Supongo que, quien más quien menos, pero casi la totalidad de lectores de estas líneas, durante su infancia, fueron seguidores de algún súper héroe. Fuera Superman o Spiderman o Batman o cualquiera de los grandes personajes que, con sus super poderes, salvaban a los buenos y pillaban a los malos.

Años después, ya adultos, vimos hacer la película Los increíbles, dedicada al concepto del súper héroe. Personalmente, me encantó. Hay un momento de la película en que la diseñadora italiana del traje de la familia de los súper héroes le dice a la madre que el traje que ha diseñado para la familia no va a tener capa, pues las capas son un incordio y han producido fatales accidentes durante las batallas y luchas. Y explico todo esto porque me interesa el concepto de capa. La capa del súper héroe.

Hagamos un punto y aparte, y enseguida retomo el asunto.

Esta semana estuve con profesionales del mundo de la producción cultural y me hablaban, con profunda preocupación, de cómo la IA (inteligencia artificial) estaba siendo capaz de crear ya no solo canciones o textos, sino también cantantes. Y me hablaban de que ya había nacido el primer sello discográfico con capacidad para crear artistas creados con inteligencia artificial, y que se harán famosos. Y venderán música. Y la propia IA creará sus canciones y letras. No sé quién dará sus conciertos en vivo, pero me aseguraron que la profesión de cantante o compositor o arreglista tenía los días contados.

Los seres humanos tenemos una capa que nunca tendrá la IA. Tenemos un super poder. El poder de sentir.

Y aquí viene la capa del súper héroe. Los seres humanos tenemos una capa que nunca tendrá la IA. Tenemos un super poder. El poder de sentir. Somos seres humanos. Y estamos sometidos al nacimiento, al amor paterno filial, al amor fraternal, al miedo, al deseo, a la muerte y, sobre todo, tenemos conciencia.

Estos elementos son etológicos. Es decir, pertenecen a la esfera de lo humano. La IA podrá emular o podrá simular comportamientos basados en emociones, pero esas emociones nunca existirán.

Una máquina nunca tendrá conciencia. A lo sumo, podrá reproducir reacciones, aseveraciones u observaciones que provienen del hecho de tener conciencia, pero no la tendrá. Podrá emular lo que decimos o hacemos los seres humanos cuando sentimos. Pero no sentirá. Podrá expresar un temor, pero no sentirá el miedo en su interior. Podrá expresar o emular la preocupación o esperanza por la muerte y el más allá, pero no sentirá lo que significa dejar de vivir. Las máquinas no viven. Funcionan, pero no viven.

Esa es nuestra capa de súper héroe y, en lo empresarial, económico y social esto es algo fundamental porque la IA no va a sustituir nunca las capacidades y potencialidades que emergen de tales poderes. El poder de sentir otorga una capacidad de crear que podrá ser más lenta o menos rápida que la de la máquina, pero con un alcance de transformación que esta última nunca podrá igualar.

El espacio que ocupará la máquina nos dejará más espacio para trabajar más y mejor en los ámbitos que pertenecen a la esfera del súper héroe: el ser humano

¿Qué significa todo ello? Significa que la IA suplirá tareas, perfeccionará o pulirá tediosos procesos que son sistematizables o responden a métodos conocidos. La máquina sabrá transportar una melodía de Do mayor a Re Mayor, y lo hará bien. Podrá crear una melodía, y lo hará bien. Y podrá gustar. Y podrá emocionar a quien la escuche. Pero no será capaz de igualar la belleza, la profundidad y el sentido último de aquella creación humana que emana del sentimiento más hondo.

Eso no significa que la IA no vaya a sustituir tareas humanas. Pero sí significa que no debemos caer en el derrotismo y pensamiento apocalíptico, sino más bien reflexionar sobre cómo el espacio que ocupará la máquina nos dejará más espacio para trabajar más y mejor en aquellos ámbitos que pertenecen a la esfera única e incomparable del súper héroe: el ser humano.

Desde luego, la disrupción de la IA va a obligar a una de las transformaciones más profundas de muchas de las profesiones. La reconversión es inevitable. Pero recuerden al “malo” de la primera entrega de Los increíbles. Se llama Síndrome. Era un niño que, mediante máquinas, inventos y artilugios, puede llegar a hacer todo lo que hacen los súper héroes (volar, destruir, tener más fuerza). Pero no lo es en esencia. Así que, en los momentos de la verdad, Síndrome cae ante el auténtico súper héroe. Reproducir un poder no es tener un poder.

Y esa diferencia lo explica todo.