¿Debemos tener miedo a la IA?
- Pau Hortal
- Barcelona. Sábado, 14 de diciembre de 2024. 05:30
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Los matices que separan la ‘innovación’ de la mera ‘mejora’ no siempre son evidentes. Sin embargo, en un entorno como el que vivimos hoy es necesario que entendamos las diferencias entre ambos conceptos. Mientras la mejora no es más que una obligación innata a cualquier situación humana, la innovación supone algún tipo de disrupción respecto a lo que vivimos en un momento determinado.
La inteligencia artificial (IA) es una innovación de enorme potencial que tenemos a nuestro alcance, pero que hemos de saber gestionar de forma adecuada. La recomendación formulada por el profesor Xavier Ferràs (Innovation Roundtable, Esade) es que debemos ser prudentes en su implementación con objeto de que podamos comprender todo lo que puede aportarnos y, de forma simultánea, hacer un despliegue ordenado y controlable de la misma.
Si formulamos a la propia IA qué es la innovación nos responde: “La innovación se refiere al proceso de crear o mejorar significativamente productos, servicios, procesos o modelos de negocio. Implica la aplicación de ideas nuevas o la combinación de elementos existentes de una manera novedosa para generar valor, mejorar la eficiencia o resolver problemas”. Una definición que complementa con dos comentarios: el primero referido a los tipos de innovación (que en este punto no creo que tengan interés) y un segundo que me parece relevante, en el sentido de que la innovación tiene que poder implementarse y obtener resultados en forma de nuevas ideas, conceptos, productos o servicios que aporten valor.
La inteligencia artificial es una innovación de enorme potencial que tenemos a nuestro alcance, pero que hemos de saber gestionar de forma adecuada
Al margen de los modelos tradicionales de innovación (que conocemos como océanos rojos y azules) el profesor Ferràs incorpora los que denomina dorados o blancos. El primero (innovación dorada) es el que se define por ser de bajo riesgo y alto retorno. Está conformado por ideas simples y de bajo riesgo, con un elevado componente disruptivo y fácilmente escalable que generan una gran ventaja competitiva para el primero en llegar. Estos son los modelos de innovación que han permitido generar organizaciones a partir de actividades tradicionales (por ejemplo, Amazon y Uber).
En el otro extremo encontramos el modelo de innovación blanca. A priori puede parecer contraintuitivo invertir en un área de alto riesgo y bajo retorno, pero se trata de una innovación clave ya que aporta nuevos resultados a determinadas situaciones sociales. Es un modelo que básicamente se desarrolla a través de la inversión pública. En este ámbito podemos destacar las aplicaciones para la movilidad, la medicina o los espacios abiertos de datos.
Las organizaciones comprometidas con la innovación deben cuidar y explorar cada uno de estos espacios. No se trata solo de destinar recursos sino de disponer del talento capaz de entender las oportunidades que se presentan e identificar las ventajas a su alcance. De ahí el criterio de que el talento humano es finalmente más relevante que el nivel de recursos en el objetivo de conseguir un impacto positivo de los procesos de innovación.
Apple ofrece un magnífico ejemplo de esta perspectiva multifocal. Fue uno de los pioneros en la introducción de los ordenadores personales, pero con la entrada de IBM y otros competidores su sector se convirtió en un océano rojo. Allí mantuvo una posición destacada gracias a la mejora continua, pero también se lanzó a conquistar un océano azul con sus iPods e iPhones, mientras que con iTunes y la Apple Store abrió camino en el provechoso campo de la innovación dorada. Al mismo tiempo no ha dejado de atender el área de la innovación blanca con el afán de sentar las bases del ecosistema tecnológico del futuro.
"Con los actuales modelos de inteligencia artificial hemos conseguido superar las limitaciones cognitivas"
En los años 60 del siglo pasado el filósofo húngaro Michael Polanyi formuló la hipótesis de que como seres humanos “sabemos mucho más de lo que podemos explicar”. Durante mucho tiempo, esta aparente paradoja supuso una limitación en el desarrollo de las máquinas inteligentes. La programación tradicional se desarrollaba incorporando el conocimiento humano de carácter racional, pero ¿cómo dotarlas de un conocimiento experiencial que no es posible expresar con fórmulas matemáticas? A modo de ejemplo, ¿cómo explicar a una máquina qué es una silla o el color azul?
Con los actuales modelos de inteligencia artificial hemos conseguido superar las limitaciones cognitivas. Ya no nos atenemos a programar en la máquina nuestro conocimiento racional, sino que la entrenamos para que ella misma aprenda partiendo de nuestro conocimiento experiencial. Y podemos hacerlo porque disponemos de más datos, más accesibles que nunca, y somos capaces de gestionarlos con las nuevas capacidades tecnológicas. El resultado ha sido la irrupción de funcionalidades de reconocimiento y predicción que ya han conseguido superar los límites humanos y que cuentan con una capacidad de crecimiento de la que somos incapaces de visualizar sus límites.
Otra particularidad de la IA radica en que se está convirtiendo en el motor de los propios procesos de innovación. Y este potencial innovador deriva no solo de su utilidad para el análisis, sino que se fundamenta en su capacidad para generar creatividad. La anécdota vivida por Lee Sedol, campeón mundial de Go, lo certifica: en una de las partidas del enfrentamiento contra AlphaGo en 2016 la IA realizó una jugada tan inusual e imprevista que todos los humanos en la sala la interpretaron como un error. Solo al acabar la partida fueron conscientes de que esa espontánea muestra de creatividad fue la que decidió su victoria.
Soy perfectamente consciente que no he contestado a la pregunta que da título a esta reflexión, aunque me inclino por pensar que debemos de superar las reticencias, actuar ante la IA de forma sensata e inteligente, desarrollar filtros para evitar los sesgos en su gestión y, ahí está la clave fundamental, evitar que sea controlada por unos pocos y facilitar que sus aportaciones estén, de una forma transparente y equitativa, al alcance de todos los seres humanos.