El 8 de marzo no es, lamentablemente, una fecha para flores y campañas de liquidación en grandes almacenes. Y es que la conmemoración nos sitúa ante la alerta roja que nos muestra cuán lejos estamos todavía de la meta.

Aunque hayamos avanzado mucho en los últimos años, es cierto que la igualdad entre los dos sexos es una tarea pendiente en la que nos queda mucho camino por recorrer. Y si hablamos de empleo, la cosa se pone incluso más cruda. Porque, aunque hoy la mujer está siendo mucho más activa en nuestro mercado de trabajo: ¿en qué roles?, y ¿en qué condiciones? ¡Ojo, y no me refiero solamente a las salariales!

¡La brecha sigue siendo un abismo!

Cada 8M accedemos a una gran cantidad de informes que muestran los avances que podemos ir alcanzando pero, mientras tanto, seguimos con las realidades siguientes: el mantenimiento de las brechas salariales, la tasa de desempleo femenino sigue superando a la masculina y las mujeres siguen cargando con dobles y triples jornadas no remuneradas. Es un déjà vu estadístico, como un disco rayado que ya aburre, pero no por falta de relevancia, sino porque no conseguimos que la denuncia se convierta en acciones concretas. Las cifras no mienten, no deberíamos de engañarnos ni engañarlas.

Hablemos en plata: en muchos países, las mujeres ganan entre un 15% y un 20% menos que los hombres por el desempeño del mismo trabajo. Y si eres madre, olvídate. La penalización salarial por maternidad es un escándalo, mientras que la prima por paternidad sigue viva y coleando. O sea, a ellos les suben el sueldo por ser padres; a ellas les bajan por el mismo motivo. Absurdo, pero real.

El mundo laboral no es un terreno de juego parejo. A las mujeres se las encasilla en sectores feminizados, muchos de ellos con menores consideraciones sociales y con menores remuneraciones (salud, educación y servicios a las personas, entre otros). Las posiciones de liderazgo siguen siendo feudos masculinos: menos del 10% de los CEO de empresas globales son mujeres. Y todo esto si las profesionales consiguen sortear el laberinto de contratos precarios y jornadas reducidas que, curiosamente, solo parecen estar disponibles cuando eres mujer. Hay trabajo, pero no para todas.

En muchos países, las mujeres ganan entre un 15% y un 20% menos que los hombres por el mismo trabajo. Y si eres madre, olvídate

Pero lo peor es que, cuando logramos romper el primer techo de cristal, descubrimos que encima hay otro, y otro. El llamado "síndrome de la impostora" no es un problema individual, sino el resultado de mecanismos culturales muy consolidados que entre otros elementos conlleva que muchas mujeres duden de su propio talento y de su capacidad para romper determinados estereotipos que actúan como desincentivos al desarrollo de una trayectoria profesional. En el día a día muchas mujeres terminan asumiendo las dudas sobre su capacidad y su motivación real para el desarrollo de sus trayectorias profesionales. Deberíamos ser capaces socialmente de ir más allá de la foto con el lazo morado.

Como cada año muchas organizaciones, y nótese que no utilizo el concepto de empresas puesto que este planteamiento incide en todos los sectores (el sector público y el social también se ven afectados por estas realidades), se suben al tren del 8M con campañas de rosas y bonitos discursos y acciones publicitarias. Pero luego llega el 9M y las prácticas reales siguen intactas: techos de cristal, culturas poco favorables a la conciliación y exigencias relativas a la disponibilidad 24/7 que, en la práctica, actúan como frenos a la igualdad que se pretende alcanzar.

El feminismo corporativo entendido como el conjunto de prácticas que adoptan algunas organizaciones para dar visibilidad a sus comportamientos en esta materia se reduce, a menudo, a simples campañas dirigidas a mejorar su imagen pública o a incrementar sus ventas y/o resultados en determinados entornos. Unos comportamientos que han llegado incluso a facilitar que la mujer pueda acceder a puestos directivos de relevancia pero que no comportan necesariamente cambios reales y significativos en la persecución de la igualdad. Unas transformaciones que, reconozcámoslo, son a menudo difíciles de implementar como consecuencia de las culturas laborales imperantes. Una realidad que puede ser incluso más evidente en el sector público en el que conviven dos realidades claramente dicotómicas: una mayor facilidad de acceso de la mujer frente al mantenimiento de raíces culturales que no favorecen la igualdad.

Las transformaciones son a menudo difíciles de implementar como consecuencia de las culturas laborales imperantes

Aunque no cuestione la relevancia de la celebración de iniciativas como el 8M hemos de ser conscientes de que ni estas ni las que se destinan a destacar a las mujeres que han alcanzado éxitos profesionales relevantes evitan que persistan muchos comportamientos claramente cuestionables que facilitan que la mujer no tenga que concentrarse en determinados roles que se consideran “femeninos”. Por ello es necesario impulsar e implementar cambios reales en cuestiones como:

  • La transparencia salarial y la equidad real.
  • La puesta en marcha de licencias parentales justas (*) para ambos sexos.
  • La disponibilidad de acceso a condiciones de flexibilidad laboral que no suponga penalizaciones.
  • La presencia y uso de protocolos claros en materia de discriminación y acoso.

Y todo ello sin que tome posición sobre la validez e idoneidad de las políticas basadas en las cuotas o porcentajes, que pueden incluso ser simplemente parches que nos ponemos para evitar los cambios profundos que son necesarios implementar para conseguir la deseada igualdad.

En resumen, el 8M es simplemente un recordatorio de que seguimos en la pelea y de que no hemos ganado, mucho menos la batalla. Una batalla que no venceremos hasta el momento que aprendamos a reconocer el talento sin importar el género.

(*) Nótese que el concepto de justicia/equidad puede no implicar necesariamente la igualdad.