Es una gran una paradoja, pero desde el 2008 hasta ahora, en Europa y Estados Unidos, principalmente, hemos asistido a un crecimiento sin igual de la riqueza concentrada en manos de los más ricos.

Según Thomas Piketty, en su popular libro El Capital del siglo XXI, que es una de las obras económicas que más ha calado en el mundo desde que se publicó, el rendimiento del capital está normalmente por encima de la tasa a la que crece la economía, lo que produce una concentración de la riqueza y aumenta la desigualdad; cada nación ha respondido de manera particular a este hecho, y él propone un sistema global de impuestos progresivos a la riqueza para ayudar a reducir la inequidad y evitar que una pequeña minoría acabe concentrando la mayor parte de ahorro, activos y, riqueza, en definitiva.

Siempre he dicho que la tesis fundamental de sus casi setecientas páginas puede resumirse en una simple cuestión, cuyo descubrimiento ya se realizó por parte de las escuelas económicas del siglo XIX: el exceso de moneda u oro por encima de la economía real producirá inflaciones de algún tipo, sea de precios o de activos. Durante lo que llevamos de siglo, con excepción de las inflaciones más recientes, toda la medicina para atajar las burbujas inmobiliarias, crisis financieras y colapso de bancos, fue la expansión monetaria. Crear dinero ha sido lo único que, aparte de políticas fiscales, los estados han sabido hacer para gestionar las economías. Durante veinte años, el fabuloso aumento de la masa monetaria, por tanto, se fue a aumento de valor de activos de toda índole: bolsa, terrenos, inmuebles, acciones, oro e incluso cripto monedas. ¿Quién poseía activos? Los ricos. Por tanto, ¿quiénes se han llevado el saldo de ese aumento de masa monetaria? Blanco y en botella, leche.

Solo más recientemente, aparte de activos, los precios de productos y servicios han empezado a reflejar seriamente los aumentos de dinero en circulación (si bien la inflación de estos dos últimos años ha sido producida principalmente por la interrupción de la cadena de suministros a tenor del COVID y el aumento del gas y el petróleo por las consabidas tensiones geopolíticas).

En resumen, los ricos, más ricos y los pobres, más pobres. Esta semana me reunía en Madrid con directivos de una compañía que comercializa productos de lujo, y me solicitaron que explicase cuáles eran las perspectivas del lujo en España y el mundo. Los datos son apabullantes. Los productos considerados de lujo (joyas, moda cara, vehículos de alta gama, restauración y hoteles de cinco estrellas y similares) han crecido a doble dígito en todos los continentes. La revalorización bursátil de las principales compañías poseedoras de marcas de lujo ha estado por encima de la media de compañías de todos los índices, casi sin excepción. Y las perspectivas, por lo menos a corto plazo, van a ser similares.

Es facil encontrar a un mileurista gastándose la totalidad de su exiguo ahorro en un dispositivo móvil de alta gama. Esta es la palabra clave: lo aspiracional

El lujo, sin embargo, va más allá de las rentas altas. Naturalmente, hay una mayor concentración de compradores de renta alta que de renta baja en los productos y servicios de lujo, pero la relación con el lujo no se explica únicamente a partir de la renta o el ahorro o clase social, sino a partir de la relación que cada persona establece con una categoría de producto en particular. Es fácil encontrar a un mileurista gastándose la totalidad de su exiguo ahorro en un dispositivo móvil de alta gama y es igualmente fácil encontrar a una familia adinerada e incluso con barco y dos residencias, acudiendo a IKEA para ahorrarse unos eurillos en la compra de unas sillas, categoría que, para ellos, por la razón que sea, no reviste aspiración alguna.

Esa es la palabra clave. Lo aspiracional. El término no existe en la RAE, pues es otro más de tantos anglicismos importado del mundo de la gestión empresarial para denominar fenómenos económicos. El lujo da una respuesta material, psicológica y vivencial a un deseo secular y atemporal, el aspirar a más, el sentirnos especiales. Lujo es una palabra que proviene del latín, luxus, que era una planta que crecía extravagante, caprichosa y arbitrariamente en los campos. Los campesinos las consideraban superfluas, pero tenían la cualidad de que emergían sin ser necesitadas ni plantadas; lo lujoso es superior porque emana del capricho y la independencia.

Adicionalmente, estos años de renuncia por la COVID, así como el riesgo de salud y vital experimentado a nivel general, por todos y cada uno de los habitantes del mundo, ha acelerado y puesto de relieve la percepción de lo efímero de la vida y, por tanto, el afán por disfrutar del presente.

Por todas estas razones, el lujo está en alza. Más ricos, más personas con ganas de aparentar riqueza y más ganas de darnos caprichos en un mundo tan incierto donde hoy estás y mañana, quizás no estás. Así que los lujos no pueden esperar.