Hace diez días conocimos dos datos económicos muy positivos para la economía catalana: el PIB creció un 3,9% el tercer trimestre, mientras que el número de nuevas empresas se disparó más de un 20% y se subió a récords en un mes de octubre, después de encadenar cuatro meses seguidos de subidas.

El Idescat confirmó que los meses de verano, de julio a septiembre, dispararon nuestra economía. El crecimiento de Catalunya fue medio punto más alto que el de la media española y casi cuatro veces más que el de la Unión Europea. Los servicios fueron el sector que más impulsó el PIB, con un alza del 4,7%, aunque la industria también tuvo un buen comportamiento, con una subida del 4,2%.

Con respecto a la natalidad empresarial, en octubre se crearon más de 2.000 sociedades mercantiles a Catalunya, un 20,4% más. En este caso, la subida fue inferior a la media estatal, del 28,8%. Si el dato ya es positivo por sí solo, todavía lo es más que las empresas nacen con más capital, ya que las nuevas sociedades se crearon con un total de 114 millones de euros, más del doble que en octubre del año pasado.

Aparentemente, estos datos, así como el empleo, hablan muy bien de cómo va la economía catalana, motivo por el cual los políticos sacan pecho. Pero, en cambio, la realidad que viven muchas personas y familias dista mucho de ser positiva y, en demasiados casos, viven lo contrario de la euforia de los políticos: penurias y riesgo de pobreza.

Harían bien los políticos en fijarse más en la calle y menos en los datos y sacar adelante medidas para resolver los grandes problemas de la gente

Hay dos datos, compatibles con los dos anteriores, y que explican mucho mejor la situación que viven la mayoría de catalanes. Nunca como hasta ahora había habido tantos trabajadores en riesgo de pobreza: más de un 10% según CCOO, mientras que un 7,7% se situaría por debajo del umbral de la pobreza, según Oxfam. Repito, son personas que cada día van al trabajo y tienen un sueldo, pero que no llega a final de mes. El segundo dato es que nunca el acceso a la vivienda había sido tan difícil: supone casi el 27% del gasto familiar, según la OCDE.

Una no se entiende sin la otra, ya que el encarecimiento de la vivienda, especialmente de los alquileres, es uno de los factores que está asfixiando a las familias. Otro es la subida de la cesta de la compra. Hasta hace un par de años, podías ir al súper, llenar el carro y te gastabas 80 euros; ahora no baja de 100 y fácilmente supera los 120. Evidentemente, no es un cálculo exacto, pero sí que es una percepción general. Y los datos de inflación de los últimos años, especialmente desde mediados de 2021 hasta mediados de 2023, lo corroboran.

Los salarios, en cambio, no han subido en la misma proporción. Detrás de los récords de empleo se esconden sectores de bajo valor añadido, ya que buena parte de la mejora de los últimos trimestres viene por los sectores vinculados al turismo, que pagan salarios bajos. Y los convenios no han subido igual que la inflación.

Todo esto está haciendo crecer el descontento social, hasta el punto que los inquilinos han salido a la calle para protestar ante el alza del alquiler. Y no solo en Barcelona, donde habitualmente se han concentrado los problemas de acceso a la vivienda en Catalunya. Toda la periferia de la capital catalana está ahora afectada, pero también las zonas de montaña, y más en temporada de esquí. La Seu d'Urgell vivió también una manifestación por el derecho a la vivienda hace dos semanas.

Manifestación por la bajada de los alquileres en Barcelona / ACN

El contraste entre lo que vive la gente y lo que celebran los políticos es flagrante. Mientras en sus despachos se abre el cava, las calles se empiezan a incendiar. El Sindicato de Inquilinas plantea una huelga de alquileres, y aunque es muy difícil porque no tiene amparo legal y para tener efecto tendría que tener un seguimiento masivo, es una muestra clara de radicalización social, que contrasta completamente con las grandes cifras macro.

Harían bien los políticos al fijarse más en la calle y menos en los datos, y sacar adelante medidas para resolver los grandes problemas de la gente. Según el Centro de Estudios de Opinión (CEO), la vivienda ya es el primer problema de los catalanes, y no se avista un horizonte de mejora, al contrario. El tope a los alquileres sí que ha frenado los precios, pero no los ha hecho bajar significativamente y, además, ha reducido la oferta, cosa que no juega precisamente a favor del acceso a la vivienda.

El problema, por lo tanto, no mejora, y los anuncios de los gobiernos de construir miles de pisos, aparte de que suenan a promesas vacías –demasiados años incumpliéndolas para que las consideremos creíbles–, no tendrían efecto hasta dentro de unos años. Y la gente no puede esperar años con alquileres desorbitados mientras el precio de la vida sigue subiendo más que los sueldos.