalariada. Sin embargo, ahora ha dado su toque personal a la pescadería-frutería. “La remodelé, la puse más atractiva de cara al público. Los tiempos han cambiado -señala- con las redes sociales”. Ahora se está planteando abrir una página web.
Sobre el negocio, se lamenta de que este año ha notado una caída de las ventas por la subida de los precios de los alimentos, pero de momento se saca un salario normal, aunque con altibajos según los meses. “Pero si tuviese un asalariado, la cosa ya sería muy ajustada”, apunta. Así, todo depende de ella, lo cual tiene su lado bueno y su lado malo. De hecho, conoce a personas que han abierto su tienda y la han cerrado por “los quebraderos de cabeza que supone”, dice. En su caso, “la pega es que madrugo mucho”. Se levanta a las cuatro de la mañana para estar pronto en Mercazaragoza, con el fin de elegir el pescado, pero la tienda está abierta solo por la mañana.
De una de las cosas que más orgullosa se siente es de la venta de cestas de fruta personalizadas. “La idea surgió durante la pandemia, para el Día de la Madre, porque la gente no podía salir a la calle, pero yo sí, para repartir comida. Y se me ocurrió vender las cestas de regalo para enviar a las madres. Fue un éxito, prácticamente me quedé sin género y vendí 40 cestas”. Y, a día de hoy, sigue haciendo cestas personalizadas. “Siempre hay que poner ilusión. Si se apaga la ilusión, malo”, declara.
Victoria Herreros, producción y venta de ropa. Su caso es un clásico, pues ha llegado al trabajo por cuenta propia después de que la despidiesen de su empleo, tras 25 años como periodista y comunicadora: “Ayer, 7 de marzo, hace justo un año que me di de alta como autónoma”. Con casi 50 años, fue consciente de que, a pesar de lo mucho que le gustaba su trabajo, era difícil recolocarse. Pero, más allá del dinero, esta santanderina necesitaba seguir en activo laboral, por lo que la salida natural era hacerse autónoma y tener su propio negocio. Pero la pandemia se cruzó en su camino, para mal.
Decide abrir con una socia un pequeño negocio. Cogieron un local y lo acondicionaron para alquilar a sanitarios y fisioterapeutas. Pero con el negocio recién abierto, el covid dio al traste con la iniciativa. Pero en vez de amilanarse lo intentó una segunda vez, pero con la experiencia aprendida, optó por un modelo que no precisase tanta inversión. “Perdí todo el dinero”, recuerda. Así, optó por dedicarse a la costura, “sin haber cogido una aguja en mi vida”. Hoy se dedica a diseñar sus propias prendas, las hace ella y las vende ella a través de mercados pop-up. Pero también ha ido aprendiendo con el tiempo.
Primero, tras ir a mercadillos por los pueblos del interior de Cantabria, descubrió que tenía mejor acogida en zonas de costa, más turísticas. Igualmente, ha ido afinando el producto que vende, y ahora se especializa en 3 o 4 piezas de ropa y varios bolsos. Y no le va mal. Aunque no saca un gran salario, se siente muy contenta con “un balance positivo”. Pero solo lleva un verano y unas Navidades, por lo que encara su segundo año con más experiencia. De momento, afronta su primer trimestre flojo en ventas, aunque ya la han advertido de ello. Por de pronto, probará suerte más lejos, en Bilbao y en Madrid y, si tuviese más tiempo y dinero, daría el salto a la venta online. “He pasado a vivir mejor, ser dueña de mi tiempo y mi trabajo”, concluye.