Mucho se ha escrito recientemente sobre la evolución económica de Barcelona durante los últimos años y muchas de estas veces se ha hecho en su contexto con Madrid. Obviando esta comparación “futbolística” casi inevitable durante los últimos lustros, creo que lo realmente relevante para nuestra ciudad es su posicionamiento dentro del exclusivo club de urbes globales, muchas veces catalogadas como ciudades Alpha o Beta Plus, que van a ser las ciudades que aglutinarán el desarrollo económico y, por ende, no solo las oportunidades en este ámbito, sino las que también acabarán marcando el camino en el desarrollo social, cultural, artístico y urbanístico.

Barcelona ha sido tradicionalmente una ciudad con una admirable capacidad de reinvención, probablemente en parte alentada por el hecho de que no disponía de las herramientas ni la fuerza gravitatoria que generan la capitalidad de un estado, por lo que la iniciativa privada en múltiples ámbitos siempre ha sido uno de sus motores más dinámicos. Prueba de ello es por ejemplo el Gran Teatro del Liceu, el de mayor aforo de Europa durante más de un siglo, y que a diferencia de otras ciudades europeas, donde la monarquía se hacía cargo de la construcción y mantenimiento de los teatros de ópera, en Barcelona la construcción del Liceu se tuvo que hacer mediante las aportaciones de accionistas particulares, según una estructura similar a una sociedad mercantil.

En este sentido, durante las últimas décadas, y muy especialmente a partir del principio de los años ochenta, Barcelona empezó a sufrir en carne propia los efectos de la desindustrialización primero, y de la globalización después. Tener el tejido industrial más numeroso de España, fruto de la iniciativa privada que antes mencionaba, la puso en una situación de vulnerabilidad especial como también sucedió en zonas de larga tradicional industrial como el norte de Inglaterra, la cuenca del Ruhr o algunas ciudades del Benelux (especialmente en Bélgica), entre otras.

La diferencia, no obstante, ha sido la capacidad de Barcelona de explotar sus puntos fuertes y ponerlos en valor. Ha sido clave disponer de una urbe de escala global (hablo de la Barcelona metropolitana de más de 5 millones de habitantes, no de los reducidos límites municipales que dejan a la ciudad con poco más de 1,6 millones de habitantes a nivel “enciclopédico”). Esta escala permite disponer de los servicios y elementos colaterales de atractivo que buscan muchas compañías para realizar su actividad y atraer el talento que necesitan para ello.

Pero esto es condición necesaria pero no suficiente. Poner en valor el hecho de disponer a la vez de un clima benigno, con playa en verano a la que se puede acceder por metro y pistas de esquí en invierno a menos de dos horas, una gastronomía envidiable (la ciudad de España más galardonada por la Guía Michelin), una red de escuelas de negocios de primera línea y algunas de las universidades españolas que más destacan en los rankings internacionales, un aeropuerto internacional con buenas conexiones directas (aunque este es un aspecto aún con margen de mejora, en mi opinión) y la disponibilidad abundante de talento internacional joven.

No menos importante ha resultado el casi imbatible binomio value for money en el ámbito inmobiliario, que proporciona un business case muy sólido que Barcelona ha sabido poner de manifiesto de forma efectiva y promocionarlo de la forma adecuada en los foros internacionales más visibles. De alguna forma el distrito 22@ es quizás el máximo exponente de este factor, generando un entorno en el que se han sabido combinar edificios de oficinas de última generación con usos lúdicos, comerciales, residenciales, hoteleros, educativos y de investigación, generando una mezcla muy rica a nivel urbano que tanto usuarios como inversores han sabido reconocer.

Todo esto ha proporcionado éxitos muy tangibles en el ámbito tecno-digital y permitido que al dinámico (y más numeroso de España) universo de startups locales (Glovo, Wallbox, Travelperk, Factorial, eDreams y Privalia, por ejemplo) se hayan unido multitud de compañías que no estaban presentes en la ciudad y que han aterrizado en Barcelona creando unidades de negocio desde cero. También, y no menos importante, que muchísimas de las compañías con negocios de la economía “tradicional” ya presentes en la ciudad hayan elegido Barcelona de nuevo para instalar sus unidades de negocio digitales, creando un verdadero ecosistema en forma de clúster. Este último caso sería el de Nestlé, Bayer, Sanofi, Novartis, Pepsico, Porsche, Roche, Zurich, Siemens, Alstom, Allianz, Lidl, AXA, Purina, Asics, Deloitte y muchas otras.

De hecho, según un reciente informe elaborado por Acció, en Cataluña se superan ya ampliamente las 9.000 empresas extranjeras. A esta extensa lista se acaban de incorporar compañías del ámbito tecnológico como Cisco y su primer centro de diseño de chips europeo en el distrito 22@, las inversiones que llevarán a cabo Lenovo e Intel en el BSC, o la apuesta de la norteamericana Monolithic Power Systems en L’Hospitalet. También ha habido incorporaciones muy relevantes en el sector de la salud, con el nuevo centro tecnológico de enfermedades raras de AstraZeneca, el centro digital de la suiza Ypsomed y Veeva, especializada en desarrollo de software para la industria farmacéutica, que reforzará su sede digital europea en Cornellà donde prevé llegar a los 500 empleados. Mención aparte merece el sector de la automoción, que con la surcoreana ILJIN se llevará a cabo la mayor implantación industrial de Cataluña de los últimos 15 años para instalar su primera planta de producción de baterías en Europa con una inversión de 600 millones de euros y derivará en la creación de 500 puestos de trabajo.

Barcelona, y Cataluña por extensión, deben seguir haciendo gala en el futuro de su capacidad de reinvención, mutar con los tiempos, seguir siendo pionera y adaptar su tejido productivo para seguir formando como hasta ahora parte de las metrópolis globales de referencia. Fallar en esto significaría transitar tarde o temprano hacia la irrelevancia.