Ha pasado la campaña electoral y poco se ha hablado de las políticas de inmigración. De las de verdad, que de las propuestas simples y burdas sí que se ha hablado, y con creces precisamente por parte de los partidos que menos legitimados están para hacerlo, desde su propio ADN antidemocrático. Quizás, incluso, ha estado bien que los partidos principales, con voluntad de gobierno, no hayan hablado en campaña. Bien sea por aquello de que, en el tema de la inmigración, todo se tergiversa y se convierte en carne de cañón para quien quiera debatir, aunque sea razonadamente.

Reconocido este extremo, planteo aquí dudas sobre el futuro de la inmigración en nuestro país. Sugiero, vista su importancia, que creo primordial para nuestro futuro, más allá de las necesidades de la economía en cada momento, que quizás todos 'paremos máquinas' y, con más serenidad y razones, empiece, a quien le toque gobernar, a trabajar políticas.

Empiezo con las cosas que me preocupan:

- La inmigración que tenemos perpetúa un modelo económico que queremos cambiar.

- Las infraestructuras de acogida no las tenemos, como país, ni preparadas, ni bien resueltas. Así, la inmigración presiona sobre la vivienda, en las localizaciones de la población recién llegada, sobre el transporte, etc. sin los acompañamientos necesarios.

- Las llegadas interfieren la marcha normal de las escuelas, sin unos servicios de integración escolar según plazo, nacionalidad del alumno y ubicación de los centros.

- Su creciente peso empuja un uso sanitario menos eficiente, por la vía de las urgencias, con escasa planificación territorial.

- En sus costes y beneficios, el Estado central se queda con una parte sustantiva de la recaudación y las divisas generadas, sin traducirlo, después, en servicios sociales autonómicos.

- Los gobiernos de derecha tienden a bajar todavía más la financiación de aquel gasto social asociable a la inmigración, y así todavía deterioran más los servicios. Las izquierdas tienden a bajar la fiscalidad de las rentas de estos grupos e incrementar el gasto. Todo a cargo de déficits futuros, pensiones incluidas.

- La selección de inmigrantes en el lugar de destino es una solución muy poco solidaria. No nos aclaremos, desde el progresismo actual, sobre si la solidaridad se tiene que entender globalmente, sin fronteras, sea cual sea el coste a soportar, o si tiene límites.

- Las oleadas de inmigrantes que llegan para esperar regularizaciones cada vez son más aleatorias y fuera de cánones sistémicos justificables.

- Dada la procedencia de las últimas oleadas, la compensación reparadora en formación cada vez es más cara y temporal, y las empresas lo abandonan, a menudo, a manos del sector público.

- Europa no tiene una política de inmigración propiamente dicha. Y los estados, de entrada, solos, son hoy bastante un coladero.

- Es bastante evidente que la inmigración que tenemos hace crecer el PIB, pero no la renta per cápita, y, tan desordenada como la tenemos, puede acabar afectando a la cohesión social.

- Los salarios que aceptan a los recién llegados, formales o informales, presionan a la baja las mejoras salariales generales, para el bien de la supuesta competitividad de un país que falsea, así, el bienestar general en beneficio de unos ciudadanos que acaban siendo 'de segunda' y lo bastante aquiescentes con prácticas empresariales inaceptables.

- El mismo concepto de protección social del inmigrante los acaba dualitzando en ubicaciones y pautas sociales de autoprotección que nos alejan de una convivencia más integradora.

- Las carencias de acogida e integración social efectiva ayudan a los colonizadores de nuestra lengua y tradiciones.

En resumen. Aunque su impacto fiscal fuera positivo, no sirve de nada si se permite que los servicios públicos se deterioren de todos modos. Milton Friedman comentó una vez que "no se puede tener simultáneamente una inmigración libre y un Estado del bienestar".

Pasada la contienda electoral, en algún momento tiene que tocar arremangarse.