Dimensionamiento
- Marcel Prunera
- Barcelona. Lunes, 23 de octubre de 2023. 05:30
- Tiempo de lectura: 6 minutos
A principios de los 2000 participé de algunos debates sobre el dimensionado de la empresa catalana y española. Antes de la crisis financiera de 2008, en algunos foros económicos, el tamaño de las empresas generó interés. ¿Por qué la empresa española tenía en términos comparativos —y en absoluto, por descontado— tamaños más pequeños que sus competidores internacionales? En una economía crecientemente internacionalizada y global, el tema, que no era nuevo, suscitaba algún interés. Las explicaciones, entonces, eran múltiples y de naturaleza muy diversa, como siempre que los retos son complejos: elementos culturales tanto nacionales como individuales, algunos con mucha carga histórica, entre los que encontrábamos tanto el pesar a tener socios, la poca tradición por la transparencia o la ambición nacional, entre otros.
También encontramos elementos de naturaleza económica, como la estructura financiera débil de los balances de muchas compañías o su reverso en el mercado financiero, la inexistencia de productos financieros sofisticados de apoyo al crecimiento; algunos híbridos, la tradición de patrimonializar inmobiliariamente y descapitalizar las empresas, que puede ser tanto cultural como fruto de un mercado inmobiliario en los paraísos mediterráneos más vibrante y enfocado a la propiedad que en los hielos del norte; e incluso algunos que son tanto input como output, el retraso o la inexistencia al disponer de instrumentos de capital riesgo (private equity) suficientes y sofisticados o mercados bursátiles lo bastante atractivos. No me quiero extender en las diagnosis del pasado, pero el tema tuvo su momento.
La crisis financiera de 2008 trastocó muchas cosas. Hemos salido con lecciones aprendidas, quizás no todas, y algunas nuevas realidades alteran las lecturas del pasado sobre el tema: 1) el capital riesgo ha vivido una nueva etapa de desarrollo y han aparecido tanto más fondo, como más gestores; el aterrizaje de inversión institucional extranjera ha aumentado y también han aparecido mecanismos y tipo de vehículos nuevos; en general la estructuración de los balances de muchas pymes se ha sofisticado, o, en todo caso, la consideración sobre los recursos para financiar el crecimiento ha madurado y la inversión en empresas prolifera. 2) La irrupción o la eclosión de los esquemas de alto crecimiento en torno a la disrupción tecnológica, el mundo de las start-ups y las scale-ups y, por lo tanto, la concepción sobre el crecimiento o el mismo concepto de escabilidad han alterado el mundo económico y financiero de manera relevante. Aquello que podemos llamar el mi del venture capital altera los principios de la inversión financiera tradicional, crea ecosistemas nuevos, cambia calendarios y maneras de entender el hacer empresa. Es un mundo nuevo que en 20 años se ha hecho un lugar y condiciona el resto —cuando la disrupción tecnológica entra en un sector remueve las estructuras y las acondiciona alternativamente para siempre—.
El debate del dimensionado de las pymes no ha vuelto con bastante porque lo hemos sustituido por su equivalente al mundo de las start-ups: ¿Por qué en España no tenemos más unicornios o scale-ups? Y el debate ha dejado de ser nacional para ser paneuropeo: ¿por qué Europa tiene menos unicornios que los Estados Unidos o Asia? Si lo leemos en clave nacional, en este debate encontraremos algunas pautas muy similares a la de los debates sobre tamaño de las empresas del cambio de siglo. Detrás de las causas de por qué no tenemos más unicornios o grandes empresas de alto crecimiento encontramos viejos conocidos: faltan grandes fondos radicados en España con incentivo a mantener espacios de decisión aquí; la cultura del emprendedor, como la de sus abuelos, aunque ahora ya ha sofisticado su balance y tiene un montón de socios, sigue siendo bastante cortoplacista; salir a Bolsa interesa poco, y somos más vendedores que compradores de empresas, el proyecto ideal es vender al cabo de unas cuantas series, y que el gran crecimiento lo lidere alguien más global. Los portfolios inversores son un poco más sofisticados que en el pasado, pero la lógica patrimonial se parece bastante.
En 30 años, una generación, hemos transformado bastante la estructura de nuestra economía pero seguimos siendo un país de tejido empresarial más vendedor que comprador. Hay algunos elementos de demasiado crítica que resolveremos con dificultades, el mercado local como punto de partida tanto en consumidores como en capacidad de ahorro da para lo que da, pero el mercado europeo, cada vez más paneuropeo o único y la ventaja latinoamericana, permitirían obtener resultados equivalentes a surgir de mercados nacionales grandes. El sector público no está en nuestra casa, ni el primero ni el más innovador de los compradores, y es un factor decisivo a muchos sectores – una de las pocas excepciones al dimensionado de las empresas en España son las que han crecido en el amparo del BOE.
En los últimos años han pasado cosas que nos permitirían construir gigantes nacionales de ambición global: tenemos ejemplos de éxito, Fluidra, Inditex o Puig, para citar algunos solo entre los que no han partido de la ayuda del presupuesto público; el acceso a la inversión financiera institucional ha mejorado; ciertamente a base de ser muy vendedores a muchos sectores nos hemos quedado sin campeones nacionales pero la rapidez de la disrupción tecnológica y los cambios a muchos factores estructurales —sostenibilidad, impacto...—, hacen que el ritmo de creación de nuevas empresas y nuevos paradigmas vaya tan rápido que los gigantes que ya no tenemos los podemos volver a construir. Hay algunos elementos que quizás no han cambiado, ¿los empresarios españoles se quieren comer menos el mundo que los anglosajones o los chinos? La cultura de la "superioridad" económica sigue pesando, los franceses vienen a comprar empresas españolas porque se les hace más complejo comprar a Gran Bretaña o Alemania; somos menos proteccionistas que franceses o italianos (cosa que en general creo que es buena, pero podemos hablar de sectores estratégicos en algún momento), y seguimos pensando que un buen portfolio inmobiliario es una mejor manera de preservar el valor del patrimonio familiar. A la vez, sin embargo, el destino de la inversión es crecientemente financiera y las nuevas generaciones son más globales: internacionalizarse o innovar son funciones claramente internalizadas.
A finales de 2021, unas jornadas sobre tamaño de la empresa catalana en el Círculo de Economía trasladaban algunas conclusiones interesantes y renovaban el debate: el vínculo entre tamaño y productividad es de los más interesantes. Las empresas mayores tienden a ser más productivas. España tiene un problema de productividad que en parte se relaciona con el tamaño de sus empresas. Las grandes empresas españolas su igual de productivas que las de otros países, está en las pymes y microempresas donde perdemos productividad y en parte se debe al tamaño relativo menor.
La productividad, como algún factor mencionado anteriormente, es tanto consecuencia como causa. Si las pymes invirtieran más en talento y al innovar podrían alcanzar niveles de productividad, y dimensión, superiores.
Otros factores más institucionales como el marco fiscal de apoyo a las empresas, la sobre regulación y las trabas administrativas o la eficacia del sistema judicial afectan, y mucho, a la capacidad de contar con grandes empresas nacionales.
Surge, por lo tanto, una pregunta: ¿cómo podemos promover que haya empresas grandes de largo recorrido, compradoras internacionalmente y empresarios con ganas de hacer multinacionales españolas? Tener sedes de decisión, incluso para los más paneuropeos, sigue siendo un valor positivo para las economías nacionales. Los mercados financieros han creado los mercados bursátiles, los principales y los de pymes o alto crecimiento, precisamente para resolver la dicotomía entre la visión a largo plazo del empresario ambicioso y los plazos de salida y realización de plusvalías propias de la inversión financiera y el capital riesgo. Por lo tanto, una primera gran política sería tener mercados bursátiles maduros, dinámicos y muy líquidos. Ya estamos avanzando. Un marco institucional estable y favorecedor de la actividad empresarial – en el terreno del regulador y en el de la justicia; en algunos mercados, en el de la compra pública, si puede ser innovadora...-, ayudaría. Pedagogía de las empresas de éxito, también en el terreno tecnológico, a favor de la ambición y el tamaño. En este terreno hemos mejorado mucho -la percepción de los emprendedores ha cambiado a mejor- pero queda mucho para hacer: algunos dirigentes públicos se permiten hablar de manera irrespetuosa de grandes empresarios y generadores de puestos de trabajo y muchos emprendedores todavía tienen una visión mucho cortoplacista sobre la realización de la plusvalía de su trabajo.
Finalmente, con colaboración públicoprivada, como se ha hecho en otros tramos de valor, se podrían promover instrumentos de inversión en empresas con vocación de largo plazo, de capital desarrollo. Vehículos enfocados a generar y dar apoyo al dimensionado de campeones nacionales y su expansión. El marco regulatorio europeo no permite el proteccionismo, pero hay espacio para construir sin incumplir ningún marco regulatorio. El esquema de retorno podría incluir rendimientos en base dividendo, pero no hay que renunciar a las plusvalías, los mercados financieros dan muchas opciones, solo hay que cambiar los plazos de los inversores financieros, por lo tanto, el volumen de rotaciones y la permanencia en el tiempo, no renunciar al rendimiento, sino alterar el calendario.
La economía española tiene activos para competir en todo el mundo, para construir campeones globales, en la industria, a la tecnología, incluso a los servicios, como ya ha pasado, y no venderse a un anglosajón, un indio o un chino, sino todo lo contrario. Hay economías que han sabido construir un tejido empresarial con vocación de permanencia e impacto global, desde culturas empresariales diferentes, el Reino Unido, Italia, Francia o Alemania y su Mittelstand, han sabido dimensionar mejor sus pymes para convertirse en grandes empresas globales, a menudo manteniendo la estructura familiar sin renunciar a apoyarse con socios financieros.
En España es interesante leer los documentos de la visión 2050 de la oficina de Prospectiva del Gobierno o los trabajos de la Fundación Cre100do. El debate del tamaño de la empresa vuelve, en un marco europeo más que nacional, y con elementos de debate competitivo nuevos: la competencia casi geoestratégica con China, el factor de la dependencia energética, el impacto de la disrupción tecnológica en la creación de gigantes globales y la reindustrialización del continente.