Creo que hoy ya nadie es capaz de cuestionar que los procesos de digitalización (basados en la implantación masiva de la robótica y en el uso de las funcionalidades que nos ofrece la Inteligencia Artificial) generarán cambios relevantes en la vida humana. 

Al margen de los procesos que estamos viviendo desde hace ya algunos años en los entornos industriales la aplicación de la inteligencia artificial generativa hace que los robots adquieran mayor eficiencia a la hora de aprender por imitación y, de forma particular, mediante la observación de los comportamientos humanos. El desarrollo y perfeccionamiento de esta capacidad va a poder ser, muy pronto, aplicada a prácticamente cualquier tarea con un componente físico y también en muchas de las actividades no físicas. Me estoy refiriendo a actividades productivas desarrolladas en entornos industriales, las que se realizan en el ámbito de la logística, pero también a muchas otras dedicadas a la prestación de determinados servicios. Un proceso que terminará llegando, sin ninguna duda, a nuestros propios hogares.

Por todo ello deberíamos de ser conscientes que vamos a tener que asumir cambios transcendentes en nuestra propia existencia como seres humanos.

La posibilidad de entrenar a robots, capaces de trabajar sin descanso más allá de las necesidades de recarga de sus baterías, para llevar a cabo prácticamente cualquier tipo de trabajo físico, supone una nueva frontera para el diseño de los procesos industriales, pero también para el conjunto de las actividades humanas. Durante décadas, muchos economistas negaron la idea de que los avances de la tecnología estuviesen reflejándose en una mayor productividad. La llamada “paradoja de la productividad” se convirtió en un azote de los directores de tecnología, que veían cuestionada la propia naturaleza de su trabajo. ¿Qué va a ocurrir cuando la inversión en robótica permita disponer de entornos fabriles en los que la masa salarial disminuya de manera radical? ¿Dónde trabajarán las personas que se vean afectadas por este proceso?

Poder entrenar robots supone una nueva frontera para el diseño de los procesos industriales, pero también para el conjunto de actividades humanas

En este entorno prácticas como las que tienen por objeto filmar a nuestros propios empleados para entrenar a los robots que más adelante van a sustituirles se están convirtiendo en habituales. ¿Debemos o podemos impedirlo? ¿Podemos pensar en la posibilidad de conflictos por estos hechos? ¿Cuál es la visión sindical sobre esta realidad?, son cuestiones que deberían de estar en el debate social. También otras como: ¿Qué posibilidades tienen las sociedades humanas de adaptarse a un futuro en el que la práctica totalidad de los trabajos físicos sean desarrollados de forma más eficiente por robots? ¿Vamos a seguir teniendo al trabajo/empleo como eje central de la vida humana? ¿Necesitamos dotarnos de un Salario Mínimo Vital? Y si la respuesta a esta última cuestión fuera positiva: ¿En qué condiciones?

Todas estas son cuestiones que, lamentablemente, no parece que estén en la agenda de nuestros responsables políticos, y que deberían de servirnos para reflexionar sobre el futuro que queremos construir para las generaciones venideras. Un futuro que a pesar de su incertidumbre (recordemos lo que Yuval Harari afirma en su último libro Nexus cuando escribe “no sabemos en lo que vamos a trabajar dentro de cinco años”) tiene algunos elementos en los que creo que hay un cierto consenso. Y me refiero, evidentemente, al hecho de que estará sujeto a importantes transformaciones. Por cierto, permitidme la licencia de recomendaros su lectura.

Hoy podemos encontrarnos desde voces que apuestan por pensar que nos dirigimos hacia un escenario catastrófico hasta otras que siguen pensando que finalmente vamos a encontrar soluciones a este problema y que, como es habitual, la capacidad de resiliencia del ser humano nos permitirá afrontar con éxito esta nueva realidad. Mientras tanto el número o volumen de proyectos dirigidos a analizar o evaluar las posibilidades de intersección entre la robótica y la inteligencia artificial generativa no hace sino crecer y desarrollarse día a día. En este proceso están implicadas todo tipo de organizaciones, desde las grandes corporaciones multinacionales hasta la start ups más pequeñas. Las experiencias de Adobe, MBW, Magna y Tesla (como grandes referentes internacionales) no son, ni mucho menos únicas ni exclusivas.

El diez años el empleo habrá dejado de ser el eje central de la vida de una gran mayoría de los seres humanos

No creo que nadie con dos dedos de frente sea capaz de argumentar que todas estas experiencias, que recordemos tienen por objeto la búsqueda de la eficiencia mediante la sustitución del trabajo humano, si finalmente resultan exitosas, no terminarán aplicándose al conjunto de las actividades humanas. Lo que implica que también impactarán en las actividades más personales que llevamos a cabo en nuestros hogares. Una aplicación que, en todo caso, deberemos afrontar, gestionar y regular por el impacto y los cambios que comportará en las formas, hábitos y comportamientos más habituales de nuestra vida diaria.

Este es uno de los grandes retos que tenemos por delante. Es muy probable que, aunque comparta la idea de Harari relativa al desconocimiento sobre lo que va a ocurrirnos, en diez años la vida humana se haya modificado de forma sustancial. Cambios que pueden ser provocados por las consecuencias nefastas de un conflicto de carácter global (cosa que no espero ni deseo), o por las nuevas realidades en el binomio trabajo/empleo, por lo menos en los términos que lo conocemos actualmente. O lo que sería más nefasto, por la suma de ambos.

En todo caso sí que me atrevo a augurar que en diez años el empleo (entendido como una de las formas en las que se desarrolla el trabajo humano) habrá, con toda probabilidad, dejado de ser el eje central de la vida de una gran mayoría de los seres humanos.