El viernes leí una noticia alucinante: Corea del Norte, a través de su ya célebre grupo de hackers Lazarus, ha asaltado el portal (exchange) de criptomonedas Bybit. Lo más alucinante es que los autores del robo no son ladrones comunes o bandas organizadas, sino una organización estatal de Corea del Norte, que forma desde jóvenes a informáticos de élite para servir a su país en batallones que, en lugar de fusiles, disparan con bits.

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas estima que la mitad de las reservas de divisas que entran al año en Corea del Norte provienen de robos informáticos como este. Pas mal, que dirían los franceses. Ahora no hace faltan subir aranceles para equilibrar la balanza comercial. Mensaje para Trump.

El botín asciende esta vez a 1.500 millones de dólares. Lo más llamativo no es el robo en sí —los ciberataques en el mundo cripto son ya moneda corriente (valga el juego de palabras)— sino la prometida verdad que deja en evidencia: ¿no era blockchain la promesa de la trazabilidad y la transparencia absoluta?

Lo ocurrido con Bybit es un terremoto político. Corea del Norte, aislada por sanciones, utiliza la innovación digital para burlar el orden global

Sí, blockchain registra todo. Cada Bitcoin, cada Ethereum, cualquiera de las decenas de miles de criptomonedas existentes tiene su historial visible para cualquiera con una conexión a internet. Y, sin embargo, ahí están: 1.500 millones de dólares que han desaparecido en el ciberespacio sin que, hasta ahora, nadie pueda localizarlos ni saber dónde se hallan. Y podrán convertirse en dinero. ¿Cómo es posible?

La respuesta está en las zonas grises del sistema. Los criminales de antaño utilizaban ganzúas, llaves maestras, realizaban túneles y trajeron al mundo los inhibidores de cámaras de seguridad o alarmas. En este caso, usan unas herramientas que a duras penas las personas que no pertenecemos a este mundo podemos siquiera comprender mínimamente: mezcladores (mixers), intercambios descentralizados (DEX) sin regulación, cadenas alternativas (cross-chain bridges) y criptomonedas oscuras para disfrazar el rastro. Lo que entra como Ethereum robado en Bybit puede salir al otro lado como un puñado de tokens opacos, sin dirección ni firma. El sistema blockchain, en efecto, te permite ver los movimientos… pero no identificar a las personas u organizaciones que hay detrás de las mismas. Son activos de titular opaco.

Esto desmonta un mantra que muchos defensores de las criptomonedas han repetido hasta la saciedad: “la blockchain garantiza seguridad”. Falso. Garantiza inmutabilidad. Garantiza trazabilidad y solo hasta donde la red lo permite. Pero no garantiza justicia, ni control, ni restitución. Si un grupo criminal decide usar la tecnología a su favor, lo hará. Y si el Estado no tiene herramientas ni jurisdicción para actuar sobre la red, el resultado es previsible: impunidad. Incluso desde otro país.

Los 1.300 millones robados no se han evaporado: están en movimiento, listos para financiar misiles o lo que el régimen de Pyongyang crea oportuno

Lo ocurrido con Bybit no es solo un problema técnico. Es un terremoto político. Corea del Norte, aislada por sanciones y condenas internacionales, está utilizando la innovación digital para burlar el orden global. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos tolerando plataformas que no exigen verificación de identidad? ¿Seguimos permitiendo la existencia de herramientas diseñadas específicamente para ocultar el rastro del dinero?

Algunos puristas y defensores férreos de las criptomonedas argumentan que estas herramientas son necesarias para preservar la libertad financiera que estas monedas, que ya he dicho mil veces que no son monedas, brindan a sus poseedores. Pero la libertad sin ley es una jungla. Eso lo sabemos todos. Toda moneda o divisa debe estar regulada por autoridades monetarias. Si no, pues pasa lo que pasa.

Los 1.300 millones robados no se han evaporado: están en movimiento, reciclándose, disfrazándose, listos para financiar misiles, espionaje, o lo que el régimen de Pyongyang considere oportuno. Fantástico.

La tan laureada divisa digital se está convirtiendo en el caballo de Troya de las amenazas que necesitamos evitar los países que tanto hemos invertido en democracia y libertades

Este caso no debería pasar como uno más. Es un punto de inflexión. O regulamos con firmeza o digamos abiertamente que el mundo cripto es terreno fértil para los nuevos corsarios digitales, para la criminalidad organizada y para financiar desde armamentos hasta drogas y todo tipo de negocios oscuros.

La tan cacareada descentralización y la tan laureada divisa digital privada, libre de bancos centrales, se está convirtiendo en el caballo de Troya de las amenazas que necesitamos evitar los países que tanto hemos invertido en democracia y libertades. Las criptomonedas privadas se están convirtiendo en una fuente de peligros para las sociedades libres.

Porque no se trata de estar a favor o en contra de las criptomonedas. Se trata de no ser ingenuos.