Los españoles ha de destinar de medida el 26,3% de sus ingresos a la vivienda, lo que supone más de 6 puntos por encima de la medida de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Catalunya, según el informe, se coloca en cuarta posición dentro de España, que encabeza Baleares (30,4% de los ingresos destinados a la vivienda), seguida de la Región de Murcia (30,2%) y Madrid (30%). Luego ya viene Cataluña (27,1%). Eso incluye el crédito para la compra o el alquiler más el agua, la electricidad, el gas y otros carburantes usados en la vivienda.

En el otro extremo, las autonomías para las que hay datos y en las que el esfuerzo económico para la vivienda es menor son Galicia (20,3%) y Asturias (20,5%). Tras ellas, País Vasco (21,2%); Navarra (22,8%); Castilla y León (22,9%); La Rioja (23,4%); Aragón (23,8%); Extremadura (24,2%); Canarias (26,1%); la Comunidad Valenciana (26,8%); Andalucía (27,4%) y Castilla-La Mancha (27,9%);

Unos ratios que se deben poner en el contexto económico de poder adquisitivo. Según los analistas de la OCDE, el conjunto de los españoles ha perdido poder adquisitivo desde la pandemia; en concreto, la renta per cápita ha caído un 0,37%, mientras que en el conjunto de la OCDE ha crecido un 1,1%. Pues bien, de las cuatro comunidades donde mayor esfuerzo se requiere para vivir bajo techado, la renta per cápita ha crecido en estos cinco años un 0,19% en Madrid, y ha descendido en Catalunya el 0,97%; en la Región de Murcia el 0,57% y en Baleares, el 1,03%. Junto a Madrid, se salva Galicia cuyos residentes han aumentado su poder adquisitivo un 0,21%.

20% en la OCDE

En un informe publicado este viernes sobre diferencias regionales, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) explica que de media las familias tienen que dedicar alrededor del 20% de sus ingresos a la vivienda, aunque ese porcentaje se puede duplicar con creces en algunas áreas urbanas.

El mayor coste se produce en Israel, donde se dedica de media a la vivienda el 40% de los ingresos, con el máximo de la OCDE, del 50% en Jerusalén y el 44,3% en Tel Aviv. De las zonas analizadas, Gibraltar supone el menor esfuerzo, con un 8,7% de los ingresos y Sucre (Colombia), con el 9,3%.

Grandes urbes

También hay que tener en cuenta la desviación del coste de la vivienda en las zonas urbanas del resto. Así, la OCDE determina que vivir en una de las 79 poblaciones que superan los 100.000 habitantes en España es un 26% más caro. Aunque en otros países, como Corea del Sur, vivir en una gran urbe, se encarece un 46% y en Estados Unidos, el 42%. Descendiendo un poco más, en España el precio de la vivienda en las ciudades de más de 1,5 millones de habitantes es un 31% superior a la media del país, y del 11% en las que van de 250.000 a 1,5 millones. Frente a eso, en las áreas urbanas de entre 100.000 y 250.000 habitantes se sitúan un 15% por debajo de la media y un 26% por debajo las de menos de 100.000.

La evolución de los precios ha sido muy desigual desde la crisis financiera que supuso el pinchazo de la burbuja financiera. Entre 2013 y 2022 subieron de forma muy pronunciada en Málaga (3,8% de media anual); Palma de Mallorca (3,7%) ; Igualada (Barcelona), con el 3,7% anual de media; Arrecife (Lanzarote), con el 3,4%; Barcelona (2,9 %); Madrid (2,7%) y Alicante (2,7%).

Por el contrario, en ese periodo cayeron en Zaragoza (0,1% anual), Murcia (0,3%), Santiago de Compostela (1,5%), Oviedo (2,4%), Zamora (3,2%), Mérida (4,5%) o Linares (Jaén), con el 4,9%.

Los precios de la vivienda en las grandes ciudades han aumentado rápidamente, lo que ha agravado los problemas de asequibilidad. Los costos de la vivienda en las grandes áreas urbanas funcionales (ciudades con más de 1,5 millones de habitantes) aumentaron un 68% en la última década, lo que significa que en 2023 la vivienda en las grandes ciudades era un 86% más cara que en las ciudades muy pequeñas (con menos de 100.000 habitantes). Sin embargo, el informe también concluye que entre 2010 y 2020, la superficie construida se expandió un 11% más rápido en las regiones remotas que experimentaron un descenso de la población que en las regiones metropolitanas con un crecimiento demográfico.