Uno de los puntos que más consenso suscita en el debate económico, tanto en nuestra casa como en el conjunto de Europa, es la necesidad de fomentar la re-industrialización. ¿Pero en qué sentido se puede decir que nos hemos des-industrializado? ¿Y qué objetivos nos tendríamos que marcar para re-industrializar el país? Es cierto que la industria catalana ha perdido peso en el PIB y que emplea menos personas que hace veinte años. Ahora bien, es igualmente cierto que el valor añadido de la producción industrial, calculado a precios constantes, no se ha reducido durante estos últimos veinte años. La industria de nuestro país produce bienes por un valor total que, en términos reales, descontando la inflación, es similar al de hace dos décadas –pese a que con fuertes fluctuaciones cíclicas a lo largo del periodo.

Por otra parte, las exportaciones de bienes industriales han pasado de representar en torno al 50% de las ventas totales del sector en 2008 a un 75% en 2019. Además, la diferencia entre el valor de las importaciones y el de las exportaciones de bienes industriales se ha reducido: desde el 28% en favor de las importaciones en 2008 a solo un 19% en 2019. Y si se ha destruido empleo es principalmente porque ha aumentado la productividad, o la capacidad para producir más con menos gracias al progreso técnico. Finalmente, si las actividades industriales han perdido peso en el PIB es porque el valor generado por el conjunto de los servicios ha crecido, mientras que la industria lo ha mantenido.

¿En qué sentido se puede decir que nos hemos des-industrializado? ¿Y qué objetivos nos tendríamos que marcar para re-industrializar el país?

Las cifras agregadas solo iluminan una parte de la realidad. Cuando ampliamos el foco vemos como algunos subsectores industriales se han deslocalizado o han reducido la producción a causa de la competencia exterior (por ejemplo, el textil-confección), mientras que otros han aumentado la producción y ganado cuota de mercado en el extranjero (por ejemplo, el químico-farmacéutico). El hecho que los subsectores que más peso han perdido fueran los más intensivos en trabajo, mientras que lo que lo han ganado sean más intensivos en capital y más productivos, contribuye a explicar la pérdida de empleo industrial –qué, como se ha dicho, no implica pérdida de valor en términos agregados.

Ahora bien, el impacto ha sido desigual en función de la importancia de las diferentes actividades industriales en las diferentes comarcas, de manera que las ganancias de unos coexisten con las pérdidas de otros –y no se puede decir que se compensen entre sí. En algunos territorios la pérdida de actividad y empleo industrial ha representado un coste económico y social que no ha sido suficientemente compensado por la instalación de nuevas actividades. Y a menudo los empleos industriales con salarios relativamente más elevados han sido sustituidos por actividades de servicios con niveles de productividad y salariales inferiores.

En algunos territorios la pérdida de actividad y empleo industrial ha representado un coste económico y social que no ha sido lo suficientemente compensado

Por otra parte, si miramos lo que ha pasado en los sectores industriales de las principales economías occidentales, veremos que han seguido trayectorias similares a la observada a Catalunya, pero con algunas diferencias importantes. Como Catalunya, también en los Estados Unidos, Alemania y Japón el sector industrial ha perdido peso y ha reducido el empleo, a lo largo de los últimos veinte años. No obstante, y a diferencia del caso catalán, el valor añadido industrial en estas tres economías de referencia ha aumentado notablemente desde el año 2000: más de un 30% en términos reales en los EE.UU. y Alemania y por encima del 20% en Japón. Más significativo todavía: mientras la producción industrial por habitante ha aumentado en estas tres economías a lo largo de las dos últimas décadas, en Catalunya (como en el conjunto del Estado y en Italia) se ha reducido. Es en este sentido que se puede decir que nos hemos des-industrializado. Finalmente: la productividad de la industria catalana –la producción por persona ocupada– se sitúa por debajo y sin una tendencia clara a convergir con los valores de las principales economías desarrolladas.

Un común denominador en todas las economías desarrolladas es la menor elasticidad-renta de los productos industriales, en comparación con los servicios, a medida que aumenta el nivel de vida. Eso quiere decir que a medida que los países se hacen más ricos cambian las preferencias en el consumo, en favor de los servicios (sociales, personales, profesionales) y en detrimento de los bienes materiales (coches, muebles, ropa, alimentos, etc.). Eso no quiere decir que decrezca el consumo de bienes materiales en términos absolutos; solo quiere decir que este tipo de consumo aumentará menos que la demanda de servicios. Por lo tanto, es normal que la industria tienda a perder peso en el PIB en todas las economías desarrolladas, con más o menos intensidad, en línea con los cambios en la composición de la cesta de la compra de los consumidores. Este hecho no reduce la importancia estratégica del sector, en tanto que los avances en la productividad industrial contribuyen a determinar el saldo exterior de un país y también los salarios que se pagan en otros sectores productores de servicios no exportables, que en muchos casos compiten por una misma fuerza de trabajo.

La productividad de la industria catalana se sitúa por debajo y sin una tendencia clara a convergir con las principales economías desarrolladas

En resumen: la industria catalana presenta una brecha negativa importante en términos de productividad y de valor añadido por habitante en comparación con otras economías con un grado de desarrollo similar. El objetivo de la re-industrialización tendría que ser cerrar esta brecha. Entendiendo que un mayor crecimiento de la productividad en la industria probablemente implicará pérdida de participación de este sector en el empleo total y que difícilmente volverá a recuperar el peso que tenía en el PIB hace veinte años. Ahora bien, si el principal objetivo de país es mejorar el bienestar de las personas, las prioridades de política económica se tendrían que centrar en el crecimiento de la productividad y del PIB per cápita –que no implican necesariamente maximizar el crecimiento del PIB y el empleo totales. Hay que decidir primero qué país y qué economía queremos, para decidir qué tipo de re-industrialización necesitamos.