A menudo se me acerca algún seguidor en redes sociales para tildarme de "tecnooptimista", normalmente en el contexto de la descarbonización industrial y la electrificación de la movilidad, dos temas que toco a menudo. Me atrevo a afirmar que, para quien me tilda de tecnooptimista, este término es un insulto. Ahora bien: es un calificativo que comparto y que no entiendo como tal: primero, porque la tecnología tiene un componente exponencial que nos ha sorprendido a todos en varias ocasiones –¿alguien pensaba que el despliegue y el impacto de Internet sería lo que ha resultado ser? ¿Y los smartphones? Evidentemente, no todas las innovaciones son igual de disruptivas, y consecuentemente no pueden tener el mismo impacto exponencial. Pero confiar en vivir, de vez en cuando, este tipo de despliegues tecnológicos no pienso que forme parte de un optimismo naif, sino de una expectativa basada en precedentes históricos. Por otra parte, no creo que tildarme de tecnooptimista sea un insulto porque, si no preservamos un cierto optimismo con respecto a las tecnologías del futuro, ¿qué nos queda? ¿Un conformismo agrio, alejado de resolver los retos que nos ocupan? Ahí no me encontraréis.

En cualquier caso, coincido con los que me acusan de tecnooptimista y, como tal, sigo como si fuera un ritual la publicación de MIT Technology Review (la publicación del Massachussets Institute of Technology, probablemente la facultad tecnológica más avanzada a nivel global) durante los primeros días de año, en la cual se posicionan sobre cuáles serán las diez tecnologías disruptivas que nos sorprenderán positivamente los próximos doce meses. Por espacio y por pragmatismo no las citaré las diez, pero sí las que pienso que tienen más potencial transformador y más base empírica para esperar avances significativos.

La tecnología tiene un componente exponencial que nos ha sorprendido a todos en varias ocasiones

Un elemento que no podía faltar a la lista este año, y que los lectores consideraréis previsible, es la inteligencia artificial. Ahora bien, el MIT puntualiza que el gran salto tecnológico este 2025 vendrá por dos lados: por un lado, la búsqueda generativa: la progresiva sustitución de los algoritmos estáticos que hacen funcionar a Google y los buscadores online que todos utilizamos cada día y que se basan al indexar frases de páginas web, actuando como un diccionario – cuando introducimos unas palabras clave, se busca en el índice las páginas que las contienen, que se han ordenado a partir de unos determinados criterios de coincidencia y popularidad. El MIT considera que este enfoque en la búsqueda online quedará desterrado por la búsqueda generativa, que permitirá responder preguntas de una manera mucho más abstracta y similar al pensamiento humano, aunque no haya ninguna coincidencia idéntica.

También relacionado con la inteligencia artificial, predicen que viviremos una explosión de los pequeños modelos de lenguaje. Para contextualizarlo, lo que hemos visto hasta ahora (ChatGPT, Grok...) son grandes modelos de lenguaje, entrenados con miles de millones de parámetros, y que pueden dar respuesta a cuestiones de todo tipo de disciplinas de conocimiento. En cambio, replicar el mismo planteamiento con entrenamientos más acotados puede dar como resultado modelos de inteligencia que toquen menos temáticas, pero que sean más fiables y precisos en una temática concreta. Esta cuestión puede ser útil para tareas delicadas como los modelos médicos, financieros o de apoyo a la ingeniería y arquitectura.

Quién aporta más al bien común: ¿los perfiles que hay detrás de los avances tecnológicos o los que, sin hacer nada, les acusan de tecnooptimistas?

No podían faltar a la lista las herramientas para avanzar en la descarbonización global, uno de los grandes retos que nos ocupan a la humanidad en conjunto. Aunque ponemos a menudo el foco en la generación de emisiones derivada de la generación de electricidad (que pretendemos solucionar con energía eólica y solar) y del transporte (que pretendemos solucionar con la movilidad eléctrica), una parte significativa de las emisiones viene de la ganadería. El MIT se fija en los resultados prometedores de determinados suplementos alimentarios para las vacas que reducen drásticamente las emisiones que estas generan al hacer la digestión, una cuestión que permitiría disminuir su impacto ambiental sin que este sea proporcional a decrementos de consumo cárnico.

Sin abandonar la cuestión de la descarbonización, consideran prometedoras las implementaciones que se están llevando a cabo en el ámbito de la fundición de acero en condiciones de neutralidad de emisiones de CO₂. Este es un reto mayúsculo: las emisiones derivadas de la fabricación de acero a nivel global superan las de toda la India, y las altas temperaturas que requieren los hornos industriales para la fabricación de acero hacían hasta ahora inviable la descarbonización de los mismos con una cierta escala y competitividad financiera. Eso ha cambiado recientemente con los éxitos recogidos por una empresa sueca llamada Stegra, que ha conseguido levantar siete mil millones de dólares en financiación para fabricar acero a partir de hidrógeno generado on-site (es decir, en la misma planta industrial) a partir de electrólisis y energías renovables. El proyecto está en fase de ejecución y se están cumpliendo todas las hipótesis proyectadas.

El próximo año podremos evaluar en este mismo espacio si las propuestas que gustan al MIT han salido bien o han fracasado. Ahora bien, estaremos todos de acuerdo en lo siguiente: quién aporta más en el bien común: ¿los perfiles que hay detrás de estos avances –asumiendo el riesgo de que fracasen– o los que, sin hacer nada, los acusan a todos de tecnooptimistas?