Mientras que el primer trimestre de 2024 el PIB catalán se situaba, en términos reales, un 4,4% por encima del nivel alcanzado el mismo trimestre de 2019, antes de la pandemia, el volumen total del consumo privado se situaba 2,2 puntos porcentuales por debajo. Dividiendo por la población, el consumo de los hogares por habitante en Catalunya en 2023 fue un 7,5% inferior al valor promedio del 2019. Estos datos quizás ayudan a entender porque las encuestas cualitativas que intentan valorar la percepción de los hogares sobre su situación económica son más negativas que lo que se desprende de las cifras macro –que nos muestran aumentos sostenidos del PIB y del empleo, junto con un descenso del paro y de la inflación.

Esta brecha entre el crecimiento del PIB y el del consumo privado de los hogares no es un hecho singular de 2023, ni tampoco una excepción del periodo post-pandemia 2019-2023. Es una tendencia estructural que se empieza a observar a raíz de la crisis financiera. Entre los años 2000 y 2009, PIB y consumo privado crecían relativamente alineados, pero desde finales de 2009 esta correlación se rompe y el PIB muestra una tendencia a crecer a un ritmo superior al del consumo privado –midiendo las dos variables en términos reales con el deflactor del PIB. La causa directa de este diferencial la encontramos en la renta disponible de las familias, en tanto que principal determinante del consumo privado, y que también ha tendido a crecer por debajo del PIB. Aunque solo disponemos de datos de la renta familiar para Catalunya hasta 2021, este año el valor real de esta magnitud, deflactada por el IPC, se situaba un 4% por debajo de los máximos alcanzados en 2008. Por habitante, la renta disponible real de las familias catalanas era 9,2 puntos porcentuales inferior a los valores máximos alcanzados en términos per cápita en 2007.

El consumo de los hogares por habitante en Catalunya en 2023 fue un 7,5% inferior al valor promedio de 2019

El principal componente de la renta familiar es la remuneración de los asalariados, que en términos reales (deflactando esta variable con el IPC) no recuperó los máximos alcanzados en 2008 hasta 2023. No obstante, hay un elemento adicional que también ayuda a explicar el menor dinamismo del consumo privado en comparación con el PIB. Se trata de un elemento que en principio no es estructural, sino sobrevenido los últimos años: el aumento de la tasa de ahorro de los hogares como proporción de su renta disponible. Entre los años 2000 y 2019 la tasa de ahorro media no llega al 7%, mientras que en 2020 y 2021 se acerca al 15%. No disponemos de datos oficiales de la renta familiar disponible para 2022 y 2023, pero sí disponemos de datos de la remuneración de los asalariados, que puede servir como aproximación. Pues bien, entre 2000 y 2019 el consumo privado superaba, por término medio, el valor total de la remuneración de los asalariados en unos 13 puntos porcentuales. Este diferencial positivo es normal, ya que los hogares disponen de otros ingresos para financiar su consumo (pensiones, otras prestaciones públicas, rentas del capital y de las actividades empresariales de los autónomos) y ahorrar. Pero entre 2020 y 2023 este diferencial se reduce hasta desaparecer en 2023, cuando el valor total del consumo igualó la remuneración de los asalariados.

¿Cómo explicar estos fenómenos? ¿Y como valorarlos? Empezando por la explicación, es evidente que si el consumo privado tiende a crecer, por término medio a largo plazo, por debajo del PIB, tienen que haber otros componentes de la demanda agregada que lo hagan por encima. Si tomamos como referencia el periodo que empieza con la crisis financiera, estos componentes son el consumo público, las exportaciones totales de bienes y servicios y la inversión productiva en bienes de equipo. Mientras que por debajo del PIB, junto con el consumo privado, se sitúa la inversión en construcción y las importaciones de bienes y servicios —midiendo el crecimiento de todas las variables en términos reales con el deflactor del PIB. Las importaciones se han estancado porque también lo ha hecho el grueso de la demanda interna (consumo privado más inversión en construcción), mientras que la inversión productiva ha crecido compasada con el crecimiento de las exportaciones de bienes, medidas en toneladas (a partir de 2017, aproximadamente, estas dos variables tienden a estabilizarse). La contracción de la inversión en construcción es la contrapartida a los excesos incurridos durante la primera década del siglo.

El consumo público ha aumentado un 50% más que el PIB entre 2000 y 2023 y ha actuado como factor impulsor o apoyo de la demanda agregada

Por consumo público se entiende el gasto que hace el sector público en su conjunto en servicios generales (administración pública, seguridad, defensa, justicia) y dirigidos a las personas (sanidad, educación y servicios sociales, principalmente). No se incluyen en este concepto las transferencias públicas (pensiones o subvenciones, por ejemplo). Pues bien, el consumo público, definido de esta manera, ha aumentado un 50% más que el PIB entre 2000 y 2023 y un 10% entre el primer trimestre de 2024 y el primero de 2019. Por lo tanto, y en la medida en que el consumo público aporta bienestar a los ciudadanos, se puede decir que se ha dado una cierta sustitución entre las dos categorías de consumo, ya que al menos una parte del PIB que no ha repercutido en los hogares por la vía del consumo privado lo ha hecho por la vía del consumo público.

Un cálculo sencillo muestra que el incremento del consumo público en el aumento total del PIB, por encima de lo que le correspondería por su peso en el PIB en el año 2000, ha compensado en torno a un 85% el déficit de crecimiento del consumo privado en el incremento del PIB total, también según lo que le correspondería si se toma como referencia su peso relativo en el 2000. De hecho, cuando la definición de renta disponible de las familias se ajusta sumando el valor de las prestaciones sociales en especie recibidas del sector público, el importe resultante sigue una trayectoria mucho más positiva. Además, el consumo público ha actuado como factor impulsor o de apoyo de la demanda agregada –muy especialmente entre 2019 y 2023, para hacer frente a los efectos de la pandemia, pero también durante el periodo de crisis 2009-2012, con caídas inferiores a las registradas por otros componentes de la demanda, como la inversión o el mismo consumo privado.

Ahora bien, el principal factor explicativo del desfase entre consumo y PIB es el comportamiento del sector exterior. Desde la crisis financiera la economía catalana ha ido reduciendo sistemáticamente el déficit comercial de bienes y aumentando el superávit total de bienes y servicios con el extranjero (que incluye el turismo). Dado que un superávit con el exterior implica, por definición, una transferencia de recursos hacia otras economías, el hecho es que Catalunya ha dedicado una parte creciente de los recursos que genera a producir más de lo que gasta internamente. Una parte de estos recursos ha servido para reducir la deuda externa acumulada durante el periodo expansivo, principalmente por empresas y entidades financieras. Otra parte se ha utilizado para adquirir activos en otros mercados, en muchos casos en forma de inversión por parte de empresas domésticas en proceso de internacionalización. Además, el impulso de las exportaciones, acompañado de una ralentización de las importaciones, ha servido también para dinamizar el conjunto de la economía y estimular la inversión productiva.

Habría que avanzar hacia un patrón de crecimiento más equilibrado, con un mayor dinamismo del consumo privado y de la construcción

Quedaría por explicar el comportamiento excepcional de la tasa de ahorro. Históricamente, la tasa de ahorro de las familias ha tendido a aumentar por encima de la media histórica en periodos de crisis, coincidiendo con aumentos de la tasa de paro. En estos periodos se produce un incremento del ahorro por motivos de precaución, ante la mayor probabilidad percibida de perder el puesto de trabajo. Por ejemplo, entre 2009 y 2011 la tasa de ahorro se situó entre el 9% y el 10% de la renta disponible familiar, unos tres puntos porcentuales por encima de la media histórica. En sentido contrario, durante los periodos de fuerte expansión de la actividad la tasa de ahorro tiende a situarse por debajo de la media histórica.

El aumento de la tasa de ahorro en 2020 y 2021, en plena crisis derivada de la pandemia, entraría dentro de este patrón —a pesar del efecto compensador de las políticas públicas— con el importante factor añadido de las restricciones impuestas al consumo que requiere interacción personal. Pero cuesta más de entender que este efecto se alargue a 2022 y 2023, con empleo creciente y paro decreciente. Quizás una parte de la explicación tendría que ver con el impacto negativo de la subida de los tipos de interés y de la inflación sobre las familias endeudadas a tipo variable o arrendatarias de la vivienda que ocupan, que se han visto forzadas a sacrificar parte de su consumo para poder pagar la hipoteca o hacer frente a alquileres más elevados. Si la tasa de ahorro tendiera a normalizarse los próximos años, podría tener un importante impacto positivo sobre el consumo y el nivel de actividad.

Con perspectiva de futuro, y una vez reconducidos los elevados niveles de deuda privada acumulados en el pasado, habría que avanzar hacia un patrón de crecimiento más equilibrado entre los diferentes patrones de la demanda, con un mayor dinamismo del consumo privado y de la construcción, especialmente de la inversión en vivienda, y también de la inversión productiva y las exportaciones de bienes y servicios no turísticos. Este patrón más equilibrado por el lado de de la demanda tendría que tener correspondencia por el lado de la oferta, en beneficio de la industria, la construcción y los servicios avanzados, y por el lado de las rentas, con un crecimiento de la masa salarial igual a la suma de las tasas de crecimiento del empleo y de la productividad. Este patrón más equilibrado en términos de demanda, oferta y rentas facilitaría que el crecimiento de la productividad vaya adquiriendo un mayor peso en el crecimiento del PIB, de manera que este se tradujera en un mayor crecimiento del PIB per cápita, de la renta disponible per cápita y, en última instancia, del bienestar efectivo de las personas.