¿El huevo o la gallina?
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- Rat Gasol
- Olèrdola. Martes, 25 de febrero de 2025. 05:35
- Tiempo de lectura: 4 minutos
¿El emprendedor nace o se hace? Y todavía más: ¿qué fue primero, la idea o el emprendedor?
Nos gusta pensar que las grandes empresas nacen de una idea genial, de un momento de inspiración que lo cambia todo. ¿Pero, realmente, es así? ¿O es el emprendedor quien, con su visión, con su obstinación, con su capacidad de adaptación, hace que una idea se acabe convirtiendo en realidad? Sin ese alguien capaz de asumir riesgos, de liderar, de perseverar, una idea no deja de ser más que eso, una idea.
Sin ese alguien capaz de asumir riesgos, de liderar, de perseverar, una idea no deja de ser más que eso, una idea.
Este es uno de los grandes mitos de del emprendimiento. Siempre nos endulzan las orejas con historias de éxito de personas que tuvieron una gran idea y triunfaron. Pero lo que nunca explican, por lo de no embadurnar la imagen idílica del emprendimiento, es que por cada empresa que alcanza este éxito, hay otras miles que mueren por el camino. ¿Alguien recuerda los muchísimos proyectos que se han hundido? ¿O los centenares, miles, decenas de miles de autónomos que no llegan a final de mes? ¿Los negocios que no pasan del primer año de vida o todos aquellos que regresado de nuevo al trabajo asalariado con más deudas que ilusiones?
Se habla poco, de eso, porque la narrativa emprendedora se construye sobre la ilusión, no sobre la realidad. Se vende la idea de que con esfuerzo y con pasión todo es posible. Pero seríamos unos verdaderos ingenuos si hiciéramos nuestra esta receta, si compráramos eso de que trabajando mucho, con la sonrisa en los labios, saldremos al día siguiente en la lista de los empresarios más destacados de España de la revista Forbes. Porque si fuera así de sencillo, si esta fuera la fórmula mágica del éxito, todos los comercios y pymes triunfarían, las startups cerrarían rondas millonarias y los autónomos serían ricos.
Se vende la idea de que con esfuerzo y pasión todo es posible. Pero si fuera así de sencillo, todos los comercios y pymes triunfarían, las startups cerrarían rondas millonarias y los autónomos serían ricos
Pero la aventura de emprender es un juego de azar, una lotería que desgraciadamente no podemos controlar como muchos querríamos. El talento y la dedicación son importantes, sin duda. Pero sin capital, sin contactos, sin un mercado receptivo y, sobre todo, sin el componente “suerte”, si no es del todo imposible, casi.
Y es aquí cuando recuperamos de nuevo la pregunta inicial: ¿el emprendedor nace o se hace? O mejor dicho: ¿quién de nosotros está dispuesto a asumir el riesgo? Porque esta es la clave. No todo el mundo puede soportar el peso de la incertidumbre, la presión de no saber si cobrarás a final de mes, el miedo de ver cómo se hunde aquello que has construido. No todo el mundo tiene la fuerza y la asiduidad de cargar en la espalda el peso de esta mochila. Emprender no es para todos, no porque se necesite un determinado ADN, sino porque requiere convivir, día tras día, hora tras hora, con una inestabilidad que pocos tienen la capacidad de soportar.
Y volvemos al juego de los dilemas: ¿qué fue primero, la idea o el emprendedor? ¿Es la idea la que impulsa alguien a emprender, o es el espíritu emprendedor el que transforma cualquier idea en una oportunidad? Porque podemos tener ideas cada día, ¿y por qué no?, pero no todo el mundo se lanza a ejecutarlas. La gran diferencia entre un soñador y un emprendedor es precisamente esto: la acción.
La gran diferencia entre un soñador y un emprendedor es precisamente esto: la acción
Y, sin embargo, siempre hay quien se echa a la piscina. Quien se arriesga sin garantías, quien apuesta por una idea cuando quizás muchas voces le dicen que no acabará de funcionar. ¿Cómo llamaríamos a esto valentía o inconsciencia? Probablemente algo de cada cosa. Pero lo que es bien seguro es que sin estas personas, sin estos “locos” que deciden desafiar las probabilidades, hoy no tendríamos la innovación, el cambio y el progreso que definen nuestro país.
Demasiados a menudo nos han hecho creer que el emprendedor es un héroe solitario, un visionario que lo consigue todo individualmente. Pero también esto es un relato de ficción. Nadie triunfa solo. Los grandes nombres que idolatramos —Jobs, Musk, Bezos— no empezaron solos y, sobre todo, no asumieron el riesgo sin una buena base de almohadas. Cuando uno de ellos fracasaba, detrás había inversores dispuestos a darles una segunda oportunidad. Cuando las cosas se torcían, tenían una estructura que los protegía. Pero el pequeño emprendedor, el autónomo, el que empieza desde cero sin padrinos, éste es un lobo solitario delante de las brasas. Y si por azar cae, no encuentra debajo ninguna red que lo libere del impacto. Y esto no se habla, porque hace feo y ensucia la foto. Es más bonito, más simpático, vender la idea romántica del emprendedor hecho a sí mismo en vez de reconocer que el sistema es tozudamente injusto. Que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades y que el talento sin recursos no llega a ningún sitio.
El sistema es tozudamente injusto. No todo el mundo tiene las mismas oportunidades y el talento sin recursos no llega a ningún sitio
Y aquí viene otra contradicción. Aquí, en Cataluña, nos pasamos la vida reflejándonos en todo aquello que viene de fuera, glorificando las empresas que triunfan en los Estados Unidos, admirando los unicornios tecnológicos que levantan millones en Silicon Valley. Y, mientras lo hacemos, intencionada o inintencionadamente, menospreciamos y empequeñecemos el talento que nace y se hace en nuestro territorio. ¿Cuántos proyectos con potencial se ahogan antes de poder crecer? ¿Cuántas ideas magníficas quedan sepultadas porque nadie apuesta por ellas? Está claro que es más fácil hablar de Google o de Tesla en lugar de apoyar a un emprendedor local que lucha por levantar su negocio en un ecosistema que no le protege ni le reconoce.
Pero el drama no termina aquí. Pero aquí no termina el drama. Cuando una empresa catalana se consolida y hace un nombre, a menudo acaba siendo comprada por un gigante extranjero. Nos venden la historia como un éxito, pero no es más que el síntoma de una enfermedad: somos un país donde todo está en venta. Lo que no sabemos potenciar nosotros, lo acaban aprovechando los demás. No es que aquí no haya talento, que hay mucho. Nuestro gran problema es que no le dotamos de las herramientas suficientes para crecer, y cuando lo hace en manos de otros, es entonces cuando nos lamentamos de la oportunidad que hemos dejado perder.
Catalunya no puede conformarse en ser un vivero de buenas ideas que acaban en manos del mejor postor. Debemos ser ambiciosos, estar en el podio de los mejores y posicionar nuestro país en el mapa del mundo
Esto debe cambiar y ya. Basta de excusas de mal pagador. No podemos seguir siendo “La Masía” del talento que alimenta al resto de países. Hay que dotar de instrumentos suficientes a nuestro emprendimiento. Financiación, redes de apoyo, una fiscalidad adaptada y una cultura que les impulse, que no entienda el fracaso como derrota sino como aprendizaje.
Este anhelo de ser y marcar huella debe ser un deseo colectivo, de todos. Cataluña no puede conformarse con ser un vivero de buenas ideas que acaban en manos del mejor postor. Debemos ser ambiciosos, tenemos que querer estar en el podio de los mejores y posicionar el país en el mapa del mundo.
¿El huevo o la gallina? Probablemente, algunos tendrán más predisposición a arriesgarse, otros necesitarán un entorno más favorable para atreverse. Pero lo que está fuera de toda discusión es que el éxito emprendedor no es solo cuestión de capacidad. Es una mezcla de resistencia, oportunidades y, sobre todo, suerte.
Y volviendo de nuevo la pregunta inicial: ¿qué fue primero, la idea o el emprendedor? Quizás el interrogante no es cuál de estas dos cosas tiene que llegar primero, sino si somos capaces de crear un país donde haya más personas dispuestas a convertir ideas en realidades.