La economía catalana vive un momento decisivo. Tenemos que decidir qué queremos ser de mayores. Podemos poner varias metáforas o tópicos, pero los próximos meses y años marcarán de forma significativa el devenir de su futuro. Un futuro, el de la economía catalana, del cual depende el bienestar del conjunto de la sociedad y la capacidad para mantener (y mejorar) los pilares básicos de nuestro estado del bienestar: la salud, la educación y los derechos sociales.

Algunos pueden pensar que este mensaje de alerta es como el cuento de Pedro y el lobo, pero en este caso el lobo ya lo tenemos aquí y ha entrado en casa. Un lobo en forma de reconfiguración de las estructuras del comercio mundial, de incertidumbres globales provocadas por invasiones militares en nuestro continente y una inflación muy elevada. Todo mientras salimos de una pandemia global y con el cambio climático exigiéndonos dar respuesta.

No podemos aplazar más las decisiones. Tenemos dos opciones: sentarnos a contemplar como el mundo que conocíamos hasta ahora desaparece o bien podemos adoptar las transformaciones necesarias para ser capaces de competir con éxito en el nuevo contexto internacional.

Por supuesto, la segunda opción es la correcta. Una vía exigente, por la magnitud de los cambios que pide, pero perfectamente posible. Los próximos años tendremos que ser capaces de cambiar cómo hacemos las cosas. A hacer de todo más y mejor, de formas innovadoras, aplicando nuevas tecnologías y comprometidos con un crecimiento sostenible en todos los sentidos: tanto climático como social, generando una prosperidad que llegue a todo el mundo, en la Catalunya entera.

Catalunya tiene que jugar un papel protagonista en la reindustrialización europea. La pandemia y, posteriormente, las rupturas de las cadenas de aprovisionamiento han evidenciado que perder soberanía industrial y tecnológica ha sido una apuesta desacertada, toca rehacer el camino. Y Catalunya lo está haciendo en ámbitos cruciales como el desarrollo del chip europeo o el vehículo eléctrico y conectado. Son una buena muestra las últimas inversiones anunciadas por Cisco o MPS, en el primer caso, o la de ILJIN Materiales y la electrificación de Seat en Martorell, en el segundo.

Pero más allá de estos, son muchos los sectores que tienen que dar un paso adelante los próximos años si queremos que Catalunya participe del crecimiento sostenible y la lucha contra el cambio climático mientras ofrece buenas perspectivas de futuro al conjunto de nuestra sociedad. Tenemos que empezar a hablar de tecnologías limpias (como el hidrógeno verde o el biogás), de la proteína alternativa para transformar el sector agroalimentario, de las tecnologías cuánticas o de un impulso al potente sector biomédico catalán hacia terapias avanzadas.

Todos estos retos de transformación tendrán que recaer tanto en el sector público como en el privado. Nadie por sí solo será capaz de abordar todas las inversiones y procesos necesarios. Por lo tanto, tenemos la obligación de aprovechar la oportunidad única e histórica que representan los fondos europeos Next Generation.

Como ha sido habitual a lo largo de la historia, la Unión Europea se ha hecho fuerte en las crisis. Y la respuesta conjunta a la pandemia a través de estos fondos para reactivar y transformar la economía europea es el mejor ejemplo. Corregir la mejorable gestión del Estado, que ha perdido el foco por un exceso de centralización y de diseminación de convocatorias, permitiría que la Generalitat, que conoce el tejido productivo mejor que la administración central, contribuya a maximizar los resultados.

Tenemos que poder incidir en cómo y dónde se destinan estos fondos, porque no se trata solo de meter dinero en la economía, sino de hacerlo allí donde toca y donde puede tener un mayor impacto. Un impacto positivo que sea permanente en el tiempo. Es urgente, por ejemplo, incentivar la innovación y la adopción de nuevas tecnologías en el tejido empresarial. Solo en torno a la mitad de las empresas de la UE lo hicieron en el 2021, mientras en los Estados Unidos rozaban los dos tercios. Analizar necesidades, identificar proyectos y financiar inversiones realmente transformadoras es vital para que Catalunya y Europa no se queden atrás ante el resto de grandes actores globales.

Y, por supuesto, esta nueva etapa de la economía catalana no se podrá alcanzar sin el máximo compromiso de la inversión pública. Las administraciones tienen la obligación de implicarse en estas transformaciones, generar los incentivos necesarios y crear un efecto tractor y multiplicativo allí donde no llegue el mercado. Sin ir más lejos, en uno de los principales retos globales que tenemos como es el reto climático, hay estudios que ya apuntan que el sector público tendrá que financiar entre una cuarta y una quinta parte de la inversión relacionada.

Por lo tanto, nos hace falta un compromiso conjunto, un esfuerzo compartido entre los ámbitos público y privado. Solo así podremos reubicar la brújula y tomar el camino de una economía moderna, digital y sostenible. De una economía que encuentra la manera de ser más productiva sin generar emisiones contaminantes y que comparte la prosperidad que es capaz de generar entre todos sus ciudadanos. Ahora es el momento de asentar las bases y decidir cómo queremos que sea la economía catalana del futuro. Es la hora de tomar decisiones.