Algunas son más ruidosas y otras se van produciendo de manera más callada, aunque no menos importante. Las previsiones de aquellos que durante tantos años de tipos cero o negativos advertían a los bancos centrales de la formación de burbujas se van cumpliendo y explican la fuerte volatilidad de los mercados, materializada en este mes de marzo por la crisis bancaria que sigue dando coletazos.
La crisis de los bonos es, sin duda, la más evidente y esperada. ¿Qué pasaría cuando los tipos subiesen después de que los bancos centrales, las entidades financieras y los fondos de inversión tuvieran en sus carteras títulos sin rentabilidad? Una pregunta que se contestó el pasado año con la crisis de los fondos de inversión en renta fija que afectó a millones de inversores en estos activos. Pero en este 2023, la burbuja creada con los bonos (tanto públicos como privados) ha llegado al sector bancario que cuenta con esos bonos en su pasivo. La depreciación de los precios ha sido brutal y se llevaba por delante al Silicon Valey Bank (SVB) y dejaba tocada al conjunto de la banca mediana estadounidense. Sin embargo, este aún es un episodio intermedio. Las carteras de estos bonos se han depreciado pero queda también la posibilidad de que muchos de los lanzados por empresas no puedan pagarse, deteriorando aún más esas carteras si se asoma la temida desaceleración económica.
Unas emisiones de deuda pública y privada que la burbuja de la liquidez creada por los bancos centrales tanto en cantidad como en coste que, sin duda, es una amenaza para la salud del sistema financiero. Cabe preguntarse si los supervisores bancarios –casualmente los mismos que llevaron a esas políticas expansivas de liquidez- no hubieran supuesto este deterioro de las carteras de bonos cuando comenzó la escalada de los tipos, fruto de la subida de los precios. A nivel mundial el índice MSCI World Banks bajó en 2022 el 10,60% y en el caso de su referencia europea los bancos subieron solo el 0,98%.
Sucedió con las inmobiliarias
Entre las más silenciosas –salvo en el caso de China- es la burbuja que se montó en el sector inmobiliario durante la última década también en occidente. Nuevamente, la receta para crear esta pompa de jabón fue la misma: dinero barato y en abundancia. El efecto directo de la brusca caída en Bolsa de las inmobiliarias no es el mismo que el de los bancos, como instrumentos de financiación de la economía, pero también les afecta, ya que son ellos los que han prestado el dinero para el engorde del ladrillo.
El índice bursátil MSCI Europe Real Estate cayó el 44,12% durante el pasado año y en lo que va de 2023 apenas se ha rentabilizado un 8%. Una caída de casi la mitad de su valor que contrasta con el descenso del 17,28% para el MSCI Europe. Alemania, Reino Unido, Francia y Suecia son los países de mayor peso en la formación de este indicador. Asimismo, el MSCI World Real Estate bajó el pasado año el 24,46% seis puntos más que el indicador que recoge el conjunto de los sectores mundiales. Los valores inmobiliarios han sido duramente castigados por lo que gran parte de sus excesos fueron ya eliminados mediante la pérdida de valor en el mercado. Sin embargo, continúan siendo una amenaza si prosigue la escalada de los tipos que eleva su coste financiero y se produce, como es de esperar, una menor actividad económica que frene el negocio. La rebaja de las valoraciones de los inmuebles ya se está dejando sentir en otras compañías como las aseguradoras que invierten profusamente en este sector.
De las criptodivisas a las tecnológicas
También la abundancia de dinero barato y la pérdida del sentido del riesgo fue un acicate para el éxito de las criptodivisas. Pese a que los bancos centrales desaconsejan la inversión en ellas, la política monetaria de los últimos años las ha favorecido enormemente. Hace un año, la criptomoneda estrella, el bitcoin, se movía en los 45.800 dólares y ahora cotiza en torno a los 28.400 dólares, aunque se han conocido en este periodo mínimos de 16.000 dólares. Otra burbuja que se fomentó desde la liquidez y que, unido a la mala gestión de parte de esta industria, llevaba a muchos inversores a soportar pérdidas por miles de millones de dólares en muchos casos irrecuperables.
El último eslabón de la cadena de burbujas lo han formado las compañías tecnológicas. Curiosamente, en la quiebra del Silicon Valley Bank (SVB) confluyeron tanto la burbuja de los bonos como la de las tecnológicas que financiaban. Un cóctel terrible que explica la desaparición del banco. La burbuja de las tecnológicas ha venido, sobre todo, por la valoración de las compañías que descuentan sus futuros crecimientos en comparación con los niveles de los tipos de interés. Es la forma habitual de valorar estas firmas en los mercados. Tipos negativos o cero permitían a este tipo de negocio unos multiplicadores altísimos que, lógicamente, llegaban a su fin cuando el precio del dinero empezó a subir. En estas compañías también hubo un efecto perverso de la pandemia del Covid-19 que digitalizó a marchas forzadas el conjunto de la economía y que infló su actividad para luego volver a una normalidad que obligó al adelgazamiento.
La mini-crisis bancaria que se ha intentado atajar de forma rápida y drástica por parte los bancos centrales de Estados Unidos y Suiza tiene, sin embargo, aun varias burbujas todavía vivas, dependientes tanto de los tipos como de la marcha de la economía.