Antón Costas (San Pedro de Matamá, Vigo, 1949) preside el Consejo Económico y Social de España (CES) desde abril de 2021. Unos años antes, entre 2013 y 2016, presidió el Cercle d'Economia. Catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, su tesis doctoral fue dirigida por los profesores Fabián Estapé y Ernest Lluch. En la vertiente empresarial, ha sido consejero de varias empresas de varios sectores, como Laboratorios Reig-Jofre, Banco Mediolanum, Bodegas Terras Gauda, Hotusa o Roca Junyent Abogados. Autor de numerosos libros y artículos, sus publicaciones recientes analizan las crisis económicas, el futuro del capitalismo y la democracia y la necesidad de un nuevo contrato social que permita la prosperidad de los más necesitados, empezando por una fuerte inversión en la infancia, en educación y en formación dual.

¿Qué le preocupa en estos momentos de la economía española?
Que pueda continuar el buen tono por decirlo así, primaveral, que ha tenido desde 2022. Es una economía que ha desmentido todos los pronósticos que anunciaban de forma reiterada la llegada de una recesión o al menos de un frenazo muy brusco. Ha sido más bien una sorpresa para los pronosticadores, pero no para mi, hay elementos que explican y explicaban bien esta primavera económica.

No le sorprende entonces.
No, yo venía diciendo tanto en 2022 como en 2023 que la recesión no estaba ni se le esperaba, que la economía española mantendría tasas de crecimiento superiores a las que estaban pronosticando. Y sigo pensando lo mismo, adaptándolo ahora al entorno. Creo que levanta un poquito el pie del acelerador respecto al crecimiento económico y al crecimiento del empleo de 2023, pero no la veo pisando freno como para pararse y mucho menos como para entrar en una recesión.

Espero que Europa gestione las nuevas reglas fiscales recordando a San Agustín: 'señor, señor, concédeme la estabilidad, pero no ahora mismo'

¿A qué atribuye esta 'primavera económica'?
Primero a un motivo puramente estadístico, el rebote del gato muerto: si una economía cae mucho en un momento determinado rebota con más fuerza cuanto más intensa haya sido la caída. Nosotros, en el caso de la crisis de la pandemia, por el tipo de estructura económica que tenemos, caímos más que el resto de las economías europeas. Por lo tanto, por puro rebote estadístico, puedes esperar entonces que cuando venga el rebote este sea más intenso. Pero creo que hay dos elementos diferentes que no han tenido en cuenta a mi juicio las instituciones o los organismos que hacen pronósticos. Primero, que desde Europa y España la crisis de la covid se gestionó de forma totalmente diferente a como se gestionó la crisis de 2008. ¿En qué sentido? En este caso se hizo lo que es razonable hacer cuando te enfrentas a una crisis que toca mucho el motor privado de la economía. Aquí se mantuvieron las rentas, los ingresos de las familias y también de las empresas, y se apoyó y mantuvo ante todo el empleo. No hubo destrucción de empleo porque el mecanismo del Erte permitía a los trabajadores mantener el contrato laboral, a las empresas no pagar el coste y esto mantuvo no solo las rentas, sino la confianza en que las cosas no se desplomarían. Y esto fue muy importante. Y el tercer evento para mí muy importante es el tipo de reformas por consenso social que se introdujeron en estos años. La reforma laboral es una reforma laboral extraordinaria no tanto por su contenido, que en algún aspecto lo es, como por el procedimiento a través del cual se llegó al acuerdo. El hecho de que sea la primera reforma laboral de la democracia española que haya sido consensuada entre los actores directos, sindicatos y patronal, da de nuevo un elemento de estabilidad a la economía española extraordinaria, porque te permite decir que no habrá ningún gobierno que venga a continuación que diga ‘en cuanto yo llegue la derogaré’. Dentro de estos acuerdos sociales creo que hay que mencionar también el acuerdo para el empleo y la negociación colectiva [AENC], que estableció unos incrementos salariales para los próximos años.

Antón Costas / Foto: Miquel Muñoz

¿Tras estos años de keynesianismo, teme que ahora las anunciadas nuevas reglas fiscales por parte de Bruselas impacten en esta ‘primavera’?
Más que temor tengo la esperanza de que algo hayamos aprendido a cerca de cómo se gestiona una economía. Venimos de un mundo, de una era de 40 años, de certezas exageradas. Creíamos saber los responsables de las políticas públicas y los economistas cómo sería el futuro, qué tipo de tecnologías iban a ser las adecuadas, que la globalización, tal como la habíamos conocido seguiría funcionando perfectamente, que las cadenas de valor funcionarían... Venimos de un mundo de certezas que de pronto se derrumba como sucedió exactamente hace un siglo. Decía Mark Twain, o se le atribuye, que la historia no se repite, pero rima. Estos años 20 riman con los años 20 del siglo pasado. Hemos entrado en una época de incertidumbre, que es una palabra muy importante. El riesgo forma parte de la vida y no pasa nada. La incertidumbre es la incapacidad absoluta para saber qué riesgos tienes delante. ¿Por qué lo menciono? Porque no se gestiona igual una empresa o una economía en un escenario de certezas, aunque sean exageradas, que en un escenario de incertidumbre. Entonces, no es lo mismo gestionar la estabilidad financiera europea en un escenario de certezas que en un escenario de incertidumbre. En un escenario de incertidumbre tienes que tener una ruta que te lleve de nuevo a la estabilidad de las cuentas públicas. Pero a la vez tienes que tener otra ruta que es la que te permite mantener el crecimiento y llevar a cabo inversiones extraordinarias en el futuro que en la etapa anterior no tenías que hacer. Es un caso de trade-off [conflictos entre objetivos que son igualmente deseables, pero que en el corto plazo tienen elementos de rivalidad]. ¿Cómo gestionas una economía de trade off en el ámbito fiscal europeo? Pues probablemente recordando a San Agustín, más que un manual de macroeconomía. En una de sus confesiones San Agustín dice: ‘señor, señor, concédeme la castidad, pero no ahora mismo’. Por lo tanto, en Europa yo espero que en los próximos meses y años, digamos, ‘señor, señor, concédeme la estabilidad, pero no ahora mismo. O, señor, señor, concédeme la descarbonización pero no ahora mismo. Este tipo de equilibrios o de trade off es el escenario que tienen las economías desarrolladas no en los próximos años, sino en las próximas décadas.

Reducir los salarios es pan para hoy y hambre para mañana. Una empresa, entendida como un proyecto vital a largo plazo, concebida con salarios bajos no tiene futuro

Pone mucho en valor el consenso, el pacto entre los agentes sociales. Se ha mostrado partidario de aumentar el salario mínimo interprofesional (SMI) para mitigar los efectos de la inflación y como señal para que aumente la productividad. Tenemos SMI nuevo pero sin consenso. ¿Qué opina?
La primera respuesta de un economista sensato creo que tiene que ser: depende. Y el economista no tiene por qué ser gallego [sonríe]. Si tú vienes de una larga época donde los salarios han perdido de una manera continuada su capacidad adquisitiva, coincidiendo además como era en aquel momento con la mejora de la situación económica, un incremento del salario mínimo no tiene el impacto que en muchas ocasiones se teme: la destrucción de empleo. Al contrario, en esa situación un aumento del salario mínimo tiene al menos dos efectos importantes. Uno, mejora las situaciones de vida de muchas personas y especialmente de los niños pequeños que viven en esos hogares beneficiados del aumento del salario mínimo. Este impacto lo tenemos medido, el impacto es extraordinario. Y segundo, tiene un efecto en el consumo de esas familias y, por lo tanto, en la demanda agregada de las economías. Y que aumente la demanda es fundamental para las empresas, porque si no aumenta, no venden. Y en tercer lugar creo que un aumento prudente del salario es una señal para la mejora de la productividad. ¿Hasta dónde se puede elevar el salario mínimo sin que provoque algunos efectos de tipo sectorial? Ahí es donde aparece la conveniencia de la negociación, del diálogo social y del consenso, y creo que estamos en un escenario donde la negociación del salario mínimo convendría que en el futuro estuviese en el marco del diálogo social.


¿Piensa lo mismo sobre la reducción de la jornada?
Históricamente hay grandes vías de mejora de las condiciones de trabajo y de las condiciones laborales asociadas a un incremento de productividad. Una es con mejores salarios: si hay más productividad va bien que vaya a los trabajadores, como he señalado. El otro canal es a través de una reducción de jornada. Ahora bien, ¿cómo hemos de introducir esa posibilidad de que mejoras de productividad favorezcan reducciones de jornada o, invirtiéndolo, cómo hemos de experimentar si algunas reducciones de jornada pueden mejorar la productividad o como mucho mantenerla? Yo creo que durante una época sería sensato mantener este tipo de experimentos, en el sentido positivo de la palabra, también en el ámbito de la negociación y del diálogo social. Hay que tener en cuenta que los sectores de la economía y las empresas dentro de cada sector no son exactamente iguales. Enriquecer el campo de la negociación colectiva y del diálogo social metiendo también la cuestión de la reducción de la jornada creo que es una buena cosa para la negociación colectiva.

Muchas personas perciben que no mejoran, que no tienen oportunidades de tener un buen empleo, que se quedan un poco en la cuneta. Necesitamos un nuevo contrato social

El huevo o la gallina. ¿En España no hay buenos sueldos porque no hay buenos empleos o no hay buenos empleos porque no hay buenos sueldos?
Tenemos que recuperar los buenos empleos y creo además que podemos hacerlo. Sin buenos empleos, entre otras cosas, no hay buena productividad en el conjunto de la economía. La estadística es muy clara: los buenos empleos coinciden en empresas con buena productividad. ¿Cuál es la relación de causalidad? Probablemente es bidireccional, pero hay una relación entre buenos empleos y productividad. Nosotros tenemos, en conjunto, como media, una productividad un poco más baja que la de países similares. Pero si cogemos empresas en sectores diversos que tienen los atributos adecuados, veremos que esas empresas españolas tienen productividad equivalente a la de otros países, y empleos con salarios equivalentes a los de otros países. En segundo lugar, probablemente necesitamos algún cambio, que ya se está produciendo, en la cultura empresarial con respecto a la competitividad. En España hablamos muchísimo de que es necesario mejorar la competitividad. La pregunta es ¿y a través de qué instrumentos podemos hacerlo? Uno podría decir reduciendo los salarios, pero esto es pan para hoy y hambre para mañana. Una empresa, entendida como un proyecto vital a largo plazo, concebida con salarios bajos no tiene futuro. Probablemente en algún momento sea una forma de sobrevivir, pero como no cambies esa conducta meterás la cabeza debajo del agua. ¿Cuál es el fundamento de la competitividad a largo plazo de una empresa? No va asociado a salarios bajos, una mejora de productividad me llevará a una competitividad mejor a largo plazo para las empresas y a utilizar el concepto de competitividad en su buen sentido, que en economía es la capacidad de ese país para mantener en el tiempo mejoras de bienestar y de riqueza de sus ciudadanos.


¿Cómo lo hacemos?
Hay una celestina a nuestra disposición con una capacidad extraordinaria para casar por un lado la necesidad de las personas de tener buenos empleos con la necesidad de las empresas de tener buenos trabajadores con capacidad: la formación dual. El informe que acaba de publicar el CES es a mi juicio muy importante, porque no ofrece una opinión, ofrece datos estadísticos y son muy claros. Hemos cogido todos los alumnos y alumnas que en España han hecho formación dual desde 2017. Y a la vez hemos construido una muestra de alumnos y alumnas equivalentes en edad y condiciones sociales, pero que han hecho formación profesional no dual. Todo mejora en los alumnos y en las empresas que han estado vinculadas a un programa dual. Para los alumnos se reduce el abandono y el tiempo que pasa entre acabar la formación y tener un empleo. En relación con la formación no dual, mejora de una forma extraordinaria la calidad de los contratos, mejoran los ingresos, especialmente a partir del tercero y cuarto año en formación profesional de grado medio y superior...al cuarto año en muchos casos los ingresos son superiores a las personas que han hecho grado universitario. Y por parte de las empresas sabemos que las que participan en un programa dual se quedan con una buena parte de los alumnos. Y esto vale tanto para la formación profesional secundaria, para la universidad —que tiene un problema serio en este sentido— y vale para las políticas activas de empleo.

No todos los ciudadanos disfrutan de esta 'primavera' y de hecho hay muchas personas que incluso trabajando les cuesta llegar a final de mes y la pobreza aumenta. Usted habla de la necesidad de un nuevo contrato social para mitigar esta situación. ¿En qué consiste?
El contrato social es casi una figura retórica para llamar la atención sobre una cosa y para dar respuesta a una pregunta. ¿Qué es lo que hace que una sociedad liberal como la nuestra, donde cada uno vamos un poco a la nuestra, pueda funcionar armoniosamente y evite el riesgo de la tentación totalitaria? Mi idea es que debe haber un pegamento en esa sociedad que permite que funcione armoniosamente, insisto, y que haya cooperación dentro de ella. A ese pegamento le llamo contrato social. No pacto social, porque un pacto es un poco para repartirse cosas. Hablo de contrato porque un contrato es un compromiso entre partes, donde cada una se responsabiliza de algo. Ese contrato se hizo a la salida de la Segunda Guerra Mundial en la mayor parte de los países europeos y es el New Deal de Roosevelt en Estados Unidos. En España construimos un contrato de ese tipo en los Pactos de la Moncloa y en la Constitución: llegamos a un acuerdo, a un contrato; por un lado, sindicatos y partidos de izquierda que habían sido históricamente enemigos de la empresa y de la economía de mercado, dicen ‘estamos dispuestos a aceptar este sistema económico de economía social de mercado siempre y cuando ustedes, la otra parte del contrato, estén dispuestos a construir un estado social que atienda a la educación, a la sanidad, al desempleo y a las pensiones. Eso fue el gran contrato social y es el pegamento de una sociedad. Hoy creo que parte de ese pegamento se ha disuelto porque muchas personas perciben que no mejoran, que no tienen oportunidades de tener un buen empleo, que se quedan un poco en la cuneta. Por lo tanto, se nos ha disuelto ese contrato social y tenemos que construir uno nuevo. ¿Cuál es un poco mi matiz con respecto al pasado? Que la pobreza y la exclusión y la falta de buenos empleos ahora no la vamos a poder hacer a través de la redistribución, dándole dinero a aquellas personas que están en la cuneta. El nuevo contrato social lo vamos a tener que hacer dándole capacidad a las personas para que puedan tener buenos empleos, para que puedan construir vidas profesionales y vitales exitosas y para que puedan un poco llegar a ser en la vida aquello que tienen derecho a querer ser. ¿Y eso qué significa? A mi juicio que el contrato social, no descansará tanto en la redistribución como en los buenos empleos y en la predistribución: es decir, en cómo tratamos a nuestros niños, a nuestra infancia, y a nuestros jóvenes antes de que entren en el mercado de trabajo. Somos uno de los países desarrollados que menos invierte en la infancia. Hay un dato que para mí es desasosegador y que no lo comprendo. ¿Cómo es posible que España sea junto con Rumania el país no solo de la Unión Europea, sino de la OCDE, que tiene mayor nivel de pobreza infantil? Casi el 30% de los niños españoles vive en situación de pobreza. Le puedo asegurar como economista, que la mejor inversión —no gasto— que un país puede hacer para su futuro es la inversión en infancia.
 


¿Por dónde empezamos?
Por universalizar y hacer gratuita la escolaridad de los cero a tres años. ¿Cómo puede ser que una pareja joven pague en Barcelona 850 euros por una guardería con un salario que se acerca en el mejor de los casos a 1.500 euros? Es inconcebible. El contrato social tiene que responder a esta pregunta: ¿quién debe responsabilizarse de qué en cada momento de la historia de un país?. Y en este momento es: ¿quién debe responsabilizarse de la escolaridad de los niños de cero a tres años, los padres jóvenes con dificultades para hacerlo, o es una responsabilidad de la sociedad en su conjunto, del Estado? Segundo, gastamos bastante dinero en intentar erradicar la pobreza y la exclusión o la falta de viviendas de alquiler social. Y mucho dinero, alrededor de 8.000 millones de euros al año, en las llamadas políticas activas de empleo que, sin embargo, no logran totalmente su objetivo. El dar dinero a las personas alivia la situación de pobreza o de dificultad, pero no cura. ¿Qué tenemos que hacer? Procurar que los programas sociales de ayuda a la pobreza, a la exclusión, a la vivienda social o al empleo, sean programas que a través de la orientación y el acompañamiento a esas personas, sean capaces de ayudarlas a salir de las situaciones de exclusión. Tenemos datos que nos permiten decir que una orientación y un acompañamiento en políticas de vivienda social tiene un impacto espectacular. Las políticas de empleo en otros países anglosajones especialmente funcionan bien porque ese gasto va asociado al empleador.

Antón Costas durante la entrevista. / FOTO: Miquel Muñoz

¿Cree que Catalunya ha perdido poder, relevancia, influencia económica en España?
PIB no ha perdido. ¿Ha perdido poder económico? Tendríamos que ponernos de acuerdo en qué entendemos por poder económico. Algo era previsible que nos fuese a ocurrir porque esta era una economía muy industrial y dentro del ámbito industrial muy manufacturera. Este tipo de economías sufrieron un tortazo espectacular a partir de los años 80 y 90, con toda la desindustrialización, la globalización…y en aquel momento no fuimos conscientes de las consecuencias de la industrialización en términos de pérdida de buenos empleos y de prosperidad de muchos territorios y ciudades, entre ellas la mía, Vigo: "Los lunes al sol". En Catalunya hay muchas Manresas, por decirlo así, que sufren un gran tortazo en términos de pérdida de buenos empleos industriales y por lo tanto, de riqueza, de prosperidad y un poco de horizonte. En aquel momento, sin decirlo así abiertamente, le dijimos a las gentes de las Manresas de España: una de dos, váyase a otros lugares a buscar buenos empleos o si quiere permanezca aquí resignadamente. ¿Qué sucedió? Que dos décadas después esa resignación saltó por los aires en el Brexit, que esta es la historia del centro norte de Inglaterra, saltó por los aires en Estados Unidos en términos políticos, apoyando opciones populistas autoritarias con el triunfo de Trump. Probablemente desde Catalunya no hubo una percepción y una reacción adecuada como creo que sí la hubo parcialmente en el País Vasco, otra región industrial manufacturera, pero que, sin embargo, hubo más capacidad de acuerdo. Eso ha llevado un poco a la sensación de que hemos perdido no PIB pero sí un poco de poder económico. Sin embargo, con una perspectiva de más largo plazo, creo que en Catalunya en general y en Barcelona en particular, hay talento, hay energía, hay capacidades, en el sentido de buenos centros de formación en general, pero de tecnológica en particular, que están permitiendo a la economía catalana encontrar una vía de salida.


Si la pregunta iba por otro lado, sin querer eludir el toro, hay una tesis que valdría la pena recobrar, del profesor Jordi Nadal, ese sabio historiador catalán, en un conferencia que dio hace unos años en Sabadell. Sacó una tesis importante que venía un poco a decir que el espíritu industrial y productivo de Catalunya no es un gen innato, sino que se produjo en un momento determinado en el que Catalunya perdió poder político propio, en beneficio del centro, digámoslo así, y los catalanes en ese momento se dedicaron especialmente a hacer riqueza. La tesis de fondo es que hasta ahora la proximidad del poder político, entendida desde un punto de vista de comunidad, no ha favorecido del todo a la economía. Y creo que el gran reto del poder político catalán es demostrar que es posible tener capacidad política autonómica a la vez que una economía muy potente y dinámica. En los últimos años hemos visto que esa relación ha tenido aristas. Yo espero que tengamos capacidad de aprender y que sepamos combinar en el futuro esa capacidad de poder político autonómico con esa capacidad de volver a recobrar el poder económico de la economía catalana.

Hay que crear esa relación de confianza entre poder político y poder económico, porque el país producirá nuevas sedes

¿Qué hay que hacer con las sedes que se fueron?
Favorecer la creación de otras nuevas. La producción no se ha ido. A largo plazo la marcha de sedes puede tener efecto, sí, pero se deben dar señales de complicidad y de confianza, no puedes amenazar. Es el viejo proverbio de que hace más una zanahoria que el palo. Yo creo que hay que crear esa relación de confianza entre poder político y poder económico, porque el país producirá nuevas sedes.