Sin duda, para muchos de nosotros, el martes 29 de octubre de 2024 será una fecha que no olvidaremos nunca. La catástrofe de la DANA nos ha conmocionado a todos y ha llenado los titulares informativos de aquí y de todo el mundo. Una tragedia que hoy ya nos ha dejado 233 personas muertas, 78 desaparecidos y enormes destrozos materiales que tardaremos años en revertir. Centenares, miles de personas sin presente y, cruelmente, algunas incluso sin futuro. Porque la DANA ha roto familias y se ha llevado negocios enteros, vidas resquebrajadas y economías familiares hundidas, el esfuerzo de muchos años de trabajo que hoy ha quedado en nada.

Y en medio de tanta desolación y desesperanza, nuestra clase política no ha reaccionado y cuando se ha puesto a ello lo ha hecho tarde y mal. La DANA ha desnudado la ineptitud y la inacción de quien nos gobierna, de quien se supone que tiene que velar por nuestra seguridad y nuestras vidas. Es por eso que se les escoge en las urnas, y es por eso que encabezan las más altas instituciones y les otorgamos el máximo poder de decisión.

Cabe decir que los episodios de lluvias torrenciales que se suceden cuando llega el otoño en el litoral valenciano y que tradicionalmente recibían el nombre de "gota fría" no son ninguna novedad, y no podemos obviar tampoco que el cambio climático ha jugado un papel fundamental en la intensidad con la cual se ha producido esta vez. Sin embargo, aunque más de alguno se aferraría con ganas a estos argumentos para sacudirse así el peso de la culpa, la realidad es que una alerta adecuada y un cálculo correcto de la peligrosidad del caudal, a buen seguro habrían ayudado a evitar la desgracia de la que hoy hablamos.

La DANA ha desnudado la ineptitud y la inacción de quien nos gobierna, de quien se supone que tiene que velar por nuestra seguridad y nuestras vidas

Lamentablemente, lejos de entonar el "mea culpa" y gestionar el día siguiente con unidad y celeridad, nuestros políticos nos demuestran una vez más que lo que prevalece son los relatos partidistas y la confrontación estéril, sea cuál sea la magnitud de la tragedia y sea cuál sea el clamor de la ciudadanía.

Habrá tiempo de depurar responsabilidades y detectar las posibles negligencias, porque la indignación y la tristeza que impregna el estado general de la población necesita respuestas claras y firmes, pero ahora más que nunca es tiempo de atender la emergencia, cooperar y sumar esfuerzos más allá de colores e ideologías.

Hemos vivido muchas gotas frías a lo largo de los años, pero nunca hasta hoy ninguna otra había provocado unas consecuencias tan traumáticas. De hecho, los entendidos en la materia han definido esta DANA como una de las catástrofes naturales mayores de la historia de España. ¿Qué ha pasado en este caso? ¿Qué ha desencadenado estas lluvias torrenciales excepcionales? ¿Eran evitables los efectos devastadores que la DANA ha provocado en València, Castilla la Mancha y algunos puntos de Andalucía? ¿Aprenderemos la lección o pasaremos página como quien no quiere la cosa?

Posiblemente no podremos evitar una nueva DANA, porque el cambio climático ha normalizado fenómenos naturales letales que antes eran excepcionales, pero a buen seguro que podremos evitar una nueva tragedia si hacemos nuestro aquello de "prevenir antes que curar".

La calamidad que acabamos de vivir es fruto de un modelo económico basado en la especulación inmobiliaria y el turismo

Y es que esta DANA no es exclusivamente culpa de la naturaleza. La situación social y las decisiones políticas también ha influido, y mucho. La calamidad que acabamos de vivir es fruto de un modelo económico basado en la especulación inmobiliaria y el turismo, que ha cubierto de cemento muchos cauces de los cursos fluviales, los barrancos, las llanuras inundables y gran parte de las áreas litorales, además de construir infraestructuras que entorpecen el curso natural del agua. Y en todo eso hay que añadir también el ascenso progresivo de la temperatura del Mediterráneo, que finalmente actúa como instigador del incremento de lluvias torrenciales.

La sostenibilidad, en el sentido más amplio de la palabra, comporta un equilibrio entre el desarrollo humano, la economía y el medio ambiente, todo bajo la base de respetar los límites ecológicos de nuestro planeta. En esta línea, para paliar los efectos de fenómenos meteorológicos como las DANA, es totalmente imprescindible no tan solo trabajar en la adaptación y la resiliencia de las infraestructuras urbanas (como la mejora de drenajes, la protección de los ecosistemas costeros o la implementación y uso de las energías renovables), sino también en la conciencia y la responsabilidad individual sobre el impacto de nuestras actuaciones diarias. Tomar conciencia e interiorizar el impacto de la huella de carbono y el papel imprescindible de la economía circular.

Hace falta repensar la ordenación urbanística y llevar a cabo las políticas públicas necesarias para afrontar los efectos de un cambio climático que, como hemos podido constatar, pueden ser mortíferos y que lejos de detenerse irán en ascenso. Y todo eso pasa para dejar atrás décadas de desarrollo insostenible y empezar a implementar medidas y normativas valientes, basadas en criterios científicos que, si bien de inicio pueden ser impopulares y no dar rédito electoral en el corto plazo, a buen seguro pueden salvar vidas y son esenciales para adaptar el territorio del arco mediterráneo a una nueva realidad climática que ha llegado para quedarse.