Imaginemos que queremos construir una computadora extremadamente avanzada, capaz de ejecutar inteligencia artificial (IA) militar de última generación. Hablamos de sistemas que analizan en tiempo real la trayectoria de misiles, coordinan flotas de drones autónomos y toman decisiones estratégicas en cuestión de milisegundos. Para lograr esto, se necesita una combinación de hardware y software extremadamente sofisticados, optimizados hasta el más mínimo detalle, para manejar enormes volúmenes de datos a velocidades asombrosas. Aquí es donde entran en juego las arquitecturas de procesadores, que determinan cómo las computadoras procesan información. Hasta ahora, la más poderosa en el mundo es la x86, dominada por empresas como Intel y AMD, y ARM, utilizada en casi todos los dispositivos móviles modernos y cada vez más en servidores y supercomputadoras. Ahora, China apuesta por RISC-V, una arquitectura de código abierto, con la esperanza de independizarse tecnológicamente de Occidente. El problema es que esta apuesta no funcionará.
RISC-V es como un motor experimental. Su atractivo es que cualquiera puede tomarlo, modificarlo y usarlo sin pagar licencias. Para China, esto suena perfecto: no tienen que depender de tecnología extranjera ni someterse a las restricciones impuestas por Estados Unidos. Pero hay un problema fundamental: RISC-V es, en el mejor de los casos, una solución para sistemas de baja potencia, dispositivos embebidos y aplicaciones que no requieren un rendimiento extremo. No importa cuánto lo desarrollen ni cuántos ingenieros trabajen en optimizarlo, la arquitectura misma está limitada en lo que ofrece para las tareas más exigentes, como la IA avanzada que requieren los ejércitos modernos. Pensemos en un ejemplo claro: un caza de combate de última generación que utiliza IA para analizar amenazas, toma decisiones en combate y optimiza sus maniobras en el aire.
Estos aviones requieren procesadores increíblemente rápidos, capaces de manejar imágenes de radar, comunicaciones encriptadas y análisis de datos en tiempo real. Para hacer esto, necesitan chips diseñados con arquitecturas como x86 o ARM, que llevan décadas de optimización y cuentan con ecosistemas completos de software y herramientas de desarrollo. RISC-V no tiene la madurez, la velocidad ni la capacidad para este tipo de aplicaciones. Intentar usar RISC-V en este contexto sería como intentar competir en la Fórmula 1 con un motor de scooter.
Otro ejemplo es el procesamiento de imágenes en drones de combate autónomos. Estos drones deben identificar objetivos, navegar en entornos hostiles y responder a amenazas en fracciones de segundo. Todo esto requiere un poder de cómputo que hoy solo pueden proporcionar los chips más avanzados de empresas como NVIDIA. Estos están diseñados para ejecutar cargas de trabajo de IA a gran escala. RISC-V no tiene nada que ofrecer aquí. No hay ningún procesador basado en esta arquitectura que pueda competir en términos de potencia bruta con los chips especializados de NVIDIA o AMD. Y sin acceso a esta tecnología, China se quedará atrás en el desarrollo de sistemas de defensa y armamento basados en IA.
"China es más vulnerable"
Además, la elección de RISC-V vuelve a China más vulnerable. Una de las razones por las que Estados Unidos mantiene su dominio tecnológico es porque controla las piezas clave de la cadena de suministro global de semiconductores. Desde las herramientas de litografía avanzadas hasta el software de diseño de chips, cada paso en la fabricación de los procesadores más avanzados depende de tecnología occidental. China ya tiene dificultades para acceder a los chips más modernos de NVIDIA y AMD debido a las restricciones impuestas por Estados Unidos. Ahora, al apostar por RISC-V, China se enfrenta a otro problema: aunque pueda diseñar sus propios chips, depende de fábricas extranjeras para su manufactura. Empresas como TSMC y Samsung dominan la producción de chips avanzados, y ambas están sujetas a regulaciones que les impiden vender a China los productos más modernos. Esto significa que, incluso si China desarrolla chips RISC-V más potentes, es posible que nunca pueda fabricarlos en las condiciones necesarias para competir con Occidente.
En la carrera por la IA y la supremacía militar, cada decisión tecnológica es crucial. China apuesta por RISC-V, pero esta decisión la aleja aún más de la frontera de la innovación. Mientras Estados Unidos y sus aliados avanzan con chips diseñados específicamente para IA, con arquitecturas optimizadas y ecosistemas de software maduros, China se queda atrapada en una estrategia que solo le permitirá producir tecnología de segunda y tercera categoría. Con el tiempo, esto la hará cada vez más dependiente de soluciones tecnológicas menos eficientes y más vulnerables a bloqueos y sanciones.
RISC-V no es el camino hacia la IA militar avanzada. No lo es hoy y no lo será mañana. No importa cuánto dinero China invierta en desarrollar esta arquitectura, no igualará la potencia, la optimización y la integración que ofrecen x86, ARM y los chips especializados diseñados para IA. Mientras Occidente innova en IA y semiconductores, China está atrapada en un callejón sin salida, apostando por una arquitectura que, en el mejor de los casos, le permitirá fabricar chips mediocres, pero nunca liderar la revolución tecnológica que definirá el futuro del poder militar.