Resiliencia es una de las palabras clave de nuestro tiempo. Jeremy Rifkin le da carta de naturaleza en su último libro, La era de la resiliencia; el programa del Gobierno español que distribuye los fondos Next Generation se llama Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, siguiendo la estela de la Recovery and Resilience Facility de la Unión Europea de la que emana; la pompa no es nueva pero el concepto no era habitual hace unos años en este tipo de programas. De hecho, es un concepto de uso extendido recientemente en el lenguaje en general que en los últimos años se ha adoptado en política económica.

La sucesión de condicionantes transformadores de alto impacto y que obligan a adaptaciones rápidas y profundas de las últimas décadas –desde la crisis financiera al cambio climático pasando por la pandemia del covid-, ha popularizado el atributo.

Planificar a medio y largo plazo dejan un poco de su podio a la capacidad ágil de adaptarse. No soy capaz aún de componer una opinión completa sobre el alcance definitorio sobre nuestra era de tanto título, aunque la trayectoria bibliográfica de Rifkin me haría apostar a favor. Pero sí me atrevo, que ya es mucho, con dos aseveraciones: la resiliencia es un atributo en épocas de grandes disrupciones que califica una economía y condiciona la política económica. No es menor, no formaba parte de los pilares de análisis hace unos años, y las implicaciones son muchas, incluso explica cosas que en el pasado argumentábamos distinto (por ejemplo, algunas fases de crecimiento de nuestra economía a pesar de mantener variables estructuralmente desajustadas, desde el paro a déficits de productividad).

Segunda aseveración, si nuestra economía es resiliente o calificaría alto en un índice de resiliencia, resultaría que los tiempos actuales pueden ser una oportunidad. No hay muchos indicadores de resiliencia, y algunos son encuestas, es un terreno sobre el que aún hay mucho por hacer. Pero España, la sociedad española en concreto, ha demostrado a lo largo de las últimas décadas una gran capacidad para adaptarse, para resistir y responder bien a cambios económicos y sociales cada vez más acelerados. Lo hizo en la bonanza de los 80, política y económicamente, no siempre con todo a favor. Volvió hacerlo en 2015, tras uno de los impactos más duros de la crisis de 2008, con crecimientos que en su día sorprendieron –el 3,4% de 2015 se celebro como el excelente del alumno al que no se le esperaba.

La sociedad española mantiene niveles de cohesión altos, aún sufriendo impactos relevantes en buena parte de los indicadores de distribución de la riqueza. Y respondemos a algunos retos satisfactoriamente, normalmente contra pronostico –el desarrollo del mercado exterior o del mercado tecnológico, por ejemplo.

Algunos síntomas parecen apuntar que mantenemos capacidad para recibir inversión, atraer turismo, crecer en sectores de talento y tecnología, y seguimos en niveles de deuda mejores que en la anterior crisis

Hay diversos elementos de entorno y de estructura social, incluso institucionales, que pueden explicar un nivel alto de resiliencia. No necesariamente siempre es un atributo positivo. La economía española, y nuestra historia, tienen curvas históricas con pendientes más alpinas que moderadas. Nos recuperamos y adaptamos a las circunstancias con flexibilidad, si, pero también caemos, y la resiliencia a largo plazo consiste en ser capaces de construir economías más sostenibles, menos sensibles al ciclo. Este otoño iba a ser mucho peor de lo que ha sido – en parón del crecimiento, en paro, en inflación.

Veremos como afrontamos el invierno pero algunos síntomas parecen apuntar a que mantenemos capacidad para recibir inversión, proyectos a largo plazo, atraer turismo, crecer en sectores fuertes en talento y tecnología, aguantar niveles de consumo que permiten preservar ocupación, y seguimos en niveles de deuda privada mejores que en la anterior crisis financiera. Tanto en variación como en niveles absolutos la deuda de empresas (con un ligero repunte durante el covid) y de los hogares se ha mantenido lejos de los niveles con los que se llegó a la crisis de 2008; y la dependencia del ciclo inmobiliario parece de momento menor a la crisis de 2008. El otoño iba a ser espantoso y no lo ha sido, y en España ha ido mejor que en algunos países vecinos.

Al parecer nuestra economía, con todos sus déficits estructurales por resolver, sobretodo en el campo de la productividad, parece hacer frente a los retos actuales con una cierta capacidad de adaptación financiera, sectorial, laboral y puede que incluso social no menor. La coyuntura es tan variable e incierta que cualquier afirmación aventurada en este sentido da vértigo, pero la sociedad español ha demostrado a lo largo de su historia mucha resiliencia ante crisis diversas. De la misma manera podemos ser economía refugio en los momentos de incertidumbre global actuales por suma de factores geo estratégicos. Veremos si sabremos aprovecharlo, confío que sí.