Volatilidad es la expresión más usada entre los analistas de los mercados de renta fija (letras, bonos, obligaciones) en este comienzo de agosto. El mes se ha iniciado con un gran susto en los mercados deuda pública con una fuerte subida de las rentabilidades que, de momento, han situado el bono estadounidense a 10 años por encima del 4%. Un alza de tipos que ha contagiado al resto de deudas mundiales y que se explica, en parte, por la bajada de calificación de la deuda estadounidense desde AAA hasta AA+, por parte de la agencia Fitch.

Las apuestas entre los inversores están al 50% entre aquellos que piensan que los tipos de la deuda deberán bajar y, por tanto, habrá ganancias en el precio de los bonos, y de aquellos que apuestan por tipos de interés más altos en los mercados de negociación. La rebaja del rating de Estados Unidos ha introducido una nueva variable en el mercado que no existía con los tipos al cero por ciento: el riesgo del emisor de deuda y su capacidad para abonar intereses y devolver el capital prestado. Este temor al emisor se extiende con más ímpetu a los bonos emitidos por empresas. A fin de cuentas, los Estados tienen recursos para hacer dinero nuevo.

Son dos los factores clave para esta nueva visión de la deuda de los Estados y de las empresas. De un lado, los bancos centrales han subido los tipos de interés a una velocidad nunca vista. En el BCE han pasado del cero por ciento al 4,25% en tan solo un año y en el caso de la Reserva Federal estadounidense (Fed) este julio situaba el precio del dinero en el 5,5%, partiendo de cero en marzo de 2022. Lógicamente estos tipos no se aplican sobre emisiones realizadas el pasado año, pero poco a poco, mes a mes, van encareciendo la financiación, lo que hace mella en la solvencia del emisor de los bonos. Aumenta el coste de pedir dinero prestado, cuando hace unos meses era muy bajo o, como en el caso de Europa, negativo (los inversores pagaban por comprar la deuda.

El otro aspecto clave es la duración de estos tipos elevados. Hace solo unos meses, los expertos esperaban ya bajadas de tipos a finales de 2023 por parte de los bancos centrales: controlada la inflación y ante el riesgo de deteriorar la economía, optarían por abaratar el precio del dinero. Pero esta hipótesis ha ido perdiendo fuerza a medida que la inflación subyacente (sin contar con energía y alimentos frescos) muestra su resistencia a caer y por la inesperada resistencia que han mostrado las economías a tipos más altos, ya que han continuado creciendo, sobre todo en el caso de Estados Unidos. Ahora el discurso del mercado es que los tipos se mantendrán en estos niveles e, incluso, subirán y alejan los descensos como pronto para finales de 2024.

Es ahora cuando los mercados empiezan a dar vueltas a una realidad que ha estado allí durante muchos años y que se ha ido deteriorando: La deuda global está fuera de control, durante la gran crisis financiera de 2008 no alcanzaba los 200 billones de dólares, en 2023 superó los 300 billones de dólares. Ahora el volumen de endeudamiento de las economías en relación a su Producto Interior Bruto (PIB) vuelve a preocupar y se convierte en un elemento clave para diferenciar entre países que deben pagar más por su deuda, frente a los que tienen menos deuda y se podrán financiar de manera más cómoda. Una deuda que creció rápidamente para evitar las consecuencias negativas de la pandemia del Covid-19 y, posteriormente, para amortiguar los efectos en precios de la inversión de Rusia a Ucrania.

Como indican desde la mayor gestora de fondos del mundo, Black Rock, “el aumento de la rentabilidad de los bonos y la caída de la renta fija la semana pasada ponen de manifiesto que nos encontramos en un nuevo paradigma de mayor volatilidad. La renovada atención prestada a los desafíos fiscales de Estados Unidos y el inesperado endurecimiento de la política monetaria en Japón han provocado un aumento de la volatilidad en los mercados desarrollados”. Con este argumento, estos gestores ven más fiable actualmente comprar deuda de países emergentes cuyos bancos centrales ya están bajando sus tipos.

Vincent Chaigneau, responsable de investigación en Generali Investments, muestra sus dudas sobre el devenir de los tipos de los bonos en los mercados: “vemos los rendimientos orientados a la baja, ya que la creciente preocupación por el crecimiento y la aversión al riesgo vigorizarán la demanda de activos refugio; pero el potencial a la baja de los rendimientos parece modesto por ahora, y el escenario de riesgo clave desaconseja una posición agresiva en duración”. Es decir, no descartan tipos más altos en los plazos medios y largos de los bonos.

También la mayor gestora de renta fija, Pimco, muestras sus dudas y Mike Cuzdil, gestor de carteras considera que a largo plazo la rebaja de calificación de la deuda estadounidense podría traducirse en un dólar más débil, mayores rendimientos de los bonos y curvas de rendimiento más pronunciadas. O sea, pérdidas en el precio de los bonos debido a nuevas subidas de su rentabilidad en el mercado. 

Por último, Lisa Hornby, responsable de renta fija multisectorial estadounidense de la gestora Schroders considera que es muy inusual tener un déficit presupuestario del 8,5% en un periodo no recesivo y sospechamos que, con el tiempo, esto aumentará la prima por plazo exigida a los bonos del Tesoro estadounidense y presionará a la baja al dólar.