La noticia empresarial, y también familiar, de la semana en Catalunya y España ha sido el cisma de la familia Lara en el grupo Planeta. Bien, la división ya existía en cuanto a que una rama de la estirpe está enfrentada con el resto, pero se mantenían todas inmóviles en un accionariado totalmente familiar hasta que los Lara García han decidido poner en el mercado su 33%. No obstante, el carácter 100% Lara del grupo editorial y de comunicación podría mantenerse a pesar de la voluntad de vender, pues en el sector hay muchas dudas de que puedan encontrar salida, y más a cambio de 900 millones de euros.

Las cuatro ramas descendentes del fundador de Planeta, José Manuel Lara Hernández, se repartían la compañía al 25% cada una hasta que, en verano, Maribel Lara Bosch murió sin descendencia. Su parte de la empresa la legó a partes iguales al resto de ramas, que pasaron a tener el 33%. Entonces, los Lara García, hijos del expresidente José Manuel Lara Bosch, decidieron buscar la salida ya que habían quedado fuera de la gestión después de que el actual presidente, José Creuheras, se impusiera a José Lara García en la pugna por el control al recibir el total apoyo del resto de la familia.

Esta semana, esta rama de la estirpe ha comunicado al resto que ha contratado al banco de inversión Morgan Stanley para encargarle la venta de su 33% por 900 millones de euros, cifra que valoraría al grupo Planeta en 2.700 millones. Desde que salió a la luz esta operación, resuena en el sector y en el mercado una pregunta –¿quién puede comprar esta participación?– acompañada de muchas dudas de que los Lara García encuentren el interés que buscan.

José Lara García / EFE

Las dudas, expresadas a ON ECONOMIA tanto por fuentes del sector editorial como otras relacionadas con los mercados financieros y las inversiones, se basan en cuatro circunstancias: el tipo de participación, el retorno al accionista, las opciones futuras de desinversión y el sector y negocio de Planeta. Resumiendo mucho, el comprador no podría intervenir en la gestión, recibiría poco dividendo, no tendría una salida fácil y el negocio editorial y de la televisión no está entre los más rentables.

Los Lara García están solos, en el sentido de que nadie más les acompañará en la venta. Por lo tanto, la participación que está en el mercado es minoritaria (33%) y el resto sí que actúa de forma unitaria, de manera que nadie que compre el 33% puede tener acceso al control, ni tan solo a influir en la gestión. Eso descartaría, apuntan las fuentes mencionadas, la entrada de una empresa del sector, que cuando afronta una compra, lo hace con voluntad de gestión y de integrarla en su estructura.

Un socio industrial pide gestión, y en Planeta no la tendrá; un socio financiero, retorno, que se avista difícil

Si se descarta un socio industrial, entonces tendrían que buscar a un socio financiero, lo que hoy en día es casi sinónimo de un fondo de inversión. Lo que buscan los fondos es retorno, que consiguen de dos maneras: vía dividendos y por la revalorización de su inversión, es decir que puedan vender más caro de lo que pagaron, con unos baremos que aspiren a una ganancia del 10% anual entre las dos cosas. Sus ciclos de inversión se suelen situar entre los cuatro y los seis años; una vez cumplido, venden.

Fuentes próximas a algunos fondos de inversión explican que no es una inversión atractiva, aunque finalmente, todo acaba siendo una cuestión de precio. Por una parte, porque Planeta Corporación, la sociedad matriz del grupo, no da grandes dividendos. El sector editorial y de la comunicación no tiene los márgenes de beneficios que buscan los fondos de inversión, ya que es un negocio maduro que no presenta crecimientos de doble dígito, y eso se nota en los dividendos. Además, al ser una empresa familiar, que no cotiza ni tiene otros socios, prioriza la reinversión antes que repartir ganancias. Por lo tanto, no es el perfil de inversión que buscaría un fondo.

Pero además, los inversores necesitan ventanas de salida, es decir que cuando quieran vender, puedan hacerlo. En una empresa que no cotiza y con un dominio tan grande de una parte, y de nuevo sin opción de control, es difícil encontrar a un comprador cuando se quiera vender. Eso no lo hace solo más difícil, sino también menos rentable. Por lo tanto, de nuevo, este hecho puede echar para atrás posibles interesados.

El inversor y la relación con la cúpula de Planeta

Hay otra circunstancia que hace dudar de la entrada de un fondo: estos, cuando compran una parte no mayoritaria de una sociedad no cotizada, lo acostumbran a hacer de acuerdo con la cúpula de la empresa en cuestión. Por ejemplo, cuando una compañía necesita músculo financiero, puede buscar un socio y tal como pacta su entrada, también acuerda qué influencia tendrá, qué cambios quiere impulsar, qué retorno obtendrá y qué opciones de salida futura puede tener. El fondo arriesga, pero no tanto; entra con unas condiciones para que le valga la pena el riesgo.

El caso de Planeta no es este, a priori, ya que se trata de un socio minoritario. No se entiende que alguien compre el 33% de una empresa a un accionista díscolo y lo haga a espaldas del 66% restante, que actúa de forma unitaria y tiene el control absoluto. Podría ayudar si el resto de la familia, o la cúpula del grupo encabezada por José Creuheras, intervinieran en la operación participando en las conversaciones con los posibles compradores para pactar condiciones de entrada, algo que ahora mismo, por lo que dicen fuentes próximas a la operación, no está sucediendo.

También ayudaría a que bajaran las pretensiones económicas de los Lara García. Los 900 millones que quieren valoran Planeta en 2.700 millones de euros, que es casi ocho veces el ebitda de la compañía el año pasado (350 millones), cuando el grupo facturó unos 1.800 millones de euros, un 5,8% más. Ocho veces el ebitda es uno múltiplo alto para un sector maduro, y más teniendo en cuenta que la participación no comporta ninguna influencia en la gestión, lo que tendría que implicar un descuento de la misma manera que una participación de control supone pagar una prima.

Las fracturas familiares y la empresa catalana

La historia reciente de las fracturas en las empresas familiares catalanas nos dejan casos parecidos, pero ninguno idéntico. El más similar a priori es el de Freixenet, en el que una de las tres ramas, los Hevia Ferrer, discrepaba de la gestión de los Ferrer Noguer. Por eso, puso su participación en venta y encontró un comprador, en este caso una empresa del sector (Henkell), pero tuvo que convencer otras ramas para que también salieran y así pudo vender una mayoría de control, aunque la familia todavía tiene un porcentaje importante y voz y voto en la gestión.

El gran competidor, y vecino, de Freixenet, Codorníu, también sufrió un proceso de venta, aunque con diferencias. En este caso entró un fondo de inversión, Carlyle, en 2018, pero no fue por cisma familiar sino porque, después de tantas generaciones –Codorníu tiene sus orígenes en el siglo XVI-, la empresa tenía dos centenares de accionistas, todos diferentes ramas de los Raventós, y muchos querían el dinero para dedicarlo a otras cosas. El fondo entró, en este caso, para coger el control, y aunque ya hace 5 años, sigue con una mayoría de la empresa, en la que parte de la familia se mantiene.