Estados Unidos enfrenta una encrucijada en su política hacia Ucrania, en un contexto donde la guerra con Rusia redefinió las dinámicas de poder global. Bajo la administración de Donald Trump, la estrategia de ayuda exterior ya no se basa en principios abstractos como la defensa de la democracia, sino en retornos estratégicos concretos. En el caso de Ucrania, Washington evalúa dos opciones principales: pactar un acuerdo con Rusia para finalizar el conflicto a cambio de concesiones, o reforzar su apoyo a Kiev con el objetivo de garantizar el acceso a recursos estratégicos, en especial las tierras raras, fundamentales para la tecnología del siglo XXI.

Cabe destacar que el entredicho en la Casa Blanca entre Zelensky, Vance y Trump no cambian el análisis de fondo, sobre los intereses de cada actor. La primera alternativa implicaría que Ucrania renuncie a los territorios ocupados por Rusia, con la condición de obtener concesiones por parte de Moscú. El principal activo de negociación serían las sanciones económicas impuestas a Rusia, las cuales debilitaron su economía y amenazan con volverse aún más severas si Estados Unidos implementa sanciones secundarias. Para el Kremlin, encontrar una salida que alivie estas restricciones es clave, y un acuerdo que estabilice la situación territorial en Ucrania podría ser una opción viable si Occidente accede a levantar parcialmente las sanciones más dañinas. Sin embargo, esta opción tiene un costo geopolítico: consolidaría la influencia rusa en las regiones ocupadas y enviaría un mensaje de que las anexiones pueden ser negociadas con suficiente presión militar.

El poder de China

La segunda opción plantea una estrategia más ambiciosa y agresiva: profundizar el apoyo a Ucrania, no solo para resistir la invasión, sino para extraer beneficios estratégicos en el ámbito de los recursos minerales. Ucrania posee depósitos de tierras raras y otros minerales estratégicos como grafito, litio, titanio, berilio y uranio, todos esenciales para la industria de defensa, la electrónica avanzada y las energías renovables. Estos elementos son críticos para la fabricación de semiconductores, que a su vez son la base de la inteligencia artificial, la computación avanzada y el desarrollo tecnológico de las grandes potencias.

El control de estos recursos es clave porque Estados Unidos depende de China para el suministro de tierras raras. Pekín domina la producción y refinamiento de estos materiales, con una capacidad que representa más del 70% del mercado global. Además, estableció barreras tecnológicas y regulatorias que dificultan que otras naciones desarrollen su propia industria de procesamiento. Washington redujo esta dependencia mediante inversiones en producción nacional y acuerdos con aliados, pero asegurar el acceso a los recursos ucranianos representa una oportunidad única para debilitar el monopolio chino. En este sentido, la guerra en Ucrania es un campo de batalla por el control de la materia prima esencial para la tecnología del futuro.

La administración Trump dejó en claro que cualquier asistencia a Ucrania deberá traducirse en beneficios tangibles para Estados Unidos. Esto significa que, a cambio del continuo apoyo militar y financiero, Kiev garantizará derechos preferenciales a las empresas estadounidenses en la explotación de sus recursos minerales. Esto fortalecerá la seguridad económica de Estados Unidos al tiempo que debilitará la capacidad de Rusia y China para controlar el suministro global de estos materiales.

Sin embargo, este plan enfrenta desafíos. En primer lugar, muchos de los depósitos de tierras raras en Ucrania están ubicados en el este y el sur del país, zonas devastadas por la guerra y, en algunos casos, bajo control ruso. Para que la explotación de estos recursos sea viable, Ucrania necesita recuperar los territorios o garantizar acuerdos que permitan su extracción y procesamiento en condiciones seguras. En segundo lugar, la industria de tierras raras requiere tecnología avanzada de refinamiento, una capacidad concentrada en China. Estados Unidos tendría que desarrollar rápidamente infraestructura para el procesamiento de estos minerales o buscar acuerdos con otros países con experiencia en el sector.

En este contexto, Washington adoptaría una estrategia aún más agresiva: incrementar masivamente su apoyo militar a Ucrania hasta el punto de forzar a Rusia a la mesa de negociación en términos desfavorables. Si Estados Unidos despliega su poderío económico y militar sin restricciones, Moscú se vería ante dos opciones: aceptar una derrota estratégica que le obligue a hacer concesiones significativas o escalar el conflicto en una guerra de desgaste con consecuencias imprevisibles. En este escenario, el papel de China se vuelve central. Pekín apoyó a Rusia de manera discreta, con asistencia económica y tecnológica sin comprometerse abiertamente con el conflicto. Si la guerra escala a un nivel en el que Rusia necesite mayor respaldo, China se enfrentaría a la disyuntiva de aumentar su apoyo y arriesgar sanciones occidentales más severas o dejar a Moscú a su suerte, debilitando su posición en la región.

El dilema de China no es menor. Su monopolio sobre las tierras raras le permitió influir en la economía global, pero si Estados Unidos logra diversificar sus fuentes de abastecimiento, este dominio se vería amenazado. Además, un conflicto prolongado en Ucrania drenará recursos y atención que China necesita para sus propias prioridades estratégicas, como Taiwán y su disputa con Occidente por el control de la tecnología avanzada.

Este es el verdadero trasfondo de la guerra en Ucrania: no solo se trata de un conflicto territorial, sino de una batalla por el acceso a los recursos fundamentales que definirán el futuro de la tecnología y la inteligencia artificial. Lo que está en juego es el equilibrio global de poder en las próximas décadas. Las cosas como son.