Si bien es cierto que con esto del cambio climático hemos dejado atrás aquella imagen entrañable de la castañera, las papelinas calientes, y la humareda blanca que por el frío nos huía de la boca, en Catalunya seguimos aferrándonos a la tradición de empezar noviembre entre castañas, boniatos y panellets. Porque más allá de la festividad de Todos los Santos, en que quién más quién menos recuerda con amargura la ausencia de algún ser querido, a todos nos gusta disfrazar de dulzura cualquier momento del año, por ínfima que sea la excusa.

Podríamos decir que somos gente de tradiciones, los catalanes. Poco o mucho mantenemos viva la castañada, el carnaval, la Diada de Sant Jordi, el "tió" y la cabalgata de Reyes. Pero es un hecho irrefutable que con la globalización nuestras peculiaridades se van volatilizando, y quizás lo más lastimoso de todo, incluso lo más doloroso, diría yo, es que todo responde a una necesidad irrefrenable de consumismo que nos ha eclipsado en todos sin excepción.

En Cataluña, y también en el resto del Estado, hemos adoptado fiestas populares de otras culturas, nuevas celebraciones que han entrado en nuestras vidas y que el tiempo nos demuestra que lo han hecho para quedarse. Sin ir más lejos, este próximo viernes, el 29 de noviembre, celebraremos el "viernes negro", conocido popularmente como "Black Friday", una fecha enmarcada en el calendario como el acontecimiento por excelencia en términos de consumo y que da el pistoletazo de salida a las compras de Navidad.

Este día, que nació en los Estados Unidos como una tradición posterior a Acción de Gracias, se ha convertido en una jornada en clave para adquirir productos con descuentos importantes, tanto en las plataformas en línea como en las tiendas a pie de calle. Y es que, aunque en nuestro país nunca hemos festejado el día de Acción de Gracias, no hemos tenido ningún inconveniente a abonarnos a la estrategia de marketing ideada por los americanos para engordar todavía un poco más los bolsillos de los comercios.

La importación de tradiciones extranjeras contrasta claramente con el abandono de las tradiciones catalanas por parte de las autoridades

No deja de ser curioso, sin embargo, que lo que empezó siendo un día de grandes ofertas y oportunidades, aquellas 24 horas cargadas de ansiedad para no quedar fuera y no perderse no sé qué rebajas que se desvanecerían al día siguiente, hoy las grandes marcas han aprovechado la ocasión para estirar el chiclé y hacerlo durar dos, tres, cuatro días, incluso una semana. Porque finalmente se trata de eso, de consumir, más y más, adictivamente, compulsivamente. Y si con una semana no tienes bastante, no sufras, que siempre te queda el Cyber Monday para acabar de fundir la tarjeta.

Vivimos inmersos en el capitalismo, este sistema que nos alimenta la necesidad a veces irracional en la compra de caprichos y cuestiones banales, generándonos incluso malestar si no aprovechamos unas rebajas anunciadas a bombo y platillos.

No me equivoco si afirmo que estas iniciativas han representado el principio del fin de nuestras rebajas, las de toda la vida, las que se celebran cada año pasado el día de Reyes y en verano. Las rebajas se difuminan y perdemos aquellas estampas de carreras y tirones de pelo cuando, al día siguiente, el 7 de enero, los grandes almacenes levantaban persianas rellenos de descuentos de color rojo. Imágenes que quedarán de por vida y que probablemente ya no volveremos a ver.

Todo cambia. Los hábitos de consumo cambian del mismo modo que lo hacen las diferentes generaciones. Cambia el mundo y cambiamos nosotros. Y esta realidad, mal nos pese, nos borra lentamente la identidad.

Ahora la polémica gira en torno a la censura. Porque, este año, sencillamente, el pesebre se ha eliminado del espacio público

No deja de ser triste, sin embargo, constatar que a veces nosotros somos los primeros que nos empleamos, a empequeñecernos. No creo en ningún caso que eso responda a un sentimiento de vergüenza o negacionismo, pero a buen seguro responde a una mal entendida voluntad de aceptación e integración. Y ahora es cuando me viene en la cabeza aquello de que "tenemos que hacer el catalán más amable", una ocurrencia más que nos podríamos haber ahorrado.

Cambiamos las tradiciones, las obviamos, las banalizamos, como si todo aquello que es propiamente nuestro ahora haya quedado obsoleto o ya no guste tanto. Porque parece que hoy el atractivo tiene que tener nombre de Halloween, Single Day, Black Friday, Cyber Monday y Santa Claus. La importación de tradiciones extranjeras contrasta claramente con el progresivo abandono de las tradiciones catalanas por parte de las autoridades.

Este año, para no romper la tradición, nunca más bien dicho, la plaza de Sant Jaume de Barcelona perderá el tradicional pesebre de Navidad. El Ayuntamiento de Barcelona ha decidido retirar de la vía pública la representación del nacimiento de Jesús y trasladar el montaje al interior del edificio del consistorio. Una instalación que cada año ha vivido rodeada de polémica y de debate. Este año, pues, la emblemática plaza de Sant Jaume cambiará la tradicional escena navideña por una gran estrella luminosa de 20 puntas hecha a partir de una estructura de hierro metacrilato repleta de luces LED.

La medida, por lo que se ha dicho, responde a la voluntad del nuevo gobierno municipal de dejar atrás las polémicas de cada Navidad. Pero si me preguntáis a mí, nada más lejos de la realidad. Porque ahora la polémica no gira en torno a sí la propuesta es más o menos transgresora, de si se aleja más o menos de la concepción tradicional. Ahora la polémica gira en torno a la censura. Porque, este año, sencillamente se ha eliminado del espacio público.