En algunas ciencias, aplicando las matemáticas, las derivadas parciales pueden ser más indicativas de la realidad que la diferenciación total. En la total, el impacto ya está hecho. Aquello que puede interesar, cuando menos, son las derivadas con las que se ha llegado y, sobre todo, la derivada segunda, por si la tendencia puede tener todavía continuidad a futuro.

Trump ha ganado las elecciones americanas. Se reafirma una tendencia burda de 'xerrar boig', como decimos en las Illess. No hacen falta papeles ni preparación para dirigir un país. Y desconfía en la elección de los que te rodean respecto de todos aquellos que no piensan como tú, que eso quiere decir que no son de los tuyos: no comparten un ideario conjunto, ni las ideas que a cada momento a ti se te ocurren. Las ocurrencias hacen estragos; las mentiras no tienen consecuencias. Este es el aprendizaje de la contienda electoral americana reciente. Se remueven las vísceras, se propone la lotería de las regalías, se enloquece, y del populismo nacen dictadores. Primera derivada que se propaga por todas partes: el atrevimiento, la falta de moderación, tiene premio y no castigo. En nuestra casa ya se oye esta derivada en los parlamentos, en las tertulias de los medios, en los bares, con el dominio de la incontinencia verbal, a ver a quién dice la mayor ocurrencia.

Las ocurrencias hacen estragos; las mentiras no tienen consecuencias. Este es el aprendizaje de la contienda electoral americana reciente

El trumpismo, por otra parte, se asocia al empresario triunfador, sin escrúpulos: o eres un 'killer', o serás un perdedor. Y se quedan tan anchos. Donde no encuentra soluciones la política de siempre llega un salvador del mundo de los negocios. Es, esta, la segunda derivada: ha vencido un personaje que ha cometido fraudes, no ha pagado impuestos y ha ejercido toda clase de corruptelas en el mundo de los negocios. Esta segunda derivada ha aterrizado, también, en nuestro país. Ante la política cortoplacista de unos y otros, de las acusaciones sin descanso y sin ningún tipo de consenso, y con parálisis legislativa, alguien ya ha sugerido que el bien común se serviría mejor desde la empresa.

Procedería de una tarea entre altruista y de conveniencia por parte de los empresarios, con derecho a condicionar las políticas desde un supuesto mejor conocimiento técnico y compromiso social a largo plazo. A pesar de los peligros actuales por deslocalizaciones chantajistas, para la selección de patrocinios a los medios, o por los créditos a partidos bastante endeudados, de la participación empresarial directa en la política resulta una segunda derivada bastante peligrosa para el ejercicio del poder, sin legitimación democrática.

El trumpismo se asocia al empresario triunfador, sin escrúpulos: o eres un 'killer', o serás un perdedor

A las anteriores tendencias se añade la confusión y desprestigio político que ha marcado la catástrofe de los aguaceros. Contra los políticos gestores, a favor de la descentralización de competencias en pro de la proximidad y del conocimiento de la realidad, aparece, como en el trumpismo organizativo, el experto, con la solvencia de un triunfador en el dinero (Elon Musk) o con la fuerza del "mando y ordeno" (el general que tiene que reconstruir el País Valencià y que dice no acepta órdenes de políticos). Ni descentralización democrática, ni conocimiento por formación del experto -y no por el hecho de ganar dinero-, ni honestidad fiscal, ni moderación en el discurso político. Derivadas todas ellas del trumpismo, que tendrían que preocupar más que el hecho en sí de la victoria de Donald Trump. Una contaminación de ideas que puede arrasar los cimientos de la convivencia.