Hace unos años, si alguien hubiera dicho que los autos eléctricos dominarían el mercado, la idea habría parecido exagerada. Sin embargo, Tesla impulsó una revolución que cambió por completo la industria, y China supo aprovecharla para convertirse en el mayor productor de estos vehículos del mundo. Ahora, el foco cambió a la robótica humanoide, y China quiere repetir la fórmula. Gobiernos locales en Shenzhen, Shanghai y Beijing anunciaron planes de financiamiento para desarrollar robots que imiten al ser humano, con inversiones en motores, sensores y manos biomiméticas. La expectativa es que, en unos años, estos robots puedan integrarse en fábricas, almacenes e incluso en el hogar. Sin embargo, aunque el plan suena ambicioso, hay un obstáculo insalvable: los robots humanoides dependen de inteligencia artificial avanzada, y China no tiene la tecnología necesaria para desarrollarla.

El caso de Tesla es diferente. Elon Musk apostó por Optimus, su robot humanoide, y prometió que para finales de 2024 producirían miles de unidades que trabajarían en sus fábricas antes de venderse al público en 2025. La clave del éxito de Optimus no está en su estructura mecánica, sino en su capacidad de tomar decisiones y adaptarse a su entorno, algo que solo es posible gracias a los chips más avanzados diseñados en EE.UU. y fabricados en Taiwán. Sin estos chips, un robot humanoide no es más que un conjunto de motores y sensores con funciones preprogramadas, incapaz de operar con autonomía real.

Aquí es donde China enfrenta su mayor obstáculo. Aunque puede fabricar la parte mecánica de los robots, carece del elemento esencial: chips avanzados capaces de procesar inteligencia artificial de última generación. Para entender la magnitud de este problema, basta con observar el papel de ASML, la empresa holandesa que fabrica las únicas máquinas del mundo capaces de producir chips de 3 nanómetros o menos. Estas máquinas de litografía ultravioleta extrema (EUV) son esenciales para fabricar los procesadores más potentes del mundo, y China no tiene acceso a ellas debido a las restricciones impuestas por EE.UU. y sus aliados.

La inteligencia artificial moderna depende de estos chips avanzados. Son los que permiten que un robot procese datos en tiempo real, aprenda de su entorno y mejore su desempeño con el tiempo. Sin estos procesadores, un robot humanoide queda reducido a una máquina con funciones rígidas y preprogramadas, sin capacidad de adaptación o evolución. Para hacer una comparación sencilla, es como si Tesla hubiera intentado fabricar autos eléctricos sin acceso a baterías de litio: el concepto puede ser interesante, pero en la práctica, no funcionaría.

China intenta desarrollar sus propios chips para inteligencia artificial, pero sin éxito. Empresas como Huawei y SMIC fabrican procesadores, pero están varias generaciones por detrás de Nvidia, AMD o Qualcomm. Y no es una simple cuestión de tiempo o inversión: sin acceso a la maquinaria EUV de ASML, China no puede producir los chips más avanzados, y sin estos, su capacidad de innovación en inteligencia artificial está bloqueada.

A pesar de estas limitaciones, el gobierno chino sigue promoviendo la industria de la robótica humanoide con anuncios de nuevas inversiones y asociaciones estratégicas. Algunas empresas locales ya han comenzado a suministrar robots humanoides a fabricantes de autos eléctricos en China, en un intento de replicar el modelo de Tesla, que integró sus propios robots en la producción de vehículos. Sin embargo, la diferencia es que Tesla cuenta con acceso a la mejor tecnología en inteligencia artificial, mientras que China está limitada a hardware mucho menos potente.

La dependencia de China de componentes extranjeros se hace evidente en cada intento de avanzar en este campo. Gigantes tecnológicos como Huawei, DJI y Xiaomi lanzaron sus propios proyectos de robótica humanoide, pero todos dependen de hardware extranjero para desarrollar sistemas avanzados de inteligencia artificial. Por más que fabriquen motores, estructuras y sensores, la parte fundamental de la robótica—el cerebro que le da vida al robot—sigue fuera de su alcance.

A medida que EE.UU. y sus aliados refuerzan las restricciones tecnológicas, China enfrenta un futuro aún más complicado. Washington discute la posibilidad de bloquear aún más la exportación de inteligencia artificial avanzada y evitar que empresas chinas accedan a chips de última generación. Si estas medidas se endurecen, China quedará excluida de la próxima ola de innovación tecnológica, sin posibilidades reales de competir con Tesla y otras empresas occidentales.

Este bloqueo tecnológico no es temporal ni algo que China pueda resolver simplemente con más inversión. A diferencia de la industria automotriz, donde la producción masiva y la reducción de costos le permitieron dominar el mercado, la inteligencia artificial no es un problema de manufactura, sino de innovación. Y en este aspecto, China está atrapada en una situación sin salida. No tiene los chips que necesita, no puede fabricarlos y tampoco puede fabricar las máquinas necesarias para producirlos. El resultado es inevitable: mientras Tesla y otras empresas desarrollan robots humanoides con capacidades cada vez más avanzadas, China quedará relegada a la fabricación de marcos mecánicos y sistemas de automatización básicos. Sus robots podrán caminar, moverse y realizar algunas tareas simples, pero nunca alcanzarán el nivel de inteligencia de los modelos occidentales.

El fin de la ambición tecnológica de China ya está marcado. No importa cuántos recursos dedique, cuántas fábricas inaugure o cuántos anuncios haga su gobierno sobre el desarrollo de robots humanoides. Sin acceso a chips avanzados, toda su industria de inteligencia artificial está condenada a la irrelevancia. China puede seguir fabricando maniquíes mecánicos, pero el futuro de la robótica no será definido por quienes construyen los cuerpos, sino por quienes controlan las mentes. Y en esa carrera, China ya perdió. Las cosas como son.