El viernes pasado presentó resultados el Banc Sabadell y, con él, ya todos los grandes bancos españoles han explicado cómo les fue en el 2024. Les fue muy bien: el Santander, el BBVA, CaixaBank, el Sabadell, Bankinter y Unicaja, los seis bancos del Ibex-35, sumaron 32.000 millones en beneficios, un 21% más que en 2023. Hay dos matices: las dos primeras entidades aportan un tercio cada una, por lo cual las otras cuatro se reparten el otro tercio. El Santander y el BBVA, además, ganan más en el extranjero que en el mercado español.

A pesar de los matices, los resultados fueron muy buenos, teniendo en cuenta, además, que pagaron al Estado 1.500 millones del impuesto al sector. No tiene que sorprender, pues, que hayan bajado el tono en contra del gravamen, aunque se han quedado solos, porque el otro sector señalado en los últimos años, el energético, ha visto como su impuesto pasaba a mejor vida.

El récord se explica por la buena situación macroeconómica, aunque cuando se baja a la micro, la situación sea diferente. El bancario es uno de los sectores más sistémicos que existen: si el PIB va bien, va bien; si la economía sufre, sufre. Aunque las familias viven una contracción del poder adquisitivo por la subida generalizada de los precios, y en especial de la vivienda para los que viven de alquiler, muy por encima de la de los salarios, las empresas, en general, están creciendo e invirtiendo, y para hacerlo necesitan dinero.

El 2024 les fue muy bien a los bancos españoles, que sumaron 32.000 millones de euros de beneficios

Los bancos les están dejando ese dinero, y lo están haciendo a un precio bastante alto. Durante 2023 y 2024, al precio más alto en una década, a causa de la subida de los tipos de interés a raíz del incremento de la inflación por la invasión rusa de Ucrania. Ahora están bajando, pero hay que recordar que veníamos de más de un lustro de tipo cero. Los tipos son lo que marcan la tasa de interés de los créditos a empresas y particulares, tanto al consumo como hipotecarios. Con tipos altos, los bancos pudieron ganar mucho dinero.

Las entidades españolas venían de años en los cuales ganar dinero era difícil. Para hacerlo, tuvieron que recortar gastos, subir comisiones y elevar la apuesta de valor de sus productos. Con estos deberes hechos, cuando los tipos se recuperaron, estaban en posición de multiplicar beneficios, y si la situación económica animaba a la gente y las empresas a pedir créditos, y a las entidades, a darlos, estas todavía incrementaron más su negocio. Además, el mercado está más concentrado, lo que significa más pastel por repartir entre menos manos.

Esta es la situación, y el récord de beneficios da pie a discursos a menudo simplistas y, con el actual nivel de demagogia de la política, también populistas. No se puede justificar un impuesto por los beneficios sin un análisis previo, que tenga en cuenta de donde vienen los beneficios, como están actuando los bancos y el contexto, y menos todavía comparando ambas cifras –beneficios vs. impuesto–, si como por el hecho de ganar mucho dinero, el Estado pudiera ir y coger al gusto. Ya poca gente cuestiona el impuesto actual, por el buen momento que vive el sector, pero sería temerario ir subiéndolo a discreción.

No se puede justificar el impuesto en la banca por los altos beneficios, si como por el hecho de ganar mucho dinero, el Estado pudiera ir y coger al gusto

Hay que entender el contexto. Los bancos no solo son empresas privadas –muy regulados–, sino también cotizadas. Eso quiere decir que tienen unas reglas del juego muy marcadas. Como regulados, están obligados a cumplir unos requisitos de solvencia y seguir una serie de normas. Si lo hacen, su negocio es lícito, independientemente del dinero que gane. Como cotizados, tienen que rendir cuentas, y de forma detallada, trimestralmente. Pero además, compiten con cualquier otra cotizada por el favor de los inversores en un entorno donde el capitalismo se hace visible en su máxima expresión. Si tu rentabilidad, como inversión, es alta, invertiré en ti; si no, buscaré opciones con más retorno.

Hasta hace dos años, en época de tipos de interés bajos, los bancos eran la cenicienta de las bolsas europeas, no solo porque no ganaban tanto dinero, sino porque además el regulador, el Banco Central Europeo (BCE), no les dejaba repartir ni la mitad de los beneficios entre los accionistas, restricción que no tienen el resto de sectores, porque tenían que incrementar reservas y solvencia. Ahora los bancos han recuperado el favor de los inversores, pero cualquier medida que reste la rentabilidad, les va a la contra. Podemos pensar que no viene de aquí, pero la bolsa es un sistema que puede llegar a ser muy perverso y una espiral a la baja puede dejar una entidad tocada, en un sector donde la confianza es primordial, y en el caso más extremo, puede acabar provocando la caída y/o rescate público.

Hay quien defiende que la solución es que no cotice, incluso que sean públicos. Tenemos poca memoria. España y Catalunya tenían un amplio sistema de cajas de ahorros, muchas controladas por administraciones, que cayó como una torre de naipes con la crisis de 2008. La falta de control del riesgo y los excesos llevaron muchas a la ruina. Lo cierto es que también tuvieron culpa los reguladores, pero los bancos, que eran privados y cotizados, en general aguantaron mejor: el Santander, el BBVA, el Sabadell y Bankinter sobrevivieron, mientras que de cajas solo quedan, transformadas en banco, CaixaBank, Unicaja, Kutxabank, Ibercaja, Abanca y alguna entidad más pequeña. De las diez cajas catalanas, solo ha quedado CaixaBank.

Ahora que tenemos un sector bancario con buena salud, lo que le tenemos que exigir es que su bonanza se refleje en la sociedad

A los bancos no se les tiene que pedir que paguen más impuestos. Lo que sí se les tiene que pedir, y exigir, es que hagan a un servicio universal, de calidad y competitivo. Lo primero, que den crédito, que hagan circular el oxígeno que necesita la economía. Lo segundo, que hagan un buen servicio, adaptados a las necesidades de sus clientes, tanto a los jóvenes, a los que les basta con una app, como a la gente mayor, que necesita más asistencia, pasando por los del medio, a los que a menudo les basta con la app, pero que cuando necesitan algo más, no quieren hablar con una máquina –a menos que la IA lo mejore mucho– sino con su gestor y recibir un trato personalizado. Que no haya exclusión financiera, ni por edad ni geográfica –cosa a la cual Catalunya ya ha puesto remedio.

Y que los precios sean competitivos. Una de las máculas que se puede poner a la actuación de las entidades españolas los últimos años es la lentitud y poca intensidad con la cual subieron la remuneración de los depósitos cuando subieron los tipos de interés. La reducción de la competencia en los últimos años –que irá a más si el BBVA acaba comprando el Sabadell– y el hecho de que tuvieran buena posición de liquidez, hizo que los grandes bancos no entraran en una guerra por los ahorros de la gente, cosa que dejaron para bancos más pequeños, a menudo neobancos que querían ganar mercado.

En definitiva, ahora que tenemos un sector más concentrado y con buena salud, lo que le tenemos que pedir es que lo primero no se note, es decir, que no haya prácticas oligopolistas, y que sí que se note la segunda característica y su bonanza se refleje a la sociedad.