Esta semana, Meta y Sony han anunciado una alianza para desarrollar de la mano una nueva plataforma de realidad virtual. La realidad virtual lo es también en el plano de resultados empresariales. En octubre de 2021, Meta proyectó alcanzar muy rápidamente los cien millones de usuarios, miles de millones en ingresos y solo una breve afectación sobre la cuenta de explotación, donde Facebook era la niña bonita. Los resultados del segundo trimestre de estos años muestran una realidad bien distinta, y no virtual precisamente: 10 millones de usuarios activos, quinientos millones de dólares de ingresos (es decir, que el desembolso medio por usuario es de 8 dólares por mes) y pérdidas de más de cuatro mil millones de dólares.

¿Por qué entonces Sony se mete en esta guerra? En primer lugar, porque la realidad virtual no está todavía descartada del panorama tecnológico. Como sucedió con Internet o el correo electrónico, su expansión puede tardar años y puede producirse en una dimensión social no prevista: ¿medicina? ¿tercera edad? ¿relaciones personales virtuales alimentadas por IA? Está por ver. Pero está claro que este movimiento demuestra que la formación de gigantes tecnológicos se plantea como una estrategia en el sector. El tamaño sí importa. Y va a importar cada vez más.

En paralelo, también por los mismos días, Apple decidía invertir en un nuevo centro de innovación en Múnich. Apple lanza varios mensajes. El primero, la innovación no la quiere solo en Silicon Valley, la desea también en Europa, donde, precisamente, la normativa es mucho más restrictiva y acaba por costarle a las tecnológicas norteamericanas millones en indemnizaciones, multas y litigios. Se acaba precisamente de aprobar en la UE la AI Act (ley de inteligencia artificial), de plena aplicación dentro de dos años. Estados Unidos necesita que Europa se relaje en las normas y sabe que, si hay know how, ventajas competitivas, talento e inversiones suyas en el corazón de Europa, las cosas se negociarán de otro modo y las sanciones serán más comedidas. 

De hecho, la nueva demanda antimonopolio contra Google por parte de la Unión Europea llega al rescate de las empresas europeas que no acaban de ser competitivas en un mercado global desregulado. Si Mahoma no va a la montaña, que la montaña vaya a Mahoma. Inversión americana tecnológica en Europa, como aquellos tiempos de después de la Segunda Guerra Mundial o la guerra civil española. Un Bienvenido Mr. Marshall digital en una Europa devastada no por las bombas, sino por las normas.

En paralelo, esta semana Amazon, por su parte, ha decidido expandir agresivamente su infraestructura logística en África. Así, a primera vista, uno puede pensar que se trata de un avance positivo para un continente en crecimiento, pero la realidad es más compleja. Se trata de que las empresas locales de comercio electrónico no tendrán ni una mínima oportunidad de florecer. Además, la influencia que Amazon ejercerá sobre las cadenas de suministro y los canales de distribución en África ya la hemos vivido en Europa. Arrasa con el retail. En África esto es otra historia. La última milla es muy larga y falta mucha infraestructura. Pero está claro que Amazon cree más en las posibilidades un africano repartiendo en bicicleta que en las de un centro comercial IKEA. 

Estos movimientos estratégicos de Sony, Meta, Apple y Amazon no son solo estrategias de mercado. Responden a un nuevo orden geopolítico donde tecnología y e innovación son dama y torre de un tablero de ajedrez. Empiezan a ser las piezas clave con las que ganas o pierdes la partida.

La pregunta crucial es si el mundo PYME europeo está preparado para esta concentración de poder tecnológico, o si el mundo del comercio unipersonal de los países en vías de desarrollo va a ser devastado por las redes de distribución del rider y la furgo que entrega paquetes como quien tira caramelos en una cabalgata de Reyes Magos, donde no importa el destinatario, sino el hábito de comprar online, pagar con tarjeta, recibir en casa y devolver en tienda.

A ratos pienso que este nuevo tipo de colonialismo digital es, en parte, un causante económico más, amén de la energía, de los conflictos armados que amenazan a Europa. Fíjense que en los países más o menos partícipes de los principales conflictos bélicos actuales, la batalla empresarial tecnológica y de cadena de suministro ya la han dado por perdida.