La apuesta de Josep Piqué
- Josep Maria Ureta
- Barcelona. Sábado, 8 de abril de 2023. 19:52
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Las glosas sobre la tarea y biografía de Josep Piqué ya están al alcance necesario para los que le tengan afecto, agradecimiento o reproche. Sin embargo, querría añadir una nota personal sin más ambición que la de complementar algunas lagunas que no he encontrado en las reseñas que he leído.
Primera. Josep Piqué era un economista destacado ya en su etapa universitaria, a finales de los 60. Que estuviera marcado por la leyenda de mayo del 68 francés y su réplica en las universidades españolas no es nada singular. Tampoco lo es que fuera hijo del alcalde de Vilanova i la Geltrú, que en aquella época tardofranquista lo nombraba el Gobernador Civil (Martín Villa lo mantuvo).
Segunda. Su trayectoria inmediata al final de su licenciatura y ampliaciones en centros universitarios extranjeros solo sirve para confirmar que era un licenciado que merecía un progreso académico suficiente para conseguir -lo que entonces era pensamiento dominante-, un buen sitio en la Administración pública (imposible por los antecedentes de militancia) o en la Universidad, que era un chico más tolerante.
Tercera. Piqué ingresó enseguida en el servicio de estudios de La Caixa, entonces presidida por Narcís de Carreras y, sobre todo, dirigida por uno de los catalanes más influyentes y poco reconocido todavía, Josep Vilarasau. Este servicio de estudios ya era un referente en temas de análisis económico. A pesar de no tener referencias precisas, a buen seguro que alguno de los documentos de La Caixa de aquellos años hay la aportación de Piqué.
Cuarta. Y relacionado con la Primera entrada: Piqué fue militante del PSUC por lo que podríamos decir contagio. Era lo que se llevaba en la época. Sin embargo, nadie ha explicado "cómo" lo fue (según todo lo que he leído). Lo explico por los testimonios recogidos personalmente, sin afán de publicarlos. Conversaciones de hace años en medio de buenas comidas:.
Quinta. El militante activo del PSUC de los años 60, Jordi Dagà (traspasado en 2016) fue un gerundense encendido en formas y fondo que estudiaba Historia en la UB y que recibió la orden infiltrarse entre los estudiantes de la reciente creada Facultad de Economía (su nombre actual, consolidado en 1972, y ya entonces ubicada a la Diagonal) para crear una célula del PSUC. Incorporó a tres de los estudiantes más brillantes y de larga carrera: Josep Piqué, Anna Birulés y Miquel Puig. No está claro, al menos para mí, que acabasen los tres siendo militantes.
Sexta. A Dagà lo reencontramos muchos años más tarde, en 1998, como vicepresidente de la SEPI, el organismo encargado de las privatizaciones de las empresas públicas del Estado español. Ministro, claro, Josep Piqué. No eran pocas las empresas públicas que tenían buenos resultados anuales para estar en sectores no competitivos y que su venta contribuyó, ciertamente, a rebajar la deuda y el déficit público. Sin embargo, la operación de venta también incluía una realidad inmediata: si te vendes las joyas rentables, nunca más tendrás el ingreso de sus beneficios.
Séptima. El trío Piqué/Birulés/Puig eran recien licenciados de la UB que el catedrático Joan Hortalà supo captar por la administración de la Generalitat a mediados de los años 80 del siglo pasado cuando todavía era posible crear una administración catalana que no fuera un calco total, absoluto y miserable del modelo caduco español.
Y así vamos.
El caso de Josep Piqué merece otras visiones más razonables. Era un catalán y catalanista de extracción burguesa local (Vilanova, no Barcelona), conservador ilustrado y pragmático. Pregunto: ¿Por qué nadie se dio cuenta de que aquella generación de gente brillante de los 80 que se incorporaba a la administración pública –gestionada muy torpemente-, podía ser la gran esperanza de un modelo nuevo y genuinamente catalán? Respondo: porque no era lo que le interesaba a Jordi Pujol. Siempre ha dicho que detesta los malabares de los juristas y funcionarios.
Segunda parte
Josep Piqué ya había escogido no ser solo un alto funcionario (el referente estatal/madrileño no es nunca reproducible en Catalunya, falta tradición secular) si no también hacerse un nombre en la gestión de las empresas decadentes y vinculadas al sector público. Primero lo captó Javier de la Rosa para la ya cutre Ercros (otro pifia del empresariado catalán decadente) y desde allí, el salto en el Madrid tan complaciente entre sus iguales, es decir, funcionarios de cuerpos del Estado y sus proveedores selectos y serviles.
Hasta que a Piqué le llegó la hora de ser fiel a su nueva identidad de catalán en Madrid con capacidad de influir. Aznar lo escoge como ministro de Indústria en 1996, jugada maestra pero de corto vuelo: en Catalunya el peso e influencia del sector industrial ya era mucho más escaso de lo que se suponía y ha confirmado el año pasado, en un libro imprescindible, Manel Pérez (La burgesía catalana, Planeta). El objetivo era otro: hacerlo líder de la derecha conservadora catalana.
...Y tercera parte
La pérdida de la capacidad política de Piqué empieza aquí, cuando Aznar le propone y él no mide la contradicción de ser el líder del catalanismo conservador (una franja que existe, seguro) pero siempre dirigido desde Madrid. No hay que ser un experto conspicuo ni siquiera superficial para entender que no se puede ser las dos cosas a la hora: catalanista y sumiso al poder de un partido conservador/reaccionario con sede, dirección y comisariado en Madrid. Ver el coro de lloronas políticos del PP en las puertas del tanatorio me da miedo: la mayoría son los que defenestraron a Piqué por criptocatalanista y poco sumiso. ¡Qué caraduras!
Creo, sinceramente, que este último principio, querer a la hora catalanista y conservador en España, es la única apuesta cometida por Josep Piqué. No quiso leer que llevaba malas cartas secularmente.
De todo lo otro de su currículum conservo no solo una buena memoria si no una admiración sin ninguna restricción.