Autonomía estratégica: ¿nos pondremos de acuerdo en la Unión Europea?
- Àngel Hermosilla
- BARCELONA. Miércoles, 20 de noviembre de 2024. 05:30
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De un tiempo a esta parte el concepto de autonomía estratégica y el debate a su alrededor se ha ido extendiendo e intensificando entre políticos y expertos europeos, como una de las principales vías para afrontar los desafíos de nuestro futuro. La apertura internacional y el avance de la globalización han convertido a la Unión Europea en más dependiente de terceros países, y eso, junto con la inestabilidad y las mutaciones del contexto geopolítico, han hecho que las dependencias se transformen en riesgos para los ciudadanos y las empresas comunitarias, haciéndolos más vulnerables, especialmente frente a shocks como una pandemia o un conflicto bélico.
Este panorama se puede complicar próximamente a la vista de los resultados de las recientes elecciones norteamericanas y de las informaciones asociadas que nos llegan en materias como el fin del multilateralismo en las relaciones internacionales o los aires proteccionistas en lo que se refiere al comercio mundial, entre otros.
Todo justifica que la Unión Europea y los diversos países comunitarios busquen mecanismos para conseguir niveles más altos de autonomía, y no solo como medio de defensa frente a sus debilidades y vulnerabilidades y su pérdida de peso económico mundial, sino, también, como necesidad básica y vía de supervivencia que ayude a convertir a la Unión Europea en un actor potente en la esfera internacional actual a todos los efectos (política, economía, defensa, industria...). Y eso especialmente pensando en las próximas décadas y en un mundo que bascula hacia en el continente asiático y que tiende hacia la fragmentación del orden tradicional y a una creciente competencia por los recursos y las tecnologías.
Pero, ¿qué significa y qué implica la autonomía estratégica?
Múltiples razones explican que no exista una conceptualización sólida sobre autonomía estratégica unánimemente aceptada, vistas las diferentes culturas existentes, cosa que comporta un uso confuso y divergente de ella por parte de todo el mundo. Sin embargo, a pesar de su vaguedad se trata de un concepto abierto. Su origen se remonta a mediados de los años noventa del siglo XX y se sitúa en Francia en el campo de la defensa y la seguridad. El Consejo Europeo utilizó el concepto en 2013 en el ámbito de la industria de la defensa, y en 2016 definió autonomía estratégica como la capacidad de actuar de forma autónoma cuando haga falta y con socios cuando sea factible.
Cabe decir que en 2022 la Unión Europea adoptó un plan de acción para aumentar la autonomía estratégica en defensa y seguridad, denominado "Brújula estratégica", mientras que en los últimos años la presidenta de la Comisión Europea, el presidente del Consejo Europeo y algunos mandatarios comunitarios hacían de esta un objetivo fundamental. Pero el interés por ella se ha acelerado notablemente y su contenido se ha ampliado en múltiples ámbitos (sanidad, alimentación, datos...), destacando la economía y la tecnología, dando al término varias dimensiones, aunque la seguridad y defensa siga dominando.
El interés por la autonomía estratégica en la UE alcanza su punto culminante en la pandemia, por los problemas de aprovisionamiento de material sanitario
La atención por las vulnerabilidades comunitarias en materia económica y tecnológica y por la autonomía estratégica en este ámbito nace al principio del siglo XXI, pero alcanza el punto culminante con la pandemia de 2020, con problemas de aprovisionamiento en mascarillas, EPIs o varios equipos sanitarios. Después, el estrangulamiento en ciertos materiales y componentes de 2021, pusieron en evidencia las cadenas internacionales de suministro, haciendo subir los precios. Un ejemplo claro fue la falta de semiconductores, que afectó a buena parte de los sectores productivos. A eso se añadió el encarecimiento mundial del petróleo, carbón y, especialmente, gas. Más tarde, la guerra en Ucrania ahogó el abastecimiento de determinados productos básicos, como los cereales, el aceite de soja y los fertilizantes, o simplemente el gas ruso.
En paralelo, la Unión Europea ha despertado ante los riesgos que entraña depender de determinados productos y materias primas que provienen de otros países. En definitiva, se trata de bienes escasos, cuya oferta está controlada por un número reducido de países que son rivales de la Unión Europea, por lo cual los países comunitarios necesitan autonomía estratégica y diversificar sus fuentes de suministro.
Diferentes voces apuntan que una mayor autonomía estratégica (reactiva) no es incompatible con una interdependencia estratégica (activa) que supere sus limitaciones y vincule más con aliados y socios clave. Sin embargo, hay que ser conscientes de que la interdependencia se está volviendo muy conflictiva y en un arma de coerción en la esfera política internacional.
La autonomía estratégica choca con varias dificultades en la UE, como la inexistencia de una visión conjunta y la divergencia entre territorios respecto a necesidades
Pero la autonomía estratégica choca con varias dificultades en la Unión Europea: la falta de definición concreta y unánime; la inexistencia de una visión conjunta; y la divergencia entre territorios con respecto a necesidades y recursos particulares. De hecho, la aplicación de la autonomía estratégica ha dividido los países comunitarios, dado que algunos temen que impulse las inercias proteccionistas e intervencionistas y otros piensan que puede reforzar el poder de las grandes potencias económicas europeas. No todos los países tienen la misma cultura o tienen las mismas percepciones de los problemas, de las amenazas y de los riesgos. Es por eso que algunos expertos critican esta estrategia y proponen la autonomía estratégica abierta, es decir cooperar en lo que se pueda y actuar autónomamente en lo que sea necesario.
Mientras se intenta reforzar la autonomía estratégica, sería bueno realizar un reparto esmerado de las dependencias y los riesgos que tenemos, focalizándose, especialmente, en aquello donde realmente es posible eliminarlos, reducirlos o simplemente diversificarlos, siendo conscientes de que en otros ámbitos eso es imposible. Por eso resulta fundamental la consecución de acuerdos estratégicos por parte de la Unión Europea con países terceros, en un marco de quid pro quo, con iniciativas como el Global Gateway, en una combinación entre autonomía e interdependencia que fortalezca, en la medida del posible, un nuevo orden multilateral internacional. El despliegue de estas estrategias será un proceso largo, pero fundamental a fin de que podamos gestionar nuestro propio destino según nuestros valores.