Ahora hace un mes, el Govern de la Generalitat de Catalunya hacía pública la decisión de tumbar el tercer campo de golf en Caldes de Malavella, una de las peticiones que reclamaban a los impulsores de la candidatura de la Ryder Cup para el PGA de Catalunya 2031. En su decisión fijaba la emergencia climática como la principal razón para oponerse.

La candidatura Costa Brava-Barcelona se gestó fruto del trabajo de los últimos años entre la federación catalana y la española, y de la clara apuesta del PGA Catalunya.

De hecho, esta candidatura se presentó en un momento en que Catalunya se había postulado como sede de grandes acontecimientos deportivos: Barcelona acogerá la Copa de la América de vela del 2024 y la Volta Ciclista en España de este año tuvo su punto de salida en la misma capital catalana.

Y, ciertamente, podríamos afirmar que después de los Juegos Olímpicos y el Mundial masculino de fútbol y la Copa América de Vela, la Ryder Cup es el acontecimiento que despierta más interés por todas partes. La Ryder Cup es un acontecimiento deportivo internacional de primer nivel, objeto de amplio seguimiento mediático a nivel mundial y que genera resultados importantes para el país anfitrión, tanto en términos deportivos, como turísticos y económicos. Según fuentes de la Federación Catalana de Golf, una de las entidades promotoras, la Ryder Cup tendría tanto los años previos como posteriores una clara promoción y repercusión por el territorio: atraería visitantes de todas partes mundo —se cifran en 300.000 personas— y aportaría un impacto de más de 1.300 millones de euros, así como la creación de más de un millar de puestos de trabajo.

Desde el gobierno catalán, sin embargo, se pone en cuestión si hace falta un nuevo campo de golf a Catalunya, especialmente en pleno cambio climático. Y fija precisamente esta emergencia climática como la principal razón para oponerse.

Como yo, somos muchas las personas que apostamos por acontecimientos sin impacto negativo en el medio, eso es indiscutible y así tiene que ser. Pero como yo, también somos muchas las personas que consideramos que este respeto por el medio ambiente no tendría que estar necesariamente reñido con el crecimiento económico y la creación de riqueza. De hecho, para sacar a la gente de la pobreza hay que generar actividad económica, y en este sentido, es del todo necesario captar competiciones internacionales y acontecimientos de esta magnitud, que en definitiva son sinónimo de inversión, turismo de valor añadido, contratación, transformación, tecnología de alto nivel e internacionalización.

En la propuesta de la candidatura Costa Brava-Barcelona, el tercer campo se crearía siguiendo los estándares de sostenibilidad y el estricto plano de preservación medioambiental que ya tienen en el resorte y no necesitaría una concesión adicional del ACA. Y se regaría con el agua 100% reciclada de la depuradora actual de las instalaciones. En realidad, con los nuevos sistemas de gestión y recuperación del agua, los campos de golf han dejado de constituir un despilfarro hídrico, hasta hoy considerada la principal causa por la cual eran criticados y rechazados por los grupos ecologistas.

El rechazo de nuestras instituciones a albergar la Ryder Cup 2031 y, en consecuencia, a parar un proyecto de importante impacto económico para el país y para nuestra gente, no es en ningún caso el primero que se anuncia. Recordamos sino la negativa del Gobierno catalán en la ampliación del aeropuerto Josep Tarradellas-El Prat, o el rechazo del Ayuntamiento de Barcelona a acoger la sede española del Museo Hermitage de San Petersburgo (Rusia), que ahora abre el turno en ciudades como Madrid, Sevilla, Málaga o Lisboa, que se le ha mostrado abiertamente, interesadas.

Quiero enfatizar de nuevo mi apuesta por un modelo económico sostenible con el entorno y las personas, pero en este sentido hay que actuar con inteligencia y tolerancia, entendiendo que la vida no es un todo o nada sino una anchísima escala de grises que hay que saber gestionar de forma eficiente, evaluando los "pro" y los "contra" y optando siempre por el mal menor sin renuncias.

No es momento de maximalismos. Escogemos a nuestros representantes políticos para que nos hagan de portavoces, para que lideren, dialoguen y consensúen, para que acuerden soluciones que nos hagan avanzar como país. Hay que ser exigente pero no intransigente, y eso pasa para escuchar a todos los actores, promotores, retractores, ciudadanos.

Dialogar, ceder y pactar. No es sino así como se alcanzó en 2020 el incremento de un 5,5% del salario mínimo interprofesional (SMI), con el consenso unánime del Gobierno, sindicatos y patronal. O en el 2021, cuando la Generalitat de Catalunya, las administraciones locales y Endesa acordaron condonar la deuda acumulada además de 35.000 familias vulnerables y regular la deuda futura por pobreza energética. O a nivel Europa, cuando a las 05.30 horas del 21 de junio de 2020 los respectivos jefes de estado y de gobierno pactaban endeudarse para movilizar 750.000 millones por paliar los efectos de la pandemia del coronavirus.

Somos un país rico y potente, y tenemos la capacidad y el talento para hacerlo crecer y liderar. Abandonemos la política del "no en todo" y trabajamos por el posibilismo.