Enfadados, tristes, estresados y poco comprometidos. Los españoles se sienten peor en el trabajo que la mayoría de europeos, según la encuesta anual de Gallup publicada hace unos días, que muestra además que en España es donde se tiene una peor percepción del clima laboral para encontrar nuevo empleo, y pese a ello es uno de los lugares donde los trabajadores más lo intentan. Excesiva carga de trabajo, mala organización de tareas, poco reconocimiento y culturas empresariales tóxicas están detrás de las causas de un panorama desolador que muy probablemente tenga que ver con la baja productividad española.
El 'engagement' o compromiso de los trabajadores españoles con su empleo está en ruinas en España y eso que ya es bajo en el mundo y aún más en Europa. Tan solo un 9% de los españoles (un 1% menos que al año pasado) dicen estar motivados con su trabajo, quinto peor registro de Europa, tan solo mejor que Francia, Luxemburgo, Italia y Suiza, y peor que la media europea del 13%, que a su vez es el peor continente en cuanto a engagement laboral en relación con una media global del 23%.
Para la psicóloga experta en bienestar laboral Olga Garrido, "la carga de trabajo y la resistencia a aportar los recursos necesarios (falta de inversión), la poca claridad en los repartos de tareas y la falta de reconocimiento" crean un cóctel de desmotivación que quema a los trabajadores.
Esa quemazón, mezclada con una competitividad insana genera "ambientes tóxicos" que todavía hacen más difícil mantenerse conectado al trabajo, explica Garrido, quien añade a la ecuación la precariedad laboral. "Si tú no puedes trabajar sin miedo a que te despidan o a no poder pagar el alquiler o la hipoteca, con dificultades para conciliar, sueldos bajos y sin oportunidades de desarrollo, será muy complicado que exista este engagement laboral". Otro apunte: en España, pese a que el registro horario es obligatorio, se siguen sin pagar millones de horas extra.
En el paradigma más extremo del trabajador desmotivado se encuentra el trabajador zombi, tal y como los denomina Patricia Magdalena, fundadora y Chief Learning Officer de Innero, empresa especializada en liderazgo y marca personal. "Son aquellos que están tan desmotivados, quemados y agotados que o no encuentran su sitio y momento para decir qué quieren o no han tenido líderes que los tengan en cuenta. A veces, en una reestructuración, por causas organizativas o dejadez se han ido frustrando hasta hacer algo en lo que en principio encajan, pero ni aportan ni se les aporta nada. Es una desmotivación que se contagia, como la de los zombies", reflexiona Magdalena.
Tristeza, ira y fugas
Entre los trabajadores españoles entrevistados por la encuesta Gallup, la tristeza, la ira y el estrés dominan parte de la jornada laboral. Un 25% de personas, una de cada cuatro, reconocieron haber sentido mucha tristeza durante el día anterior a la entrevista, lo cual coloca a España en el dudoso honor de ser el cuarto país donde más abunda este sentimiento y es también el séptimo en enfado diario, con un 22% de trabajadores que lo experimentan de manera significativa. Pueden parecer cifras no tan graves si la comparamos con los chipriotas del norte, que lideran ambos ránkings con un 37% de tristeza y un 51% de ira, pero no lo es si miramos al resto del continente europeo, con una tristeza media 8 puntos por debajo de España (un 17%) y una ira 7 puntos inferior, del 15%. Y hay que tener en cuenta que los chipriotas del norte conviven con una compleja situación política, reconocidos como "entidad ilegal" por la ONU, dependientes de Turquía y en una isla dividida con la mayoría de grecochipriotas del sur.
Noruegos, portugueses, estonios, islandeses, holandeses y finlandeses experimentan la ira de manera habitual en menos de un 10% de casos, bastante menos que la mitad que España, mientras que tan solo los kosovares tienen menos de un 10% de tristeza, si bien suecos, húngaros, holandeses islandeses, eslovenos, serbios, croatas, finlandeses y lituanos la experimentan en rangos de entre un 10 y un 13%, que es la mitad que los valores españoles.
España no está al menos entre los países con mayor estrés, según esta encuesta, ya que lo experimentan un 36% y esto la coloca en el puesto 24 de 38 analizados, lejos de nuevo de los estresados chipriotas del norte (65%), malteses (58%), griegos (56%) o chipriotas (53%), en este caso los del sur, pero también bastante peor que montenegrinos, estonios, letones, lituanos o daneses, con menos de un 30% reportando estrés habitual.
Más preocupante es el hecho de que los españoles son los cuartos trabajadores que más están intentando salir de su empleo, un 40% no muy lejos de los líderes Albania e Italia, con 42 y 41% respectivamente, y sobre todo, la coincidencia con el hecho de que sea el país donde sus ciudadanos ven un peor clima para encontrar trabajo, con solo un 32% de personas que consideren que es buen momento para hacerlo, empatados de nuevo con Italia.
Por último, en una evaluación vital que puntúa del 0 al 10 la situación vital de los encuestados, los españoles suspenden su situación con un 4,1 sobre 10, puesto número 24 bastante mejor que, de nuevo, chipriotas del norte, los menos satisfechos, y macedonios del norte, búlgaros y croatas. Eso sí, mucho peor que Finlandia, donde los ciudadanos ponen un 8,3 a su situación actual, o que daneses, islandeses, holandeses y suecos, todos ellos con una evaluación vital por encima del 7.
Lo que hacen mal las empresas
Ante este panorama, uno de los grandes errores que están cometiendo las empresas "es culpar a los individuos en vez de pensar qué se está haciendo mal desde las organizaciones", reflexiona Garrido. "Se crean talleres de mindfulness o se ponen futbolines pensando que es el individuo el que debe ser más productivo, gestionar mejor sus emociones, organizarse mejor...", añade. Mientras los gurús del liderazgo llenan LinkedIn de consejos y mensajes sobre el bienestar y la empatía, las empresas siguen ninguneando o tratando mal a sus trabajadores.
"En muchas empresas hay una costumbre de no preguntar a los empleados qué querrían hacer. Se les mueve como si fuera una ficha de ajedrez y eso va generando una ira en el trabajador, que no entiende qué aporta y siente que no se le reconocen los logros", expresa Magdalena.
Para enmendar esta situación, según lo aportado por ambas expertas, faltan sobre todo seis patas fundamentales en las empresas y entre los directivos: inversiones, organización, reconocimiento, escuchar a los trabajadores, conciliación y planes de carrera. Las inversiones pueden servir para contratar más profesionales o incluso recursos tecnológicos que alivien las grandes cargas de trabajo que agotan al empleado. También sirven para ofrecer planes de carrera a los profesionales, ya que la inversión en formación, tan poco habitual en las empresas españolas, ayuda a la motivación.
El reconocimiento se traslada en salarios de acorde al trabajo, pero también en celebrar los éxitos e incidir en lo que está bien para seguir ese camino. "Se da por descontado que se hacen las cosas bien y lo que se debería de hacer es poner en valor lo que se hace bien para seguir por ese camino", destaca Magdalena.
Escuchar a los trabajadores ayuda a saber qué quieren para mejorar su motivación y reforzar los dos puntos posteriores, que son la conciliación y los planes de carrera. "Creo que parte de la desmotivación viene de una mala transición a la presencialidad pospandemia. El regreso 100% a la oficina no siempre satisface y creo que debemos ofrecer opciones más flexibles a los trabajadores, pero al mismo tiempo en las empresas con más trabajo remoto cuesta ver el lado humano y conectar emocionalmente", expresa Magdalena, en la línea que muchos otros expertos apuntan de que el modelo híbrido es el más eficaz para trabajadores y empresas.
En cuanto a los planes de carrera, acompañados de formación y con la vista puesta en la promoción interna, ayuda a motivar a los empleados que, en caso contrario, se encuentran estancados y buscan otras empresas. El pequeño tamaño generalizado de las empresas españolas dificulta estos planes de carrera porque en muchas pymes no hay hacia adónde crecer.